»No se si te habras dado cuenta, pero yo, aun queriendote cada vez mas, no estoy nada contento. No hace falta decirte lo que va y lo que no va entre nosotros. Tu eres lo bastante mujer para adivinarlo y lo bastante inteligente para comprender que ciertas frialdades y ciertos desaires pueden hacer mas dano que una traicion propiamente dicha.

»A mi me parece que tu me has pedido mucho y no me refiero al dinero. Aparte de la dificultad para telefonearte, para reunirme contigo, para verte, para estar juntos unas horas -y solo Dios sabe lo que he sufrido en el pasado por ello-, me refiero a tantas otras cosas que sabes perfectamente, como el antipatico papel que me haces desempenar con Marcello, sin entrar a analizar lo que son tus verdaderas relaciones con el. Me parece que a veces exageras. Despues de tres meses en los que has tenido todo el tiempo para darte cuenta de lo mucho que te quiero y de los sacrificios que hago para demostrartelo bien, tu me correspondes con actitudes casi siempre de frialdad, aburrimiento y cansancio. Tu me has dicho mas de una vez que entre una mujer y un hombre siempre es necesario un periodo de rodaje, pero este es un rodaje de cien mil kilometros, me parece a mi. Si, tu eres diligente en los pequenos compromisos cotidianos, de telefonear, venir, etcetera, pero, ?nunca un arrebato, nunca un palpito de afecto o bondad!

»Lo grave es que, si debiera continuar asi, acabaria encontrandome en un estado de humillacion mortificante que no podria soportar.

»No me gustaria, querida Laide, que tu hubieras confundido mi amor con una debilidad sin limites. En determinado momento un hombre debe saber abrir los ojos, aunque este enamorado, y afrontar la realidad, cueste lo que cueste.

»Espero no tener que llegar a eso, pero, para no llegar, debemos ser los dos los que no lo deseemos. Esa es la razon, Laide querida, por la que te escribo: para que tu te des cuenta de que nuestra situacion, asi como esta, no puede durar.

»Me preguntaras que quiero. Quiero simplemente que tu me respetes como hombre y no me hagas desempenar mas el papel exclusivo de tio pagano, de algo asi como un comodisimo tio de alterne, y que tengas conmigo las actitudes que tienen todas las mujeres con la persona a la que estan unidas: por afecto o incluso por interes.

»En el fondo no te pido mucho, despues de todo lo que he hecho y hago por ti y que me gustaria hacer tambien en el futuro. Pero eso, querida, dependera solo de ti.

»Ahora continua en paz tus vacaciones, pero procura pensar un poco, si puedes, en esta historia nuestra que comenzo como algo sencillo y poco a poco ha llegado a ser dolorosa para mi.

»No se como acabara esto. Mira a ver si puedes arreglarlo. El amor o el afecto o incluso solo la costumbre de verse de dos personas, aun cuando no haya pasion, debe ser al menos un sentimiento humano de bondad y dulzura.

»No te sorprendas de esta carta repentina. He querido decirte todo lo que llevo dentro, entre otras cosas para que en el futuro tu no tengas que asombrarte de nada.

»Pero ahora basta, diviertete, ponte muy morena y muy guapa y no olvides dar senales de vida.

»Un abrazo muy fuerte.»

Esta fue la tercera version despues de un par de pruebas. La escribio con un boligrafo, la transcribio a maquina y despues penso que seria mas amable y tambien mas eficaz escribirla a mano y la copio con caligrafia clara con la estilografica. La leyo, la releyo, la metio en un sobre y escribio la direccion. Despues lo penso mejor, abrio el sobre, la releyo otra vez y se dio cuenta de que era una carta en conjunto odiosa, llena de fariseismo e hipocresia, de cobardia tambien, peor aun: ridicula. ?Esa suplica de dulzura, de bondad, porque le soltaba cincuenta mil a la semana! De pez gordo, nada: un pez gordo lo habria hecho mejor. Asi, pues, decidio no echar la carta, se lo diria de viva voz cuando volviera a Fonterana a recogerla. Si, de viva voz muchas cosas se suavizan y podria adaptarse poco a poco a los humores y las reacciones de ella.

Pero, cuando fue a recogerla a Fonterana, quince dias despues, no pudo hablar con ella como queria, porque estaba tambien Marcello.

