«Como es logico», respondio Marcello en tono de broma.

«Cuenta, cuenta, ?quien era? ?Esa rubia con la que te he visto alguna vez?»

«?Que rubia ni que nino muerto!»

«?Morena entonces? ?Quien era? ?A que lo adivino!»

«A ver, ?quien?»

«?Me das mil liras, si lo adivino?»

«Si, te las doy».

«La dependienta de la tienda de bolsos bajo los soportales».

«Frio, muy frio».

«Entonces quiere decir que fuiste con Sabina. Segun me has dicho, no conoces a otras».

«?Huy, por favor! A esa 'quiero y no puedo' debe de hacer un mes que no la veo».

«Entonces, ?que fue? ?Una nueva conquista?»

«Pues, mira por donde, podria ser».

«?Mona?»

«No tanto como tu», y sonrio en broma, «pero bastante».

«?No seria una puta…?»

Marcello se apresuro a ponerle una mano delante de la boca.

«Alto ahi: censura», y miro en derredor para ver si alguien de las mesas cercanas lo habia oido, pero no se vio a nadie volverse.

Antonio lo presenciaba con un malestar cada vez mayor. No veia la hora de que acabara aquel maldito almuerzo.

Pero, despues del almuerzo, a Laide tuvo que ocurrirsele uno de sus caprichos. Antes de salir para Milan, queria ir a ver una pelicula de cierto comico americano. Ya la habia visto una vez en Milan, pero era bonisima. Cuando una pelicula era buena, era capaz de verla hasta diez, doce veces.

Por desgracia, era domingo. Antonio no tenia necesidad alguna de estar en Milan a las cinco y, naturalmente, tambien Marcello estaba libre.

Montaron de nuevo en el coche con direccion al cine indicado por Laide. Durante el trayecto, ella vio al fondo de un espacio abierto los anuncios de otro cine.

«Espera, espera», dijo, ?que echan?

«No», dijo Marcello, «ese es un cine hediondo, estara lleno de reclutas».

Antonio reanudo la marcha.

«Pero, ?que echan?»

«No se», dijo Marcello, «me parece haber visto la palabra 'beso'».

«?Que clase de beso?»

«Pues en la boca, supongo», y puso una sonrisa antipatica, «?o tu prefieres en otros sitios?»

«?Corta ya!», dijo Laide, dura. «Ya sabes que esas bromas me atacan a los nervios».

Llegaron al cine con el tiempo justo. Dejaron el coche a la sombra para que el perrito no tuviera demasiado calor y entraron. No habia casi alma viva. Se sentaron, en el gallinero, con Laide en el medio. Era una pelicula en color, para Antonio de una idiotez insoportable, pero, en aquella situacion hasta una obra maestra habria sido para el como un veneno.

En cambio, Laide estaba feliz. Todo la hacia reir, de forma exagerada, parecian carcajadas casi histericas. En determinado momento Antonio se dio cuenta de que Laide, con su mano izquierda, habia cogido la derecha de Marcello y la apretaba, como hacen los enamorados. ?Supondria que Antonio no lo veia? Entretanto, miraba la pantalla sin dejar de soltar carcajadas. Era la historia de un joven que tenia que cuidar de tres crios insoportables, que no eran hijos suyos, y hacerles de nodriza: un repertorio de cretinadas de manicomio. Ahora las dos manos juntas se encontraban en el regazo de ella; mas aun: Laide se aparto despacio hasta apoyarse en el hombro de Marcello.

El descaro de aquella maniobra era tal, que Antonio se quedo paralizado. Habria sido tan facil decir 'que os divirtais', salir, descargar el equipaje de ella y marcharse para siempre. Comprendia que ningun otro hombre habria dejado de hacerlo. El, no: cuanto mas atroz era la humillacion, mas insoportable le resultaba la idea de perder a Laide.

La miraba continua y fijamente, con la cara vuelta ostensiblemente hacia ella, pero Laide no parecia advertirlo, sino que de pronto, sin mirar, alargo la mano derecha buscando una mano de Antonio. Este le susurro al oido:

«?No tienes bastante?»

