Con todo ese pelo negro… ?verdad que es bastante mona?»

El la miro con odio. Aquella mujerzuela hablaba de Laide como de una semejante a ella, igualmente dispuesta a vender su cuerpo al primero que acudiera y, por desgracia, tenia razon. Aun asi, le parecia espantoso que pusiesen a aquella chiquilla tierna a la altura de las prostitutas de profesion y que estas la consideraran una colega.

«?Es mona, verdad?», insistia Wanna, para fastidiarlo.

«?Venga, corta ya!», respondio Antonio, al final exasperado.

Wanna solto una carcajada:

«Pero, hay que ver, no quiere que hablen mal de su amorcito. ?La virgencita! Ha tragado un regimiento, tu Laide. Mira lo que te digo: chicas conozco no pocas precisamente, pero nunca he visto ninguna que le de al asunto como ella… ahora, ?que si a ti te gusta!…»

«Pues», dijo el, «a mi me parece muy mona».

«?Muy mona?» La voz se le volvio viperina. «?Sabes cual es su especialidad?»

«?Como que su especialidad?»

«Al hacer el amor, ?no? ?No te has dado cuenta?»

«?Cuenta de que?»

«?No? Es mejor que no lo sepas. Se ve que contigo no se ha lanzado nunca».

«?Como que especialidad?»

«Es mejor que no lo sepas. Si lo supieras, se te pasarian las ganas, te lo garantizo, o te darian aun mas ganas. ?Hay que ver como sois los hombres!»

«?Que quieres decir?»

«Nada».

«?Quieres decirmelo o no? ?De que especialidad se trata?»

«Mejor que no. No es que se trate de un misterio, ella es la primera que lo dice, se jacta de ello. Mira, conmigo, que he estado dos anos en esas casas, quiere quedar bien, teme parecer novata, quiere ser la primera de la clase, pero, ademas, es que quiza ni siquiera sea verdad; no, es mejor que no te lo diga; ademas, eso de que contigo no recurra a esos jueguecitos…»

«?Jueguecitos?»

«Jueguecitos, ejercicios, porquerias, obscenidades: llamalos como quieras. Si no lo hace contigo precisamente, quiere decir que se trata de mentiras».

«?Por que? ?De verdad es algo tan tremendo?»

«?Que va a ser tremendo! Al contrario: bellisimo, si se hace bien».

«Entonces, ?me lo quieres explicar o no?», sentia aquel tormento a la altura del esternon.

«Ya te he dicho que es mejor que no, pero, ?la verdad es que te tiene pero que muy sorbido el seso!» Habia un poco de hastio en su tono.

«Yo me voy», dijo Dorigo, al tiempo que doblaba dos billetes de diez mil y los dejaba bajo un jarron de cristal, vacio, que estaba sobre una mesa, y se dirigio a la salida.

Wanna intento arreglarlo:

«?Anda, no te pongas asi! Pero, ?hay que ver! ?No te has dado cuenta de que bromeaba, de que era todo una broma?»

«?Tambien lo de la especialidad que decias?»

«Pero si ni siquiera la conozco, a tu Laide, la habre visto aqui dos o tres veces: buenos dias, buenas tardes y nada mas. ?Que quieres que sepa de tu Laide?»

«Entonces, ?te lo estabas inventando?»

«Si».

«?Menudo bicho eres tu!»

Ella se dejo caer hacia atras sobre la almohada riendo.

«Para hacerte rabiar. Me gusta tu cara cuando estas enfadado».

