(?acaso lo que queda bajo las mantas no representa para los ninos un mundo misterioso y fascinante, una caverna inmensa en la que no se sabe que hay y que no osan explorar hasta el fondo por miedo a quedar atrapados y, mientras avanzan reptando en el antro negro, con el rabillo del ojo vigilan para que las sabanas a su espalda no tapen completamente la luz, sino que quede una rendija, un agujero, una hendidura luminosa que garantice la salvacion en caso de peligro imprevisto?); por lo demas, la cama es el ambiente mas perfecto para pequenas peleas, mostrarse ofendido, ponerse de morros, darse la lata y provocarse, para la esgrima de los desaires, tan importante para dar gusto al amor. Sin embargo, todos aquellos pequenos y casi indescriptibles coqueteos nada tenian de profesionales o calculados, su espontaneidad era precisamente lo que excitaba a Antonio, pese a que le irritaba e incluso lo exasperaba.
Ademas, en la cama Laide perdia ese aplomo desdenoso que tanto cultivaba cuando, por ejemplo, caminaba por la calle; desnuda resultaba mas nina, sobre todo por la pequenez de las tetitas y la acentuada estrechez de la pelvis. Probablemente se diera cuenta ella misma y disfrutara con ello y al final se sentia la duena de la situacion y victoriosa: fingia no haber advertido que en la lucha se le habia deshecho el mono y la cabellera negra esparcia en derredor como la tinta de un frasco roto y entonces se abandonaba con el, sonriendo, a vanidosas confidencias tan Candidas, que la volvian una nina otra vez.
«?Sabes lo que me pasa?», le decia. «Que soy aun una nina, pero terriblemente mujer».
«Una vez», le contaba, «cuando aun era pequena, ni siquiera debia de tener doce anos, un chico me dijo: 'Tu, Laide, has nacido para enloquecer a los hombres'».
«?Sabes lo que soy?», le dijo, con la repentina excitacion de un recuerdo alegre, tal vez uno de los pocos que tenia, como si pronunciara una formula magica que la rescatara de las miserias, solemnemente. «Soy una nube. Soy un rayo. Soy un arco iris. Soy una nina deliciosa».
Estaba desnuda, arrodillada en la cama, abierta delante de el, lo miraba fijamente con ojos impertinentes y adelantaba los labios, con aquella mueca suya caracteristica, sus pequenos y finos labios: provocacion y desafio infantiles. Mientras tanto, Antonio, con todo su ridiculo instrumental literario en la azotea, la miraba fijamente y con adoracion, intimidado por tanta sabiduria instintiva.
XIV
De repente se dio cuenta de lo que tal vez ya supiera, pero hasta entonces no habia querido nunca creer. Como quien lleva tiempo advirtiendo los sintomas inconfundibles de un mal horrendo, pero se empena en interpretarlos de modo que pueda continuar su vida como antes. Ahora bien, llega un momento en que, por la violencia del dolor, se rinde y la verdad se le aparece delante, nitida y atroz, y entonces toda la vida cambia repentinamente y las cosas mas queridas se alejan y se vuelven extranas, vacuas y repulsivas. En vano busca el hombre en derredor algo a lo que aferrarse para abrigar esperanzas: esta completamente desarmado y solo, nada existe, aparte de la enfermedad que lo devora; en eso estriba, si acaso, su unica escapatoria: lograr liberarse o soportarla al menos, mantenerla a raya, resistir hasta que la infeccion, con el tiempo, consume su furia. Pero desde el instante de la revelacion se siente arrastrar hacia una obscuridad nunca imaginada, salvo por los otros, y de hora en hora se va desplomando.
El 3 de abril hacia las cinco. Iba en el coche por la plaza de la Scala y queria internarse por Via Verdi, pero el semaforo estaba en rojo, con coches apinados en derredor y peatones que pasaban, con el sol aun alto, un dia bellisimo, y, entretanto, imagino a Laide al borde del circuito de Modena, adonde decia que iba a posar para fotografias de moda. Estaba alli, feliz de haber sido admitida en aquel mundo excepcional del que tanto hablaban los periodicos con terminos como de fabula, estaba alli, bromeaba con dos jovenes probadores de coche vestidos con bata blanca, tipos fascinantes, simbolos encarnados de la virilidad moderna, y uno de ellos le hacia la corte y le preguntaba, estupidamente, por que no hacia cine, alguien como ella habria de tener un gran exito; el otro, en cambio, callaba, era un muchacho mas achaparrado, muy moreno, de cara cuadrada y dura, callaba y solo de vez en cuando esbozaba una sonrisa, porque poco despues, en cuanto se pusiera el sol y la pista quedara desierta, el se llevaria a aquella jovencita desenvuelta a su habitacion amueblada. Ya el dia antes ella no habia puesto la menor dificultad, como si fuera la cosa mas natural del mundo, a el le habia asombrado incluso que una modelo como ella fuese tan facil y, ademas, gratis -se encendio el verde del semaforo y Dorigo tuvo un sobresalto por el bocinazo del clasico imbecil detras de el-: con tios asi se divertia Laide, seguro, y se iba con ellos entusiasmada, sin pedir un centimo, no habia que excluir incluso que fuera ella la que les hiciese algun regalito precisamente para demostrar que era una chica decente, deportiva y desinteresada; en suministrarle pasta debian pensar los senores de edad de la casa de Ermelina, pero con esos era cosa muy distinta, con esos se trataba de trabajo y no es que ella hiciese un gran sacrificio, porque en general eran, por fortuna, personas educadas, de aspecto decente y muy limpias, pero, desde luego, el amor no tenia nada que ver y habia que excluir cualquier satisfaccion carnal.
