Laide estaba bastante alicaida, pero aquella noche en la cama se mostro afectuosa de un modo que desde hacia meses resultaba inhabitual. Aunque no habia bebido en la cena, parecia excitada incluso. Por fin una velada simpatica y alegre.
A las once y cuarto se preparo para salir.
«?Como es que te pones el vestido nuevo? ?Para pasar una noche en el hospital?»
«Es que se lo queria ensenar a mi tia, sigue teniendo mucha curiosidad, quiere saberlo todo de mi, incluso lo que he comido o cenado, y, ademas, ya te lo he dicho, precisamente esta noche espero poder volver a dormir a casa. No hace falta que te diga lo que es pasar toda una noche en ese maldito sillon».
«Entonces, ?te acompano a casa de tu hermana?»
«Oh, no, Antonio, tu deberias quedarte aqui».
«?Para que?»
«?Sabes esa amiga mia de Venecia? Tiene que venir a Milan y me ha dado una cita por telefono hacia medianoche. Puede que, al final, no telefonee, porque yo ayer le escribi, pero, ?y si llama y no encuentra a nadie?»
«Pero, ?que puedo hacer yo?»
«Si llama, tu deberias decirle que mi tia esta en el hospital y estos dias estoy muy ocupada. De todos modos, si quiere venir, que te diga si debo reservarle una habitacion de hotel».
«Perdona, pero, ?no podrias esperar aqui hasta medianoche?»
«No, porque, si no, despues llegamos al hospital demasiado tarde: si llegas despues de las diez, ponen muchas pegas».
Se fue y el permanecio solo y pensando en lo extrano de toda aquella historia. ?Por que habia de ir Laide aquella noche con su hermana? ?Y por que tenia que ir a recogerla? ?Y por que se habia opuesto a que el la acompanara? ?Acaso no era poco convincente aquella historia de la llamada telefonica?
En efecto, nadie llamo. A las doce y cuarto, volvio a casa. A la una Laide le llamo, queria saber si habia telefoneado su amiga, le dijo que despues de salir del hospital habia entrado un momento en el bar de la esquina, que casi no llego a tiempo, porque estaban a punto de cerrar, que en aquel momento iba a volver con su tia, que aquella noche su tia estaba bastante tranquila, por lo que esperaba poder volver a casa a dormir.
«Te telefoneare manana por la manana al estudio. Hasta luego».
?Y por que le habia telefoneado Laide a su casa? ?Que necesidad habia? Era curioso: era como si hubiese querido asegurarse de que Antonio habia vuelto a su casa.
La duda. Cuanto mas lo pensaba Antonio, menos convincente le parecia la actitud de Laide. Demasiadas complicaciones, demasiados pretextos para marcharse sola, demasiadas llamadas de telefono. Veamos: si ella hubiera querido estar libre para reunirse con alguno y despues volver a casa con el, ?que podia haber ideado? Exactamente lo que hizo aquella noche. Tranquilizar a Antonio con un insolito arrebato carnal, para que despues se fuera a dormir en paz, aducir la visita a su tia para poder irse antes de medianoche, inventar la llamada de Venecia para evitar que el la acompanara, telefonear a casa de Antonio hacia la una para asegurarse de que ya estaba en casa.
Antonio estaba tumbado en la cama, con la lampara de la mesilla encendida, y, agarrotado con la angustia en aumento, miraba fijamente en el techo las dos grietas en forma de 7 que ya le parecian haberse vuelto una admonicion enigmatica, el simbolo grafico de su propia afliccion. Cuando de repente la trama del supuesto engano se le revelo con una claridad palmaria, eran las tres pasadas. ?Probar a telefonear? No podia servir para nada. Ella habria respondido que habia vuelto a casa poco antes. ?Ir directamente a su casa? Pero, ?no era mejor esperar a la manana? Si habia alguien en su casa, la manana siguiente a las ocho y media estaria aun en la cama, seguro, tras una noche de amor, y su visita resultaria menos extrana. Inventaria un pretexto. Le diria, por ejemplo, que por motivos de trabajo debia ir a la Ciudad de los Estudios y que, al pasar, habia subido a saludarla un momento. En el fondo, una idea amable.