Ella estaba esperandolo delante del hotel y fue a su encuentro de repente hasta el coche:

«?Uf!», se apresuro a decir. «Te vas a enfadar, pero no es culpa mia. Ese pelmazo. ?Esta empezando a volverse una lata, que no veas!»

«?Quien? ?Marcello?»

«?Quien va a ser? Se ha enterado de que me marchaba y ha querido venir a despedirme y ahora no se como quitarmelo de encima».

«?Que quieres decir? ?Que vendra a comer con nosotros?»

«No se nada. Por otra parte, no puedo quedar mal. Conmigo siempre ha sido amable. Bueno, ahora ven un momento arriba, que necesitaras refrescarte un poco, con este calor».

Evidentemente, el, Antonio, debia de haber puesto cara de fastidio. Con aquel «ven arriba», Laide queria apaciguarlo: una demostracion de intimidad precisamente ante los ojos de Marcello, que estaba esperando en el vestibulo, una premura sin precedentes.

Antonio no tenia el menor deseo de refrescarse, pero la siguio arriba. El equipaje estaba ya listo. Todo estaba en orden perfecto.

«Como comprenderas, este asunto de Marcello es bastante antipatico».

«?Te refieres a que haya venido?»

«Pues si, la verdad».

«Yo he sido la primera en decirtelo, ?no? Pero, al fin y al cabo… si entre el y yo hubiera algo, lo entenderia».

«?Y tu lo has visto todos los dias?»

«?Nada de todos los dias! Figurate, en dos semanas nos hemos visto tres veces; ademas, es que el tiene mucho trabajo… Ah, ?quieres saber una muy buena? Pero, si te lo digo, despues no te enfades, es solo para que veas lo chismosa que es la gente… ?Sabes lo que creen aqui, en el hotel, que eres tu? Solo por haberte visto un momento aquel dia… Creen que eres su padre».

«?Padre de quien?»

«Padre de Marcello».

«?Ah, estupendo! Y entonces Marcelo, ?quien creen que es? ?Tu marido?»

«?No gastes bromas! A los pocos a los que se lo he presentado les he dicho que era mi primo».

Antonio miro las dos camas, juntas, si bien cada una con sus propias sabanas y colchas. Una de las dos estaba intacta, como si nadie se hubiese sentado siquiera encima. Al mismo tiempo, recordo que Laide, antes de que el la llevara a Fonterana, le habia rogado que, al escribirle, pusiera 'senora', en lugar de 'senorita'.

«Si saben que estas casada, en los hoteles te respetan mucho mas. Total, como llevo la alianza de mi pobre madre».

En el momento, no le habia dado importancia: un estupido capricho de chiquilla. ?Y si hubiera sido, en cambio, un ardid? Asi Marcello podia ir a dormir con ella al hotel sin que nadie tuviera nada que objetar.

'Si asi fuese', penso, 'la pernoctacion de el deberia ir incluida en la cuenta y seguramente ella ya la habra pagado. Quiero verla'. (Pero aun no estaba pagada la cuenta, la pago el y no encontro nada sospechoso en ella, cosa que lo tranquilizo un poco. Habia que descartar que en el hotel hicieran la vista gorda ante esas cosas. ?O acaso en la pension completa de ella iba incluida la disponibilidad de las dos camas?)

Bajaron. Marcello saludo a Antonio con mansa deferencia. Cuanto mas lo observaba este, mas se calmaban sus sospechas: era un muchacho fisicamente bien plantado, pero de cara torpe, casi obtusa, sin vida, decia cosas corrientes, sin gracia. Cuando hablaron de partir -iban a ir a almorzar a Modena-, el no pidio explicaciones: como si entre ella y el hubiera quedado todo concertado.

Marcello fue por delante en la moto. Antonio y Laide seguian en el coche. A la entrada de la ciudad, encontraron a Marcello apeado: habia tenido un pinchazo. Dejo la moto en un taller y monto tambien el en el coche y se acomodo lo mejor que pudo en el asiento posterior entre el abundante equipaje.

Aquel almuerzo entre tres fue como un castigo. El queria mostrarse gracioso, a costa de hacer el papelon de cornudo contento, pero no resultaba facil encontrar temas idoneos.

Fue Laide la que en determinado momento, probablemente para interpretar una comedia que tranquilizara a Antonio, se puso a provocar a Marcello.

«Y anoche, que era sabado, ?que hiciste? Irias tras algunas faldas, como de costumbre».

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