Dios mio, ?era posible que no consiguiera pensar en otra cosa? Tenia la mente fija en eso, siempre el mismo asunto angustioso, y a la altura del palacio de Brera fue presa del desaliento, porque en aquel preciso instante comprendio que era completamente desdichado sin posibilidad alguna de remedio, algo absurdo e idiota y, sin embargo, tan verdadero e intenso, que ya no encontraba sosiego.
Entonces se dio cuenta de que, por mucho que el intentara rebelarse, el pensamiento de ella lo perseguia en todo instante milimetrico de la jornada: toda cosa, persona, situacion, lectura, recuerdo volvia a orientarlo de forma fulminante hacia ella a traves de referencias tortuosas y malevolas. Era como un ardor interno en la boca del estomago, que subia hacia el esternon, una tension inmovil y dolorosa de todo el ser, como cuando de un momento a otro puede suceder algo espantoso y permanecemos arqueados con el espasmo, la angustia, el ansia, la humillacion, la necesidad desesperada, la debilidad, el deseo, la enfermedad, mezclados todos juntos formando un bloque, un sufrimiento total y compacto. Y comprender que se trataba de un asunto ridiculo, insensato y ruinoso, de la clasica trampa en la que caian los paletos de provincias, que cualquiera lo habria considerado un imbecil y, por esa razon, de nadie podia esperar consuelo, ayuda ni piedad: el consuelo y la ayuda solo podian proceder de ella, pero a ella la traia sin cuidado, no por maldad o gusto de hacer sufrir, sino porque para ella el era un cliente cualquiera; por lo demas, ?como iba a saber Laide que Antonio estaba enamorado? No podia pasarsele siquiera por la cabeza, un hombre de un ambiente tan distinto, un hombre de casi cincuenta anos. ?Y los otros? ?Su madre? ?Los amigos? ?Ay, si lo hubieran sabido! Y, sin embargo, tambien con cincuenta anos se puede ser como un nino, igual de debil, aturdido y asustado como un nino que se ha perdido en la obscuridad de la selva. La inquietud, la sed, el miedo, el desconcierto, los celos, la impaciencia, la desesperacion: ?el amor!
Preso de un amor falso y errado, su cerebro ya no era suyo: Laide habia entrado en el y lo sorbia. En cualquier meandro, hasta el mas recondito, del cerebro, en cualquier recondita guarida y subterraneo en el que el intentaba esconderse para tener un momento de respiro, alli, en el fondo, la encontraba siempre a ella, que ni siquiera lo miraba, que ni siquiera advertia su presencia, que se reia, socarrona, del brazo de un joven, que se entregaba a bailes desvergonzados, manoseada en todas las partes del cuerpo por su pareja lasciva y maliciosa, que se desnudaba ante los ojos del contable Fumaroli a quien habia conocido un minuto antes. ?Maldicion! Siempre ella, instalada salvajemente en su cerebro, que desde su cerebro miraba a otros, telefoneaba a otros, ligaba con otros y hacia el amor con otros, entraba y salia, partia siempre con una agitacion frenetica para sus numerosos asuntos particulares y traficos misteriosos.
Y todo lo que no era ella, lo que no le incumbia a ella, todo el resto del mundo -el trabajo, el arte, la familia, los amigos, las montanas, las otras imagenes, millares y millares de otras mujeres bellisimas, mucho mas bellas y sensuales incluso que ella- le importaba un comino, podian irse enteramente al diablo, a aquel sufrimiento insoportable solo ella, Laide, podia poner remedio y no era necesario siquiera que se dejara poseer o fuese particularmente amable: bastaba con que estuviera con el, a su lado, y le hablara y, aun a reganadientes, se viese obligada a tener en cuenta que el, al menos por unos minutos, existia; solo en esas brevisimas pausas que se producian de vez en cuando y duraban un instante encontraba el la paz. Cesaba aquel fuego a la altura del esternon y Antonio volvia a ser el mismo, sus intereses vitales y profesionales volvian a tener sentido, los mundos poeticos a los que habia dedicado su vida volvian a brillar con sus antiguos encantos y un alivio indescriptible se esparcia por todo su ser. Sabia, cierto es, que al cabo de poco ella se marcharia y casi al instante lo atraparia la desdicha, sabia que despues seria peor aun, pero no importaba, la sensacion de liberacion era tan total y maravillosa, que de momento no pensaba en nada mas.