'Pero, ahi fuera, en el coche, esta Claudia esperando, esa tia sofisticada que ha acabado aburriendome el alma, pero no se la puede plantar asi, por las fortisimas convenciones burguesas que imponen compostura'.
Conque el desecha el deseo de la criada, ni siquiera se despide de ella, sale al sol, vuelve a montar en el coche y en marcha por la autopista, mientras ella, Claudia, dormita y de vez en cuando pregunta despacio:
«?Donde estamos?»
Laide, aquella criatura humana sentada a su lado en el pequeno automovil, con todos sus recuerdos de nina, suenos, palpitos, inquietudes escolares, deseos de juguetes y vestidos bonitos, dias de fiesta iniciados con bellisimas esperanzas y acabados con la desilusion de la noche en un sordido cuartito sin ventanas, con todo el inmenso mundo de recuerdos, realidades, esperanzas, zapatitos raidos, combinacion hecha en casa, la ilusion de ser especial, destinada a la atencion de los senores, capaz de hacerlos enamorarse y, en cambio, nada: esa criatura maravillosa, expuesta a la oferta y la demanda del mercado.
La alcahueta dice:
«Tengo una nena de las que le gustan a usted, ?sabe?»
Y el va y dice:
«A ver si no es como la ultima: la de la ultima vez era tan chunga, que ni siquiera sabia besar».
Y entonces mandan entrar a Laide y el, sin preguntarle siquiera el nombre, la hace sentarsele sobre las rodillas, empieza a palparla y despues le abre, distraido, la cremallera a lo largo de la espalda y ella se deja hacer; el le quita el vestido y abre el broche del sosten por la espalda y despues con los dedos le hace cosquillas en sus pequenos senos descubiertos, virginales, como un jueguecito proverbial y entretanto con la otra mano le busca la entrepierna para probar sus reacciones.
?No, no basta! Era absurdo, era de locura: ?que le importaba en el fondo lo que hiciera aquella chiquilla, adonde fuese y con quien? Era una de tantas, un hombre como el, a su edad, no tenia la menor intencion de enredarse con una semejante, faltaria mas, que le diera por saco quien quisiese y cuanto deseara, el tenia cosas mucho mas importantes en la cabeza. Desde luego, le gustaba, eso si, no solo la cara y el cuerpo, sino tambien la forma de hablar, esas afloraciones del dialecto milanes, como se movia y andaba. Llevarla a su lado en el coche le gustaba, no es que aquel dia estuviera en su mejor momento, estaba hecha polvo, la verdad, palida y cansada, parecia fea incluso. No, la verdad es que su cercania le gustaba y que hubiese montado en el coche con el era, al fin y al cabo, una prueba de confianza, en el fondo se sentia halagado; mas ridiculo no podia ser, pero asi era: halagado como con la deferencia de alguien superior a el. Por lo demas, esa criatura de momento, en aquel fugaz momento, iba sentada a su lado en el automovil; si no era suya, tampoco lo era de ningun otro; dentro de poco, dentro de tres horas, esa noche, si, estaria desnuda, abrazada, apretada y poseida por otro cuerpo de hombre, joven, viril y musculoso tal vez, pero ahora, durante el corto trayecto que faltaba, no. Y el iba pensando, pero no decia nada y ella cavilaba, se veia perfectamente que estaba cavilando sobre algo que no le incumbia a el, Antonio, a saber sobre que lios iria cavilando para conseguir un poco de dinero.
Hasta que ceso la tregua y, tras detenerse el coche en la zona reservada a los automoviles de la estacion central de Milan, ella se apeo, con la mirada perdida y tensa, buscando con los ojos un mozo que le llevara las maletas. Despues se volvio:
«Dame tu direccion».
«?Para que?»
«Te mandare una postal».
Detras apremiaban los taxis con estrepito. El volvio a arrancar, la vislumbro una ultima vez, de espaldas, cuando entraba en el despacho de billetes con su firme, seguro y desdenoso paso de bailarina, pero, ?se marcharia de verdad?
XI
?Por que se preocupaba tanto? ?Por que seguia pensando en ella? ?Que temia? ?Que Laide desapareciera? ?Ni hablar! Bastaba una llamada de telefono y ella correria a tomar un taxi y la tendria a su disposicion, con la lenceria impecable y bien lavada toda ella para que pudiera besarle impunemente todas las partes de su cuerpo.
