Aquella vez, al primer timbrazo, Laide abrio en seguida.
«?Que ocurre?»
«Pues que estoy harto de ser tratado como un trapo. ?No te das cuenta de que…?»
«Basta, basta, no es el momento de lanzar sermones; en realidad, deberias estarme agradecido».
«?Agradecido?»
«Si, porque anoche me lo quite de encima. Lo mande, dicho sea con perdon, a tomar por saco».
«?A tu amorcito?»
«?Que amorcito ni que nino muerto! Un cerdo como todos los demas, eso es lo que es y yo una cretina, que lo consideraba un chico como Dios manda».
«?Por que? ?Que ocurrio?»
«Ocurrio sencillamente que, despues de almorzar, me acompano a casa, yo le pregunte si queria subir un momento y, cuando estuvo arriba, queria que nos fueramos a la cama».
«?Por que? ?Te abrazo? ?Te beso?»
«…?Estas loco? Al principio creia que bromeaba, despues, cuando hizo ademan de ponerme las manos encima, le solte un bofeton, pero lo que se dice un bofeton que recordara toda su vida, y despues lo puse de patitas en la calle y tu, en lugar de alegrarte, vienes aqui a armarme una bronca. Pero, ?cuando te vas a convencer, por Dios, de que yo no te digo mentiras?»
XXVIII
Estaba aun alli con el auricular del telefono en la mano, indeciso, con la cara hundida y tensa, envejecida, habian pasado cuatro meses y era el dia de Ano Nuevo, pero el seguia ahi con el auricular en la mano, indeciso sobre si telefonear o no, el rio se lo llevaba arrastrando del mismo modo salvaje, no conseguia aferrarse a la orilla, sino que se encontraba siempre en el centro, donde la precipitacion era maxima, habia pedruscos grandes que sobresalian del fondo y el se pegaba contra ellos unos golpes terribles que lo destrozaban por dentro, y deseaba alcanzar la orilla, pero tenia miedo, porque, si la alcanzaba, el rio dejaria de arrastrarlo y en el rio, un poco mas adelante, huia Laide, pero ella se deslizaba ligera sobre el agua y no chocaba contra los pedruscos, ella los veia a tiempo o al menos era como si los viese y se deslizara por encima de ellos a proposito para que Antonio, que la seguia, chocase de mala manera contra ellos, aunque podia ser, en cambio, que ella ni siquiera lo pensara: ella no era mala, solo era como un erizo con las puas siempre erizadas; de hecho, un dia, durante una pelea, como el le reprochaba las humillaciones sufridas, Laide dijo:
«Deberias entenderme, nadie me ha querido nunca de verdad, yo tengo la impresion de que todos son enemigos que quieren fastidiarme y aprovecharse de mi, no es culpa mia que la vida me haya ensenado a desconfiar de todo el mundo. Si, yo siempre estoy en guardia, yo soy toda espinas, yo intento defenderme, por lo que puede ser que contigo haya estado poco amable, pero deberias entenderme, no todo es culpa mia».
En cierta ocasion, de nino en una pequena neviza de los Dolomitas se habia deslizado y habia sentido una sensacion extrana. En efecto, la superficie no era lisa, sino que, tal vez por el deshielo, estaba cubierta toda ella de pequenas cavidades. Al deslizarse cada vez a mayor velocidad, iba chocando con los bordes de las depresiones y se veia sacudido de mala manera: era como si un gigante desmesurado estuviese -lo recordaba perfectamente- dandole pescozones con sus desmesuradas manos y el no pudiese reaccionar ni defenderse minimamente, solo le quedaba la esperanza de que la pendiente se suavizara en una depresion o en una planicie, ?como, de hecho, habia ocurrido, por fortuna, porque, si no, corria peligro de estrellarse contra los penascos de la morrena, al fondo! En una palabra, tenia la sensacion de estar a merced de una fuerza salvaje e infinitamente mas fuerte que el, por lo que se volvia un nino fragil e indefenso. Pues bien, la misma sensacion le hacia experimentar la aventura con Laide, solo que esa vez no se trataba de un gigante invisible surgido de la montana, esa vez era una chiquilla de carne y hueso que, arrastrandolo tras si, le hacia chocar aqui y alla con los muros y ella corria con el ansioso frenesi de sus veinte anos y acaso no se diese cuenta siquiera, no se fijaba en si el hombre aferrado a la cola de su larga cabellera negra se ponia perdido arrastrando la jeta con la boca abierta por el jadeo sobre las piedras, el polvo o la mierda: ?acaso era culpa suya que el se mantuviese aferrado a ella con tanto teson? Tal vez le fastidiara hasta un grado insoportable el peso de aquel hombre grande y grueso, de pelo gris, que llevaba atado tras si. Quien sabe, si el hubiera soltado, podia ser que ella se hubiese detenido, se hubiera vuelto y hubiese ido a ayudarlo, pero, mientras el la tuviese asi, era imposible.
Habian pasado cuatro meses, pero ella no habia cambiado: siempre puntual, eso si, con las llamadas y los encuentros, amable incluso y atenta, a su modo, pero siempre con aquel fondo de indiferencia total. Marcello habia desaparecido del horizonte y, desde luego, no habia motivo para sospechar que Laide continuara su vida de otro tiempo. Habia habido incluso como un largo interludio, porque ella habia contraido una infeccion intestinal con complicaciones de corazon y durante casi dos meses habia tenido que permanecer en una clinica. Desde luego, en aquellas condiciones ya no sentia aquella angustia absolutamente irracional, como si Laide hubiera podido, de una hora para otra, desaparecer para siempre y resultar inencontrable, pero tambien en la clinica la nena habia encontrado la forma de mantenerlo continuamente en ascuas y humillarlo, con aquella odiosa costumbre de llamarlo «tio» delante de medicos y enfermeras y, ademas, su coqueteria con los doctores, en particular en los dias en que tenia ataques: por ejemplo, el estaba de pie a la cabecera de la cama y ella, presa del jadeo, apretaba las manos de un joven medico atractivo, como si solo de el pudiera esperar ayuda y afecto, y una noche en que habia ido a llevarle una bata -naturalmente, habia ido a comprarla en la mejor tienda de Milan- y la habitacion estaba en penumbra, antes de marcharse -la enfermera presente estaba leyendo en un angulo a la luz de una lamparita- se habia inclinado para besarla y Laide, irritada, lo habia rechazado con impetu, como si hubiera querido violentarla y nadie en la clinica hubiese comprendido ya desde hacia mucho que clase de tio era de verdad el.
Ademas, habia habido su obstinacion, bastante misteriosa, en prolongar la hospitalizacion al maximo. Cuando ya estaba bien y los medicos hablaban de darla de alta al cabo de un par de dias, siempre habia un nuevo ataque cardiaco con tal puntualidad, que Antonio llego a tener el convencimiento de que era ella misma la que se lo provocaba: con ciertas pastillas excitantes que le habia encargado comprar a el. Laide le habia dicho que eran para su amiga Fausta, que no tenia dinero, y el no sabia que clase de medicina era, pero el dia siguiente precisamente Laide habia tenido un primer ataque violentisimo y Fausta, a preguntas de el, se quedo paradisima, pues nunca habia pedido a Laide que comprara aquellas pastillas, ni siquiera sabia lo que eran. Asi, entre inquietudes ininterrumpidas, habian pasado otras semanas y al final ella habia salido de la clinica, pero ahora, por miedo a nuevos ataques, la acompanaba todas las noches una enfermera.
Precisamente delante de la enfermera paso Antonio la ultima noche del ano con Laide. Fue algo tristisimo: Laide en bata y con dolor de cabeza, la enfermera apatica y muda, la sensacion de algo forzado a lo que Laide se sometia de mala gana. El habia llevado unos pastelitos de una de las mejores pastelerias y dos botellas de champan, pero habian pasado la noche ante la television, y, al llegar la medianoche, Laide continuo mirando la television, que transmitia una fiesta de un gran hotel y, apenas habia probado el champan, decia que no le apetecia, a ella, que demostraba ser particularmente entendida en champan y le contaba que en casa de tales y cuales, amigos de la familia, se bebia siempre en las comidas Dom Perignon o Monopole.
Pero, en fin, paciencia, aquella noche Laide no se sentia bien, la esperanza de Antonio -a semejantes fatuas y falsas alegrias se aferraba con tal de estar con ella- era la de salir a almorzar el dia siguiente, el de Ano Nuevo. De hecho, la noche anterior ella le habia dicho que si y, gracias a aquella promesa, Antonio habia pasado una manana discreta, ya no se preguntaba como iria a acabar aquella historia, el dia siguiente y el siguiente a este eran sus plazos mas lejanos, mas alla de pasado manana no habia que pensar, Laide podia cambiar de idea acaso en el ultimo momento.
En efecto, cambio de idea aquel mismo dia. A las dos le telefoneo, muy disgustada: la noche anterior habia perdido la cabeza, no recordaba que el dia siguiente era Ano Nuevo y ese dia siempre habia ido a comer con la familia; ademas de su hermana y su cunado, iban a estar tambien sus tios: en una palabra, era absolutamente imposible que faltara.
?Que podia responder el? En el fondo, casi se habia alegrado, porque sabia que aquella noche estaria con la familia, es decir, en un ambiente seguro y, dado el aplazamiento, era seguro que el dia siguiente saldria a almorzar con el.