?Que noche mas espantosa, con las horas que nunca acababan de pasar y el sueno que no llegaba! A las siete y media ya estaba en pie, a las ocho ya estaba en la calle. Aunque pareciera imposible, todo seguia como de costumbre, un flaccido sol estaba saliendo, apatico, de entre la bruma, la gente entraba y salia de las casas, las tiendas, los cafes, hombres y mujeres caminaban hacia el trabajo y los asuntos cotidianos con las habituales caras crispadas, en la esquina dos peones de albanil bromeaban entre si, autos y camiones pasaban freneticos, no se notaba la menor senal premonitoria en derredor, nadie, evidentemente, pensaba en Laide, nadie se imaginaba que al cabo de pocos minutos el mundo se hundiria.
Cuando detuvo el coche delante de la casa de Laide, eran las ocho y cuarto. Miro arriba. Las persianas estaban echadas. Entro. Desde su tabuco la portera lo vio y le hizo una desganada sena de saludo. Salio del ascensor en el tercer piso. Permanecio unos instantes en el rellano para ver si desde alli se oian voces, pero todo estaba en silencio.
Al final, pulso el timbre. Habria podido abrir la puerta con su llave, pero asi parecia mas correcto. Nadie respondio.
Mientras por el pecho le subia el infierno y el corazon le martilleaba, llamo otra vez durante un largo, larguisimo, rato. Nada.
Entonces, aunque protestaran los vecinos, apreto hasta el fondo el timbre, que resono apremiante: parecia que toda la casa vibrara con el.
Cuando por fin recurrio a la llave, ya sabia que era inutil. En efecto, Laide habia dejado su llave puesta. La llave de Antonio apenas giraba a medias.
Llamo por cuarta vez. Le parecio oir voces de protesta en el piso contiguo.
Bajo como un loco y, acuciado por la brutal angustia, corrio, sin preguntar nada a la portera, a un bar cercano y pidio una ficha para el telefono. Podia haberselo imaginado: la linea estaba libre, pero nadie respondia. Si Laide hubiera respondido, habria tenido que abrir y Antonio estaba demasiado cerca de la casa; el hombre que estaba con ella no habria tenido tiempo de salir, probablemente estuviera aun desnudo en la cama.
?Que podia hacer? ?Derrotado una vez mas? Laide encontraria la explicacion mas inocente. En aquel instante, mientras el salia del cafe, tal vez estuviera ella espiandolo, victoriosa, por una rendija de las persianas. (Y una voz somnolienta desde la cama le diria: «?Que? ?Se ha marchado el vejete?… ?Vamos, guapa, vuelve aqui, al calorcito!»)
Facil prevision. Cuando, un cuarto de hora despues, Antonio telefoneo desde el estudio, por fin Laide respondio.
«Pero, ?se puede saber por que no has ido a abrir? Debo de haber llamado al timbre durante diez minutos por lo menos».
«Ah, si, me parecia haber oido algo, pero tenia tanto sueno. Ademas, la puerta de la alcoba estaba cerrada y he creido que alguien llamaba en el piso contiguo».
«Es imposible que no lo hayas oido».
«Si hubiera oido, habria ido a abrir, ?no? Te juro que no he oido nada. Tengo la cabeza como un bombo. Ni siquiera se como he oido ahora el telefono. Tenia tanto dolor de cabeza esta noche, cuando he vuelto, que me he atiborrado con gardenal. Me he tomado tres pastillas de una vez, pero, ?como es que has venido?»
«Y, ademas, ?que es eso de encerrarte con llave? Entonces, ?para que sirven las llaves que me has dado?»
«Mira, tesoro, debes tener paciencia. Desde que no esta aqui la enfermera, me da miedo estar sola en casa de noche».
?Eran explicaciones suficientes? No. Y, sin embargo, cualquier palabra de ella era como si un balsamo milagroso apagara su angustia. La voz tenia un tono tan sincero y autentico: era imposible que fuesen mentiras. Ni siquiera un demonio habria logrado mentir tan bien.
Y, ademas, resultaba tan dulce creerlas. Una vileza adorable. Quizas -y sin quizas- un dia, Antonio se veria obligado a no creerlas mas, a adoptar la terrible decision, pero de momento aun no, todo estaba formalmente a salvo, todo podia continuar como antes.
XXXI