No. De nada servia ese razonamiento. No bastaba. Ella acudiria -cierto era- a la llamada de la senora Ermelina y se acostaria con el, pero en el fondo todo se reducia a media hora, una hora como maximo: para ella era un breve intermedio de trabajo, que ejercer con amabilidad, pero tambien con la mayor rapidez posible. (Dorigo se habia dado cuenta perfectamente de que no la hacia gozar, cuando le besaba el sexo; Laide mantenia los ojos cerrados, los labios entornados, pero nada mas; no habia un verdadero palpito, un suspiro, un gemido: mejor eso, en cualquier caso, que las desagradables comedias de ciertas prostitutas, convencidas de que en asuntos sexuales todos los hombres sin distincion han de ser completamente cretinos.) Media hora, una hora como maximo con el, un par de veces a la semana. Pero, ?y el resto? ?Todas las demas horas del dia y la noche? ?Adonde iba? ?A quien frecuentaba? Su verdadera vida, esperanzas, diversiones, gozos, vanidades, amores, estaban en otra parte, no en el brevisimo tiempo que pasaba con Antonio. Alli era ella de verdad, alli radicaba todo lo que el hubiera querido saber de ella, alli estaba el mundo misterioso, fascinante, tal vez infame y sombrio, que le estaba vedado a el. Que rabia, por ejemplo, cuando, despues de haber hecho el amor, el le proponia acompanarla a su casa en el coche y ella decia que no, debia quedarse aun un poco en casa de la senora Ermelina para probarse un vestido y el comprendia perfectamente que el vestido era un pretexto cualquiera: en realidad, se quedaba a esperar a otro cliente. O, si el encuentro ocurria de noche, ella escapaba antes que el: la esperaban en el teatro, por ejemplo, o no queria regresar a casa tarde, porque, si no, menuda escena le haria su hermana, o bien habia una amiga esperandola abajo en su coche.
Y, ademas, es que ni siquiera era cierto que Laide estuviese siempre a su disposicion para ganarse diez mil, quince mil liras. Aquel dia, por ejemplo, la cita era a las dos y media y Ermelina le habia dicho que por la noche habia ido a buscarla al Due y habia querido que la acompanara a proposito una amiga y Laide le habia dicho por telefono que a las dos y media acudiria. Antonio se habia presentado a esa hora y alli solo estaba Wanna, una desgraciada, porque la senora Ermelina estaba en la cocina. Wanna le dijo que un poco antes habia telefoneado Laide para decir que no podia acudir, porque tenia que partir para Modena, y entonces se habia quedado como sin entender siquiera lo que estaba sucediendole y Wanna lo miraba hasta como con misericordia y en determinado momento le diria:
«?Como nos tiene sorbido el seso! ?Eh?»
Y el no respondio, encendio un cigarrillo en el salon vacio, por lo que ella, Wanna, se le acerco un poco mas y empezo a tocarlo aqui y alla y entonces Antonio, con tal de liberarse de aquella angustia, tras haberse resistido un poco -habia decidido incluso marcharse-, asintio con una sena, aunque solo fuese para demostrarle que no era cierto nada de eso, conque se apartaron de alli y Wanna se desnudo y empezo a hacerle los juegos perversos que a el solian gustarle, pero aquel dia no, porque todo ello era un placer animal que se agotaba en pocos instantes.
Desde la cama, mientras el, visiblemente abatido, estaba vistiendose de nuevo, Wanna lo miraba con una sonrisa de compasion:
«Sorbidito pero bien, el seso, ?eh?»
«?Que quieres decir?»
«Laide, ?no?»
El se encogio de hombros.
«Dime», dijo Wanna. «Entonces, ?tan bien lo hace?»
«?Que cosas dices! Me gusta».
«Anda, se sincero. ?Sabe hacerlo como yo?»
«?A que te refieres?»
«Es extrano. Los que van con Laide, despues de la primera vez…»
«Despues de la primera vez, ?que?»
«Despues de la primera vez, se acabo, no vuelven una segunda vez, ya tienen bastante, prefieren cambiar».
«?Ah, si?»
«Tu eres el primero. Por lo general, con esa van solo una vez, despues prefieren cambiar. Y si que es mona…