Antonio recordo que una noche en Milan, debia de ser hacia las dos, lo habia despertado un canto ritmico y soberbio; debia de ser un grupo de muchachos en bicicleta que iban y venian por la avenida sin dejar de cantar y al principio no habia entendido que era y despues reconocio la vieja cancion del deshollinador. La habia oido cien veces, tambien los campesinos la cantaban en el campo, alli donde iba de nino, tal vez el mismo la hubiera cantado en la montana y siempre le habia parecido vulgar, pero aquella noche los desconocidos muchachos la transformaban en algo bellisimo y potente, una balada llena de rabia y anoranza que surgia de las visceras de Milan; no eran, desde luego, coristas educados, eran muchachos del pueblo que habian trasnochado y a saber si no estarian borrachos, pero tanta era la precision, la fuerza, la medida, tan perfecto era aquel arrogante abandono, que no lo parecia. Si, cantaba de ese modo la antigua ocurrencia trivial que se habia convertido en un himno, un juramento secreto, un desafio misterioso.

Antonio comprobo, estupefacto, que Laide la cantaba de identico modo, el mismo ritmo de martillo, el mismo impetu, como si volviera a encontrar en ella lo mejor de si misma, el sentido genuino de la vida.

No cesaba de volverse a mirarla, nunca la habia visto tan bella, una pureza conmovedora, una alegria de estar en el mundo y Antonio, estupidamente, se sintio orgulloso: no, no era una de tantas muchachas freneticas y desvergonzadas, aquella era una criatura humana en toda la amplitud del termino, asunto importante.

«Por favor, cantala otra vez».

Ella se rio y volvio a empezar y despues, sin intervalo, paso a otras cancioncillas de reclutas o de prostibulo precisamente, pero una vez mas las convertia, a saber como, en cosas nobles y antiguas, evocadoras, a traves de las paginas de Manzoni, de los vivac de los lasquenetes.

Despues se callo de pronto, presa de nuevo de aquella frecuente tension nerviosa suya, como de animalito amenazado y, cuando el le rogo que continuara con Urca uei, dijo:

«?Hay que ver que pesado eres!»

En un instante parecia haberse vuelto otra.

Pero, entretanto, habian salido de la autopista del Sol y la carretera se acercaba serpenteando a las colinas entre prados y arboles muy bellos y bastante solitarios.

«No estan nada mal estos sitios», dijo el por decir algo, con el estupido embarazo que sentia siempre cuando estaba solo con una mujer a la que conocia desde hacia poco.

«?Tu nunca habias estado?»

«Es la primera vez», dijo el, «y probablemente sea tambien la ultima».

«?Por que?», pregunto ella con intuicion fulminante, al tiempo que se volvia a mirarlo.

«Porque, querida Laide, lo veo clarisimo: tu eres una muchacha muy atractiva y yo te quiero mucho, pero la nuestra es una historia desgraciada; cuanto mas avanzo mas claro lo veo: aparte de la ayuda que te doy, ?que puedo ser para ti? En determinado momento hay que tener el valor de mirar las cosas de frente. ?Piensas simplemente en la diferencia de edad?»

?De donde habia sacado la fuerza para decirle esas cosas que cien veces habia decidido decirle y nunca habia tenido valor para hacerlo? ?Y adonde queria ir a parar? ?A que conclusion queria llegar? El mismo no habria sabido decirlo; mas aun: no habia acabado de hablar, cuando ya se habia arrepentido de haberlo hecho: tal vez fuera un paso en falso, tal vez ella le cogiese la palabra. ?Y si ella hubiera respondido que si, que le daba la razon, que comprendia perfectamente que era mejor separarse? Ante esa idea, sintio aquella sensacion terrible: como un remolino de retortijones a la altura del estomago.

Pero Laide no respondio que si. Sin dejar de mirar la carretera, dijo tranquilamente:

«No, mira, tu sin mi no puedes vivir».

En aquel momento Antonio comprendio que todo era inutil y que estaba perdido. Ella miraba, con la vista fija, la carretera, que giraba suavemente entre los prados, no me miraba a mi, que iba sentado a su lado y conducia el coche, un modesto seiscientos de cilindrada, pobre, insignificante coche inadecuado para ella, que iba mal vestida, sin carmin y despeinada, pero para ella en aquel momento hacian falta Ferraris y Daimlers con parachoques de plata y oro, tan brillantes, que se vieran resplandecer y centellear desde lejos, de colina a colina.

'Con su conciencia de mujer, asombrosa a aquella edad, ella habia dicho: 'No, tu sin mi no puedes vivir'. Y yo no consegui responder nada, habria podido rebatirlo con cien frases altaneras, cortantes o ingeniosas y, en cambio, no respondi nada, una vez mas habia fracasado, ella me habia derrotado, la chiquilla me tenia en sus manitas delicadas, amables y terribles, pero no apretaba, apenas habia hecho una leve contraccion para hacerme entender; si hubiera apretado, me habria partido en dos; en cambio, no apreto, ni siquiera sonreia; era tan sencillo, natural, para ella, ni siquiera era un juego, una esgrima, para ella era la cosa mas natural de este mundo, un momento cualquiera de su vida, que en aquel instante ascendia con la irresistible potencia de la hembra.

'Cierto es que era una hermosa y agradable jornada de sol, el campo estaba verde y alegre, ademas de solitario, y las nubes tambien bellisimas, habria sido tan facil, a su lado, ser felices, pero, en cambio, ella habia dicho: 'No, tu sin mi no puedes vivir'. Por eso se habia callado. Si, yo era viejo, un viejecillo mantenido, con todo mi mundo desmesurado, en el calido y tierno hueco de una de sus manitas, bastante graciosas y cuidadas, y, aun asi, una gran energia me mantenia erguido, aunque fuese viejo, era viejo de anos, eso si, pero en cuanto a animo era joven, al menos como ella y probablemente mas; ademas, aquella energia no era mala, no era sucia, aunque para aplicarse utilizara el dinero, era algo un poco estupido, desinteresado y loco que, a saber como, brotaba de un asqueroso burgues como yo, era un toque largo de trompa, era una antena de luz, era tal vez el vuelo silbante y salvaje de un penasco que cae a pico en el abismo, en cuyo fondo se deshara, pero entretanto vive, vive, misericordia de Dios: era el amor'.

Pero llegaron al hotel, era un hotel nuevo y bastante agradable, un poco tipo bungalow colonial. Antonio la ayudo a llevar el equipaje. Le habian dado una habitacion en angulo con dos camas.

«Yo siempre cojo una habitacion con dos camas, a veces siento necesidad de cambiar y, ademas, ya es una costumbre».

«Tambien puede resultar muy comodo», dijo el; sabia perfectamente que ella se rebelaria, pero no pudo resistirse.

«?Como que comodo? ?Ya estas tu otra vez? En cualquier caso, has de saber que yo nunca he dormido toda una noche con un hombre: esa es otra razon por la que no me apetece casarme».

Comprendio que, mientras colocaba sus cosas en el armario, Laide habria preferido que el la esperara abajo, no estaba dispuesta a reconocerle el papel de amante, pero ella misma comprendio que era pretender demasiado. Entonces, para demostrar al personal que entre su tio y ella no habia nada, mantuvo la puerta abierta de par en par. Vestidos, lenceria, zapatos estaban colocados en las maletas, con precision geometrica, cada cosa en su bolsa de celofan. Saco del neceser una bateria de frascos y botellitas, que ni una diva, vamos. Los alineo meticulosamente en el lavabo en dos filas semicirculares. Despues coloco la alfombrilla para el perro, la escudilla de plastico para el agua y otro recipiente especial para la papilla.

Parecia que se encontrara a gusto prolongando aquella operacion, no acababa nunca de alisar y plegar la lenceria, de transportarla de un cajon a otro, parecia que tuviera intencion de permanecer anos en aquel hotel. El miraba el reloj, le habria gustado estar en Milan antes de las cinco.

De vez en cuando, Laide se asomaba al balcon para mirar afuera: tal vez esperara la llegada de Marcello, pero este no aparecio. Al final, a la una y media estuvo lista y bajaron; dijo que preferia ir a almorzar a Modena.

Antonio penso: 'Me da la impresion de que quiere que la vean conmigo en el hotel lo menos posible. ?Por que? ?Se avergonzara de la diferencia de edad? Pero si me hace pasar por su tio. ?O querra tener, por decirlo asi, el campo virgen para la llegada de Marcello? Y Marcello, oficialmente, ?que papel deberia desempenar? ?El de primo? ?Novio?»

Ese asunto del tio era para Antonio una continua causa de rabia y humillacion, pero no habia tenido valor para rebelarse. Habria bastado que le hubiera dicho:

«Te advierto que, si me llamas tio delante de extranos, sean quienes fueren, yo voy a decir en alta voz que nunca he sido tio tuyo».

Si, tal vez ella se habria adaptado, pero a saber con que rabia. ?Y valia la pena contrariarla asi, desbaratar sus ingenuas diplomacias de muchacha sola que quiere salvar la cara a toda costa?

Fueron a comer a Modena, fue un almuerzo triste y con pocas palabras. Ahora que se acercaba la separacion, Antonio sentia resurgir la inquietud y se multiplicaban las sospechas celosas.

Cuando salieron del restaurante, eran casi las tres y hacia calor.

Вы читаете Un amor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату