telefonearia, seguro, alli para enterarse.
En efecto, al cabo de menos de diez minutos telefoneo. Dos timbrazos y despues silencio, la formula convencional para hacer saber que era ella. Teresa fue a responder en bata. El le susurro:
«No diga que estoy aqui».
En efecto, Teresa dijo:
«No, senora, hasta ahora no, nadie ha telefoneado».
Aunque la casa estaba silenciosa, Antonio no captaba las palabras dentro del auricular.
«?Que ha dicho?»
«Nada, me ha preguntado si habia venido usted».
«?Y nada mas?»
«No, me ha repetido que no abriera a nadie».
Ah, la muy sinverguenza, ?en la puerta queria ponerlo ahora? Despues de todo lo que habia hecho por ella. Si, si, aquella era la ultima vez, pero al menos queria decirle cuatro frescas, como se merecia: la esperaria, si fuese necesario, hasta la manana.
Era la ultima vez. El despertador en el estante senalaba las once menos cinco. Sentado en el sofa del comedor, con la luz encendida. Encima del estante estaba el perrito de tela que Antonio le habia comprado cuando ella estaba en el hospital. Silencio. Coches que pasaban. En la television estaban dando La tienda del cafe de Goldoni. Teresa lo presenciaba con actitud pasiva. Pasaban, lentos, los minutos. Cada uno de ellos era una bofetada mas, un maltrato mas. Ahora el frigorifico se habia puesto a zumbar. Eran las once y cinco, Antonio miraba intensamente los muebles, los munecos, aquellas cositas de nina que no volveria a ver. Sobre la mesa habia una velita para tarta de cumpleanos con un pedestal de pinas y cintas y ella no llegaba. Sobre el frigorifico habia un cestito de paja obscura con un perrito dentro que el le habia llevado al hospital. Todo aquel amor tirado por nada. Ella bromeaba: no habia entendido nada. Sobre la puerta habia muerdago dorado de Navidad. ?A que hora volveria?
El telefono, aquella vez sin timbrazos convencionales. Teresa respondio, no debia de ser ella.
«No, la senora no esta. No, creo que manana no lo necesita».
«?Quien era?»
«De la compania de telefono, el encargado del servicio de despertador, preguntaba si debia despertar manana a la senora».
«?Y eso por que?»
«Pues no se. Creo que es alguien a quien la senora conoce».
('Hasta con los de la Stipel coquetea, tal vez haya quedado con el'.)
Regreso a la cocina, volvio a coger el Topolino. Oyo que Teresa habia apagado la television.
«Senor», dijo sin aparecer, «yo ahora me voy a ir a la cama».
Medianoche, la una menos cuarto. ?Donde estaria? Si habia ido al cine, como era su mania, a aquella hora ya deberia estar de vuelta. ?Que ingenuo! Nada de cine. Acaso estuviese fuera toda la noche. No importaba: aunque la palmara, se quedaria hasta que volviera esa puta. 'Oh, Laide, amor mio, ?por que me has hecho esto?'
Pero a la una y cuarto volvio a sonar el telefono. Era ella.
«No, senora», dijo Teresa, que, extranamente, aun no se habia desvestido, «… muy bien, pero, ?que podia hacer yo?… Muy bien, buenas noches, senora».
El se apresuro a preguntar:
«?Que ha dicho?»
«Ha dicho que, cuando volvia a casa, ha visto el coche de usted aqui abajo».
«Y entonces, ?no viene?»
«No, ha dicho que se va a dormir a un hotel».
?Que imbecil! ?Como es que no se le habia ocurrido? Bajo corriendo, fue a dejar el coche en una calle lateral y despues volvio arriba. Esperaria, vaya si esperaria, pero, ?de que servia esperar, si ella se habia ido a dormir a un hotel? ?Tanto le fastidiaba el, que, para rehuirlo, se iba a dormir a un hotel sin un cepillo de dientes siquiera? ?O era solo miedo?
Teresa lo miraba, inexpresiva.
«Pero usted, Teresa, disculpeme, despues de tanto tiempo, ?no ha entendido quien soy?»
«?Como dice?»
«Si, digo que si le ha explicado la senora quien era yo».
«Siempre me ha dicho que era usted su tio».
«?Que tio ni que nino muerto! No era demasiado dificil entenderlo, me parece a mi».
La desesperacion. ?Quien era aquella Teresa? ?Que podia decirle aquella Teresa? Nada, pero el necesitaba desahogarse.
«Y yo… y yo… todo lo que he hecho por ella… ?ve usted lo desgraciado que soy?… Perder la cabeza por una… una…»
Era un nino, un nino injustamente azotado. Se tiro bocabajo sobre la cama de ella y estallo en sollozos.
«Pero, senor, calmese».
Se levanto. Comprendio que se trataba de una escena lamentable.
«Disculpeme, pero es que hay veces, verdad, que…»
«Oh, senor. Le puede ocurrir a cualquiera».
«Ande, vayase a la cama».
«?Y usted seguira esperando?»
«No, pero quiero escribirle cuatro letras».
En la cocina encontro una hoja de papel de cartas, fue a escribir a la sala de estar, donde habia una mesita de cristal.
«Laide», escribio, «despues de lo que ha sucedido, esta mas que claro que todo entre nosotros ha acabado.
»Creo haberme mostrado contigo siempre amable y paciente, pero no se puede rebasar cierto limite.
»Te deseo que encuentres al…»
En aquel preciso instante, sono el telefono. Era la una y media.
Como una fiera, arranco a Teresa el auricular.
«Hola, soy yo».
Colgaron. Era Laide y habia interrumpido la comunicacion.
Si telefoneaba, queria decir que aun estaba insegura, no sabia que hacer. Tal vez ni siquiera tuviese dinero para el hotel.
Casi al instante volvio a sonar el telefono. Respondio Teresa, pero Antonio le arranco el auricular de la mano. En el otro extremo, una voz casi alegre.
«?Pues ahora vuelvo a casa!»
«Muy bien, entonces te espero».
Las dos, las dos y cuarto. Teresa estaba durmiendo, los automoviles pasaban cada vez mas de tarde en tarde. Antonio no habia acabado la carta, ya no hacia falta, se lo diria todo de viva voz. Si, lo comprendia, habria sido mucho mas eficaz que se hubiese marchado, sin dejar siquiera una linea. Tendria que haber sido capaz de hacerlo, pero necesitaba volver a verla, aunque solo fuera por medio minuto, ?volver a verla una vez mas!
A las tres menos diez, un coche se detuvo abajo. Despues, en la casa dormida, el golpe de la cancela, el 'clac' de la puerta del ascensor, el jadeo del ascensor, que subia.
El estaba de pie delante de la puerta. Sabia cual era su deber: dos bofetadas, como minimo.
?Y si ella hacia una escena, si se provocaba un ataque al corazon y habia que llamar a un medico?
Entro, palida, con sus redondos ojos como platos y expresion de animalito ansioso y perseguido.
«Hola», le dijo.
Y de repente el se sintio invadido por un cansancio mortal. Le habian quebrado algo por dentro: una postracion, una indiferencia desesperada.
«?Con quien has estado?»
«Con una amiga».
«Y hasta esta hora, ?donde has estado?»
«En casa de mi amiga».