Se marcho muy irritado. Comprendia perfectamente que era mejor dejarlo: con tantas muchachas mejores incluso que ella que habia por ahi. A saber en que lios increibles estaria metida Laide y el, Antonio, le importaba un pepino. Una chaladura semejante la habia tenido durante la guerra, recordaba, en Taranto, por una morena bellisima, triestina, que trabajaba en un burdel. En aquellos tiempos, las casas de tolerancia de las bases navales estaban provistas de la mejor mercancia y aquella Luana era muy afectuosa con el. El caso es que habia empezado a pensar en ella, iba a verla casi todos los dias y, cuando su buque se traslado a Mesina, incluso le mando postales: a saber si le habrian llegado siquiera. Recordaba la tristeza sentida, cuando el barco zarpo de Taranto: ni siquiera habia podido avisarla por el secreto militar. Era una manana de verano, una vaga niebla azul reluciente en la rada, mas alla de la cual blanqueaba la ciudad aun dormida, a la luz del sol. Desde cubierta, mientras la blanca fila de casas resultaba cada vez mas lejana, el miraba intensamente hacia el barrio en el que se encontraba el prostibulo con una amargura vehemente y poetica; ella, cansada, estaba durmiendo y, desde luego, no sonaba con el, uno de los centenares y centenares que la frecuentaban; y, sin embargo, la queria, con un sentimiento limpio, le habria gustado poder hacer algo por ella, pensaba incluso, si hubiera vuelto a verla, regalarle una sortija, una pulsera para poder entrar de algun modo en su vida, pero, al cabo de pocos dias dejo de pensar en ella: las propias emociones violentas de la guerra habian barrido aquel sentimiento absurdo y no habia vuelto a verla.

Asi, pues, tras el encuentro fallido en casa de la senora Ermelina, Antonio decidio desembarazarse de aquel fastidioso tormento. El dia siguiente fue a esquiar, permanecio fuera una semana, se sentia tranquilo y al regreso reanudo el trabajo con el alma en paz.

XII

Ya no pensaba mas en ella, habian pasado casi quince dias, ya no pensaba mas. Estaba en su estudio, a mediodia, con prisa por rematar el trabajo, porque a las dos y media vendria a recogerlo su amigo Cappa para marcharse a Saint-Moritz. Mas que nada le preocupaba el tiempo, porque parecia que estaba a punto de llover. Ya no pensaba, la verdad, y sono el telefono. Levanto, maquinal, el auricular.

«Buenas tardes».

Aquella voz con aquella erre. Era la segunda vez que Laide le telefoneaba. La voz le penetro dentro, le bajaba hasta el pecho. Una sensacion de alivio maravilloso. ?Por que aquel alivio? Pero, ?si habia renunciado a Laide, si ya no pensaba mas en ella! ?Por que aquella alegria?

«?Como es que me telefoneas?»

«Nada. Queria saludarte. ?Te molesta?»

«Al contrario, me da mucho gusto. ?Y que has hecho en todo este tiempo?»

«Si supieras que lata. He estado en Modena, por el trabajo».

«?Que trabajo?»

«Pues las fotografias, ya lo sabes».

Por una fraccion de segundo penso en cortar, en liquidarla. Bastaba con decirle que se marchaba unos dias; si acaso mas adelante: una deuda imprecisa. Bastaba una cosa de nada. Habria bastado una cosa de nada para que hubiera quedado a salvo.

Pero, ?por que a salvo? ?Que peligro corria? Era ridiculo. A fin de cuentas, aunque solo de vez en cuando, ?hacia el amor con Laide! Y, al fin y al cabo, en aquella ocasion era ella la que lo buscaba. Podia ser incluso que Laide hubiera dicho la verdad, tal vez hubiese estado fuera de verdad todos aquellos dias y ahora, nada mas volver, le telefoneaba. Tal vez no le desagradara Antonio. Tal vez se le hubiera quedado grabada en el recuerdo la imagen de el como algo limpio y tranquilizador, tal vez lo necesitara, tal vez estuviera cansada de aquella mala vida, tal vez estuviese harta de tipos vulgares, ambientes equivocos, amigas infieles, tal vez se sintiera sola.

«Entonces», dijo el, «?podemos vernos?»

«Pues claro. ?Quieres que nos veamos hoy?»

«Hoy no puedo. Me voy a esquiar, pero vuelvo el domingo».

«Ah… Vale, entonces te telefoneo el lunes».

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