manda y ella me dio una cita, pero no aparecio. Yo despues no insisti; entretanto, me habian dicho que usted, doctor, se interesaba por ella y en esos casos, verdad, yo me quedo al margen».

«?Quien se lo dijo?»

«No recuerdo, pero esas cosas se tardan poco en saber, verdad, las amigas… no se si fue Flora o Titti. Pero, ?como es que ya no la ve usted?»

«Nada, es que iba demasiado a lo suyo».

«Lo de siempre. Usted debio de mimarla y se le debio de subir a la cabeza. Son unas chiquillas estupidas; cuando encuentran la fortuna, hacen todo lo posible para dejarla escapar. ?Un hombre como usted! No es por hacerle un cumplido, pero cualquier muchacha, mejor incluso que Laide, habria hecho lo posible por conservar a un hombre como usted. No es que sea mala, verdad… Por mi parte, debo decir que es buena chica, pero, ?sabe lo que pasa? Tal vez tenga una amiga envidiosa que le de pesimos consejos… segura de si misma, eso si, un poco demasiado… con usted, ademas, doctor… si usted supiera…»

«?Que?»

«Bueno, no hay inconveniente en contarselo… Un dia que tenia aqui cita con usted -mire, debio de ser la tercera o la cuarta, no mas, despues de que usted se marchara-, surgio una discusion… tonterias… por un traje de chaqueta que habia cogido aqui, mio; no, mejor dicho, ahora lo recuerdo, no era un traje de chaqueta, sino un vestido de punto de color tortola».

«Si, lo recuerdo».

«Ah, muy bien, ?ve como no son cuentos?… El caso es que Laide me debia quince mil liras… y pretendia… pero, bueno, eso no tiene ninguna importancia, ?verdad?… estaba tambien presente, lo recuerdo perfectamente, mi cunada, a la que tambien conoce usted; bueno, pues, para no alargarme demasiado, en determinado momento yo le dije a mi cunada: 'Quiere decir que, cuando telefonee el doctor Dorigo, llamaremos a alguna otra; total, ya conocemos sus gustos…' Bueno, pues, ?quiere usted creer que Laide alzo un puno asi y dijo esto?: '?El doctor Dorigo? ?Que gracia me haceis! Yo al doctor lo tengo ya asi, ?yo al doctor le hago hacer todo lo que quiero!' Conque nos quedamos… ?Comprende? ?La habia visto tres o cuatro veces y ya se le habia subido a la cabeza!»

«Pero en estos ultimos dias, ?ha dado senales de vida con usted?»

«Que yo sepa, no… si no ha telefoneado cuando aqui, en casa, no hubiera nadie… Pero este tranquilo… A esa no se la quitara de encima tan facilmente… yo las conozco… se creen a saber que y despues, cuando tienen necesidad… Pero usted debe resistir, verdad. No se le ocurra telefonearle. Resista. Ya vera como esa volvera a sus pies arrastrandose como un gusano».

Espero ocho dias. Un asomo de esperanza. Aquella manana en la oficina sono el telefono, el respondio: 'Diga', pero nadie hablaba en el otro extremo, si bien se sentia a alguien escuchando; despues colgaron. Entonces pregunto a la telefonista si quien le habia llamado un poco antes era un hombre o una mujer: era una mujer. Probablemente fuese ella. Tal vez creyera que el cederia, el sondeo telefonico del otro dia le habia hecho creer que tenia la victoria en la mano, pero habian pasado otros dos dias y empezaba a estar inquieta tambien ella.

Espero nueve dias. Aun nada. Sin interrupcion posible, el pensamiento estaba constantemente fijo en Laide: cuanto mas tiempo pasaba, mas cruel era la humillacion. ?Con todo el amor que el le habia demostrado! Y aumentaba la rabia por no haberse comportado mas como un hombre. ?Por que aquella noche de Ano Nuevo, cuando ella habia vuelto a casa poco antes de las tres, no habia encontrado el el valor para darle un par de bofetadas? Pero no dos cachetitos, deberia haberle soltado dos guantazos en la jeta como para tirarla al suelo cuan larga era y que despues hiciese todas las escenas que quisiera. Si le hubiese dado una leccion, se habria sentido otro hombre en aquel momento. Aun a riesgo de que no volviese a dar senales de vida nunca mas. Mientras que ahora, el derrotado era el y, si ella no volvia, Antonio deberia pasarse anos comiendose los higadillos, ella tendria derecho a despreciarlo, a cubrirlo de ridiculo delante de todo el mundo, a preferir a los robustos patanes seguros de si mismos que, en caso necesario, saben hinchar la cara de las chicas sinverguenzas a bofetadas.

Espero diez dias. Habia fijado para la tarde una cita en casa de la senora Ermelina. Esta, muy contenta, le prometio darle a conocer a una morenita «que parecia la hermana de Laide». En realidad, Antonio iba con la esperanza de saber algo. Mediante la red de sus muchachas, Ermelina siempre tenia un monton de informaciones. La «hermana de Laide», cierta Luisella, era de un estilo algo escualido y descuidado, aunque bastante atractivo, y bastante sosa en la cama. Cuando Antonio reaparecio en el salon, Ermelina le dijo:

«He sabido que la otra noche estuvo en el Due. Me han dicho que estaba muy atractiva. Llevaba un vestidito rojo. Se paso toda la noche bailando. ?Es cierto que tiene un vestidito rojo?»

«Si, se lo compro el mes pasado. ?Y ha sabido usted algo mas?»

«Nada mas… Ah, espere un momento… ?Luisella! ?Luisella!»

«Voy en seguida», respondio la muchacha desde el bano y poco despues reaparecio vestida.

«Oyeme, Luisella. ?Tu no conocerias por casualidad a una tal Laide?»

«?Laide? ?Una morena? ?Con el pelo largo?»

«Si, exactamente. ?Eres amiga suya?»

«?Huy, no! La conoci en casa de Iris».

«?La que estaba en Via Moscova y a la que despues encerraron?»

«Si, la misma».

«Pero, ?como es posible, Luisella, una chica como tu? ?Frecuentabas la casa de Iris? No era una casa como Dios manda. Me han dicho… Me contaban que era lo que se dice un burdel… ?Como no iban a encerrarla!»

«Ah, yo fui solo un par de veces, despues comprendi por donde iban los tiros y, si te he visto, no me acuerdo. Tiene razon, senora, alli dentro era peor que un burdel. Uno entraba, otro salia: un movimiento continuo».

«?Y alli estaba esa Laide?»

«Esa estaba de plantilla: desde la una de la tarde hasta la noche».

«Y dime: ?cuantos se hacia?»

«?Que se yo! A juzgar por el movimiento, al menos nueve o diez al dia. Y, ademas, estaba el hijo de Iris: recuerdo que se encapricho con ella y todos los dias, antes de que llegaran los clientes, tenia que dejar que el se lo hiciera, como aperitivo. Ah, lo que trajinaba aquella… Pero, ?por que me lo pregunta?»

Y Luisella miro a Antonio. Estaba palido, Antonio: eran unas noticias espantosas para el.

«?Y de donde era aquella Laide?», pregunto con una ultima esperanza.

«No se si de Napoles o de Calabria», dijo Luisella. «La Paletita la llamaban».

«Vaya, menos mal», dijo Antonio, «me parecia imposible que…»

«No, no podia ser ella», dijo la senora Ermelina, que se preocupaba mucho por la calidad de su mercancia, «en seguida he comprendido que no era ella. Por lo demas, yo me habria enterado. Laide no es de las que se echan a perder asi».

Espero once dias. A fin de cuentas, ya habia demostrado bastante saber resistir, a aquella altura igual podia telefonear, no perderia la cara, sintio Antonio la tentacion de pensar. Despues comprendio que seria, al contrario, cada vez peor. Cuanto mas pasaran las horas y los dias, mas grave y catastrofica seria su capitulacion, si fuera el quien cediese el primero. ?Por que echar a perder asi el fruto de un tormento tan largo? Tambien la senora Ermelina, que era experta en esos asuntos, le aconsejo que resistiese, pero era terrible. El telefono estaba ahi, a menos de medio metro. Habria bastado levantar el auricular, hacer girar el circulo con los numeros. Responderia su voz. «Diga». Le parecia volver a oir la palabra pronunciada por ella con aquella mezcla de desconfianza, indolencia, aburrimiento, insolencia: querida voz, maravilloso sonido, ?podria volver a oirlo jamas?

Espero doce dias. A aquella altura ella deberia haber dado senales de vida, aunque solo fuera por el dinero. Ahora ya no cabia duda. Laide habia encontrado a algun otro que tal vez le diera mas y tal vez viviese fuera de Milan y fuese a verla una o dos veces a la semana y el resto del tiempo la dejara completamente libre. Si no, no se lo explicaba. Uno de esos dias se la encontraria, muy elegante, tal vez al volante de un Giuletta Sprint, lo miraria y ni siquiera le saludaria.

Espero trece dias y aun nada. Volvio a casa de la senora Ermelina, alli tenia la sensacion de estar mas cerca del frente de batalla, de poder tener noticias de primera mano. Le buscaron una chiquilla de Ciocciaria, esplendida y magnificamente adiestrada, pero que, de tan tosca e inculta, parecia un animal. Concluida la ceremonia, se encontro en el salon a otra chica, una joven senora casada hacia poco.

«?Verdad que se parece un poco a Laide?»

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