«Yo ahora me voy a ir», dijo Antonio.
«Acompaname hasta un cine aqui cerca», dijo ella.
«?Al cine a esta hora?»
«Si, asi salgo a las cinco: a las cinco y media voy a encontrarme con Marcello en la plaza».
Montaron en el coche, Antonio estaba que bramaba, el perrito se le subio a las rodillas y se puso a roerle los botones de la chaqueta.
A medio camino, Laide cambio de idea o tal vez no se tratara de un cambio, sino que desde el principio pensaba pedirselo, pero no se habia atrevido a hacerlo.
«Mira, hazme el favor, baja por esta calle a la izquierda».
«?Para que?»
«Ahora parate en la esquina».
«?Quieres apearte?»
«No, mira, ten la amabilidad: la primera o la segunda calle a la derecha es Via Cipressi, en el numero 6 esta la pension en la que se aloja Marcello. ?Te importaria ir a ver si esta? Mira, esta de pension en casa de una senora, yo prefiero no dejarme ver».
«?Y tengo que ir precisamente yo?»
«?Que tiene de malo? Deben de ser menos de cincuenta metros».
'Estas son las ocasiones para demostrar que eres un hombre y no un pelele', penso Antonio, 'rebelate, dile que te pida cualquier cosa, menos hacerle de alcahuete'.
Pero Laide estaba inquieta; si el hubiera puesto pegas, habria sido capaz de dejarlo plantado y marcharse, tal vez para siempre. Se apeo del coche y se dirigio a pie hasta Via Cipressi. En el numero 6 pregunto por Marcello. Se asomo un joven y dijo que Marcello estaba en la obra:
«?Quien lo buscaba?»
«La senorita Anfossi, que esta aqui fuera».
«?Laide?»
«Si».
«Entonces voy».
El joven salio, acompano a Antonio hasta el automovil e intercambio algunos saludos con Laide. Se hablaban de tu. Despues Laide hizo las presentaciones.
«Pepino, disculpa pero no recuerdo tu apellido… mi tio».
Se dieron la mano. Despues Pepino volvio a su casa.
De alli al cine habia poca distancia. Antonio no pudo contenerse, le parecia haber tenido demasiada paciencia incluso.
«Mira, Laide, no consigo comprender como es que no te das cuenta de que ciertas cosas, como minimo, son de pesimo gusto, por no decir que…»
«Por no decir que… ?que?»
«Por no decir que son groserias, si es que quieres saberlo. ?Tenias que mandarme a buscar a casa precisamente de tu…?»
«?Mi que?»
«Bah, dejemoslo».
«Ni dejemoslo ni leches», se puso a gritar ella. «?Es posible que tengas que considerarme siempre una puta? Ya estoy hasta las narices», y se llevo la mano derecha hasta el labio superior. «Es como para volverse loco: ese, que no me toca siquiera, y tu, que haces el amor conmigo siempre que quieres, ?y eres tu el que esta celoso! Ya te lo he dicho muchas veces, con todos tus buenos modales de persona educada, ?menudo eres para ofender tu…! Tu quieres ensuciar los mejores sentimientos, no reconoces que una mujer y un hombre puedan estar bien sin necesidad de follar, en eso eres mezquino, la verdad, se ve, desde luego, que nunca has conocido a una muchacha como Dios manda, solo has tenido tratos con putas, por lo que se ve, y para ti todas son putas y no existen sino putas».
Se habia detenido en un espacio muy amplio. Dos mujeres que pasaban, al oir aquella voz encolerizada se volvieron a mirar.
«Habla mas bajo al menos, ?quieres que lo oiga todo el mundo?»
«Pues que me oigan, me trae sin cuidado, para que te enteres, estoy harta de esta historia».
Antonio callo, vencido una vez mas. Tambien ella habia acabado. Al cabo de unos segundos, intentando mostrarse frio, dijo:
«Bueno, yo ahora me voy, que ya es tarde».
«Adios, te llamare: probablemente pasado manana tenga que ir a Milan; si voy, pasare a verte al estudio».
«Como quieras», dijo el y metio la primera, amargadisimo.
XXVI
Quince dias de alejamiento. Durante quince dias Antonio siguio sin respiracion rumiando para sus adentros la enfermedad que padecia. Si, no tener que sufrir todos los dias esperando la llamada de Laide representaba como un alivio, pero, en cambio, la distancia multiplicaba las imaginaciones funestas. Por la noche, tumbado en la cama, con los ojos clavados en las dos grietas del techo en forma de 7, pasaba las horas muertas cavilando una y otra vez sobre su dolor. Ella lo llamaba cada dos o tres dias; a decir verdad, era siempre puntual, ese era un pequeno alivio, pero necesitaba algo mas.
Rogaba a Dios que le quitara aquel infierno de encima. A saber si no se despertaria tal vez una manana y estaria totalmente distinto, libre, ligero, ?que maravilla!
'Ya son casi las dos de la manana, manana deberia llamarme al estudio. ?Lo hara? ?Que marasmo mas horrendo! Es como tener fuego en la boca del estomago. ?Con quien estara ahora? ?Estara sola? ?Estara bailando en alguna parte? Pero no es eso lo que importa. Del lunes a hoy, viernes, muchas cosas pueden haber sucedido, puede haber aparecido un nuevo interes en su vida. Puede que ni siquiera se acuerde de mi, salvo para la cuestion del dinero. Me encuentro muy mal. Los tranquilizantes son como agua. No consigo estar sentado ni tampoco estar en la cama. ?Donde estara? Lo tremendo es que no puede haber esperanza, aunque me llame, aunque siga viniendo conmigo, pero, ?por que no habria de volver aun conmigo, al menos una vez? He decidido decirselo todo: que al menos lo sepa, que no pueda haber malentendidos. Despues, que haga lo que le parezca. He decidido escribirle todo. Mejor un no definitivo con ruptura, dolor y larga melancolia que esta ansiedad insoportable. Dormir, dormir: esa es la unica tregua.'
Pero despues al despertar, esfumados los ultimos retazos del sueno, ?que sensacion de angustia, de condena! El pensamiento buscaba en seguida en derredor: ?por que? ?Por que? ?Ella! Y entonces el corazon se ponia a latir, el cerebro se llenaba con aquel pensamiento obsesionante, fijo, profundo, que invadia toda la conciencia y la cerraba sin dejar escapatoria. Pensara en lo que pensase -o, mejor dicho, intentara pensar-, siempre estaba ella por medio, que obstruia la entrada. Se decia: 'Es absurdo, no vale la pena, no se lo merece'. Si, si, argumentos optimos, todos ellos, pero el dia en que renunciara, en que no insistiera mas, en que transformase el ansia en dolor lacerante, ?que le quedaria ese dia? El vacio, la soledad, la perspectiva de un futuro cada vez mas triste y muerto. ?Dios, ayudame!
Penso en mandarle una carta, nunca habia costado tanto ajetreo mental un tratado de paz. Debia hacerla sencilla, emplear palabras corrientes; si no, tal vez no la comprendiera, hacerle entender que estaba decidido, pero no ir demasiado lejos, decirle las cosas duras que debia decir sin ofenderla, sin afectar a aquella extrana dignidad que tanto valoraba ella y al tiempo mostrarse comprensivo y afectuoso. El dia siguiente le salio la carta siguiente:
«Querida Laide:
»No te asustes con esta carta. Leela con toda la calma, tal vez tumbada al sol o esta noche antes de dormir, no hay la menor prisa. Pero se trata de cosas que te incumben y que siento el deber de decirte. La tranquilidad de las vacaciones te permitira pensar con claridad sobre ellas. Se trata de lo siguiente: