sus amigos a sus palacios y a sus quintas les ofrecian manjares exquisitos, licores y champan en cantidad, gastaban centenares de miles de liras para alegrarlos, pero en modo alguno se les ocurria hacerles llegar a su habitacion una hermosa jovencita dispuesta a obedecer ordenes y, sin embargo, ese era el maximo deseo de todos, sobre todo hacia la noche todos pensaban en eso, pero nadie debia saberlo, se nacia, se crecia, se envejecia y se moria como si el amor fisico fuera, si, algo agradable, pero no tan importante, y, sin embargo, era lo mas importante de todo y el habia sido un idiota e hipocrita por no haberlo reconocido hasta entonces, pero ahora si, se daba cuenta, porque se sentia herido, se daba cuenta de lo mucho que miraban a una jovencita como Laide por la calle e incluso le silbaban. Un dia habia acudido a su estudio con un vestidito de ninfita, con falda ahuecada y cortisima y se habia recogido su negro pelo en una trenza compacta y con su carita impertinente y picarona podia aparentar quince, dieciseis anos como maximo y, cuando habian salido, los peones de albanil, que comian sentados en el suelo, al otro lado de la calle, lanzaban largos silbidos y ella se contoneaba de forma bastante indecente, completamente divertida, y a el mismo le habia dado placer. ?La Virgen! Disponer de una nena semejante a los cincuenta anos, ?a quien le importaba que fuera o no por dinero? El caso era que ella se acostaba con el y los otros se morian de envidia. Lo envidiaban, lo envidiaban y ahora era el quien expiaba ese gusto, porque en ese caso la envidia era solo el deseo de poseer a Laide, tambien gustaba a los otros, ?y por que no habria de gustarles, con lo extraordinariamente provocativa que era, no sensual, entendamonos, sino provocativa, que es algo distinto? Naturalmente, seguia mirando el reloj, eran ya las diez y veinte, llevaba cincuenta minutos esperando, pero ni siquiera cuando estudiante habia esperado tanto. Si entonces se hubiese marchado, ella no habria podido protestar. 'Mas aun: habria sido mi deber elemental de decencia; si sigo esperandola, es absolutamente innoble; ahora, seguro, ella ya lo da por hecho, seguro que esta convencida de que yo me he ido: ni siquiera enamorado perdido se pueden rebasar ciertos limites. ?Y si, despues de todo, viniese?'
El tormento era tal, que tenia la sensacion de estar perdiendo anos y mas anos de vida. Ahora era un automata, un automata idiotizado, y de repente ella salio, imperterrita con su firme e imperioso paso, cuando ya eran las diez y cuarto.
«?Sabes que me has hecho esperar una hora y cuarto?»
«Pues, por si te interesa», dijo ella sonriendo, «te dire que una vez a Marcello le hice esperar en la plaza San Babia una hora y tres cuartos y tendrias que haber visto como llovia».
Por desgracia, el no lograba tomarse aquellas cosas en broma, estaba enamorado y, por eso, carecia del menor sentido del humor, se daba cuenta, pero era algo que podia mas que el.
«Entonces, ?reconoces que lo has hecho a proposito?»
«?A proposito? ?Si todavia esta todo el recibidor por hacer!»
«Entonces, ?por que has estado mirando la television?»
«?Mirando la television yo?»
«Si, desde aqui lo he visto perfectamente. Se ha apagado la luz en la sala, pero despues abajo, a la izquierda, se ha encendido una luz azul, el reflejo precisamente de la television».
«?Tu estas sonando! ?Imaginate si iba yo a estar viendo el debate politico!»
«?Y como sabes, entonces, que era el debate politico?»
«Porque lo anunciaron ayer. Debia ser el Musical, pero lo han aplazado hasta las once menos cuarto».
«?Que mala leche! Entonces esta noche nada de Musical».
«?Por que?»
«?Donde vas a encontrar un restaurante con television?»
«No importa. Vamos aqui cerca. Hay una chocolateria en la que ya he estado otras veces».
«?Una chocolateria?»
«Si, ?por que no? ?Acaso te daria verguenza?»
«?Y la cena?»
«Pues despues vamos a cenar».
XXV
«Oye», dijo ella.
Estaban recorriendo en el coche los bastiones de Porta Venezia en direccion a la casa de Corsini. Era un dia de sol, pero ya flaccido y grumoso, como suelen ser los veranos de Milan, «mira, tengo que pedirte un favor; te lo pido con el corazon, no debes decirme que no».
«Si puedo, con mucho gusto».
«Si que puedes y lo necesito mucho. Ya sabes que me voy a ir unos dias de vacaciones: las necesito mucho, el aire de Milan siempre me ha sentado mal».
«Por la parte de Sassuolo me dijiste, ?no?»
«Si, en Rocca di Fonterana».
«?Has estado ya alli alguna vez?»
«Debo de haber estado por lo menos cuatro anos seguidos: me llevaba siempre mi madre».
«?Y que favor es ese?»
«Mira, deberias acompanarme; si no, no se como voy a arreglarmelas con las maletas y todo lo demas y el perrito».
«Y alli estara, naturalmente, Marcello, tu amorcito».
«Oye, deja ya de llamarlo 'mi amorcito', sabes mejor que yo que es como un hermano y, ademas, el trabaja abajo, en la obra, a diez kilometros de Modena; en quince dias vendra a veme, si acaso, dos o tres veces».
«Pero reconoceras que es un caso un poco curioso: un joven que tendra unos veinticinco anos; si va tras ti, no sera para leerte poesias, me imagino que no sera impotente precisamente».
«Ni curioso ni leches. Si no quieres creer, alla tu, contigo no sirve de nada ser sincera. Por si te interesa, desde que nos conocimos no he vuelto a casa de Ermelina e incluso el otro dia me llamo: habia un senor aleman que llevaba meses queriendo venir conmigo y ella me dio una cita para la noche y ni siquiera fui».
«Cita, ?donde?»
«Teniamos que vernos en el Contibar».
«?Y ni siquiera avisaste?»
«?Y a quien le importa? Por lo demas, si no quieres acompanarme, no lo hagas, buscare a alguien mas amable que tu».
«?Y quien te ha dicho nada? De acuerdo, te acompanare».
«No, porque tu con esa historia de Marcello siempre me fastidias. En cambio, deberias agradecerme que me vea con alguien con quien no hago nada malo».
«?Y cuando quieres partir?»
«El lunes».
«?Y por que el lunes precisamente? ?No seria mas comodo el domingo?»
«No, el domingo hay un follon de aupa».
«?Adonde vas? ?A un hotel?»
«Si, es un hotel nuevo. Me han dicho que se esta bien y no es caro».
El lunes por la manana habia nubes grises y Laide tenia nauseas, decia que no habia pegado ojo y estuvo adormilada hasta Lodi, donde quiso parar en un bar para tomar un cafe con tres medias lunas. El cielo estaba aclarandose hacia Levante.
De repente, despues de Parma, Laide empezo a cantar. Habia salido el sol y se habia puesto un panuelo que la hacia parecer una campesinita, pero no cantaba canciones de moda, sino que recurrio al repertorio de las canciones procedentes de las lejanisimas profundidades del pueblo, groseras y vulgares tal vez, sin nostalgias ni zalamerias, historias de cuartel y de taberna, cargadas de doble sentido, pero fuertes y autenticas.
No cantaba con groseria, sino con libertad, no con picardia, sino como una golfilla que de repente volvia a encontrar en si misma el aire de las calles y los patios, de cuando era nina y se peleaba con los companeros golpeandose con ganas, de cuando hincaba el diente en las pantorrillas de las mayores, sentadas en los jardines, de cuando bajaba al sotano en busca de sus amigos ratones y una vez se habia llevado uno a casa que pesaria por lo menos medio kilo y se mantenia en sus brazos tan contento y le lamia las manitas.