«?Oh, no!», respondio Laide, fingiendo no haber entendido. «Me divierto con locura, me parece tan gracioso».

XXVII

Si, una manana llego el gran momento, por fin. Sucedio asi: nada mas despertar, al instante empezo, como de costumbre, a pensar en ella, Laide, y noto que no sentia dolor, tocaba la llaga y ya no le dolia, probo dos o tres veces mas a pensar en Laide, lo hizo con determinacion e incluso con desafio, pero la angustia no llegaba. Fue una sensacion indecible: el milagro. Tenian razon los que le habian dicho que… Se levanto de la cama y se puso a saltar en la alcoba, daba autenticos saltos de alegria, como enloquecido. No obstante, dado su temperamento, siempre aprensivo, se mantenia en guardia y se lavo y se vistio con los oidos aguzados por si reaparecia el enemigo, pero durante la noche este habia levantado el campo misteriosamente. Pensaba en Laide, se imaginaba que en aquel preciso momento estuviese en la cama con un tipo cualquiera haciendo esas cosas, se imagino incluso que estuviese haciendo una cosa aun peor y penso con perfidia en todos los posibles detalles, pero la angustia no llegaba. Entonces salio de casa y caminaba como ya habia perdido la costumbre de caminar: como un hombre libre y civilizado; en cambio, antes caminaba como un… no, no caminaba, era mas exacto decir que se arrastraba, que huia, que se precipitaba siempre con aquel temblor dentro. Entonces le dieron ganas de hacer algo que llevaba muchos meses sin hacer, algo de lo mas cretino, pero que, aun asi, indicaba la curacion: penso en cruzar el parque a pie. Aunque hiciera mucho calor, ya casi habia pasado una hora desde que se habia despertado, ya podia estar seguro de que estaba deseoso de ir al estudio, saboreaba por adelantado la satisfaccion de mirar el telefono con indiferencia y desprecio: ya podia sonar lo que quisiera, que el le dejaria sonar siete, ocho veces antes de levantar el auricular y tal vez ni siquiera lo levantara, ademas, y hacerlo no le costaria nada. Tenia ganas de hablar del trabajo con sus colegas, tenia ganas de reir: ?ah, que maravillosa era la vida!

Pero, cuando estaba atravesando la explanada en la que se encuentra la pista de cemento para patinar, a aquella hora aun desierta y avanzaba a pasos magnificos, iluminado de lleno por el sol, sintio algo que parecia venir de dentro.

'No', se dijo, 'es un ultimo eco de la enfermedad, inevitable, un amago, una cosa de nada. Seguro que ahora pienso de nuevo en Laide tendida y desnuda en la cama y abrazando a un maromo y, aunque le tenga metida toda la lengua en la boca e incluso cosas peores, soy capaz de pensar y sera como pensar en el boletin de la Bolsa y en el problema del aparcamiento'.

No obstante, no tuvo tiempo de reconstruir mentalmente aquella sucia escena, porque la ola pestifera, en lugar de disiparse, se hincho en el interior de las visceras y de pronto, sin razon alguna particular en el mundo, Antonio se sintio completamente desdichado. Intentaba, intento, dos o tres veces volver atras mentalmente y trasladarse al estado de pocos minutos antes: el sublime sentido de libertad se habia esfumado, era un espejismo increible, de los que se leen en ciertos libros, pero no pueden ser reales. Mas aun: aquel brutal salto de la libertad a la carcel le hizo sentir, aun mas dolorosa, la enfermedad que lo tenia atrapado. Asi, que ya no caminaba, de nuevo arrancaba con el temblor habitual a traves de la jornada que estaba por comenzar. El yugo habia vuelto a caerle encima y a hundirse aun mas profundamente en su carne. Entonces, por primera vez, tuvo una sensacion de miedo. Se volvia cada vez mas mezquino y vil, a veces totalmente abyecto, como un conejo desconcertado, el poco trabajo que aun lograba hacer le costaba esfuerzos enormes y resistia solo porque, si se hubiera desplomado en el trabajo, no habria podido conseguir el dinero para Laide.

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