Despues el hombre:

«Mira una cosa, guapa… ?Tu como vives?»

«?Que quieres decir?»

«Digo que si tu vives exclusivamente de estos… caprichitos».

«Yo… yo tengo un amigo».

«?Ah? ?Y afloja?»

«Pues no puedo quejarme…»

«?Viejo?»

«Viejo, no, aunque, desde luego, no es un nino precisamente».

«?Y tu le quieres?»

«?Que cosas dices!»

«?Y te deja libre?»

«?Huy, por favor! No lo hay mas celoso».

«Y entonces, ?como te las arreglas? Para venir aqui, por ejemplo, ?como haces?»

«Muy sencillo. Le digo que tengo una tia enferma y por la noche debo ir a asistirla».

«?Una tia enferma! ?Magnifico! ?Y el se lo ha tragado?»

«Ah, el se lo traga todo».

«Entonces, aclarame una curiosidad».

«?Cual? Si te desnudaras, entretanto…»

«Si te da bastante dinero, ?como es que vienes aqui?»

«Como decia mi abuelo, dinero nunca hay bastante». Una carcajada. «Pero, ?has acabado de desnudarte?… Date prisa, por favor, que tengo frio».

Antonio oyo que la muchacha le susurraba:

«Ahora, ?quieres verlo?»

El dijo que no con la cabeza.

«Anda, que vale la pena… Mira, ahi arriba hay un precioso agujerito en la madera de la puerta… espera que te traigo un taburete».

La voz del hombre:

«Oye, guapa, ?quien hay ahi, en el cuarto contiguo?»

«No hay nadie. ?No ves que esta todo apagado? Anda, venga, que la senora me ha metido prisa».

«?Por que? Despues de mi… ?Hay otra tiita a la que cuidar?»

«No, no, asi, que me dejas sin respiracion… La Virgen, ?como pesas!…»

«Deja ya… ?no tendras miedo de quedar estropeada?»

Antonio se alzo con prudencia sobre el taburete, ayudado por la muchacha desconocida. En efecto, ahi habia un agujero por el que se podia ver.

Ahi tenia la horrenda escena, tantas veces imaginada, como el infierno, la destruccion de su vida misma: el cuerpo blanco y musculoso de un joven arrodillado en la cama y a horcajadas sobre ella, que estaba boca arriba, pero no se le veia le cara. El solo veia las piernas desnudas y abiertas. ?Estarian besandose?

De improviso el se levanto, como si ella lo rechazara, y entonces ella se irguio y se quedo sentada, apoyandose en las almohadas. Ahi estaba la cara.

Pero no era ella. Era la cara de Flora, la cara de su secretaria del estudio, la cara, toda pintada, de la vieja que le habia abierto la puerta poco antes, pero no era ella. Era una mujer horrenda. Era una cara ancha e hinchada, de mastin. Tras entreabrir los labios, miro fijamente el ojo de Antonio a traves del minusculo orificio de la puerta y se rio y se rio, se abrio de par en par con una carcajada salvaje.

Antonio se desperto sobresaltado, sorprendido de haberse quedado dormido en el sillon de su alcoba. ?Dios, que sueno!

Entonces, ?no era cierto? Entonces, ?la realidad era completamente distinta?

Pero la infame sombra de la pesadilla estaba dentro de el, llenaba el cuarto, se estancaba sobre el mundo.

XXXIII

Despues todo cayo en un precipicio y sin golpes, asi como la desventura por mucho tiempo temida se presenta de improviso al hombre en forma descarnada, con formalidades triviales y el entendimiento no acaba de concebirla.

Por la manana el teniente Imbriani le telefoneo al despacho. Estaba casi mortificado por las previsiones que la realidad desmentia.

Existia el asilo, existia la tia enferma, pero el enfermero jefe excluia de la forma mas precisa las velas nocturnas por parte de los parientes. Por la noche los parientes estaban excluidos. Una muchacha que respondia a las senas indicadas habia acudido de visita un par de veces con una senora, por la tarde, en las horas permitidas. Nada mas.

«?Debo proseguir las investigaciones?»

«No, gracias. Con eso tengo bastante».

No sintio dentro de si la punzada. Al contrario, una tension exaltada lo sostenia. La sensacion casi increible de libertad que infunde el amor y en particular el amor desdichado es tan intensa, que en el primer momento permite afrontar la desgracia como con furia. Es como una liberacion, algo semejante. Antonio recordo que asi sucedia en la guerra, cuando el desencadenarse del fuego rompia la exasperante espera y el miedo se transformaba en una energia tensa y fria.

Laide le telefoneo a las once. Segun dijo, habia pasado la noche con su tia y estaba muy cansada, iba a intentar descansar un par de horas. Para almorzar tenia que ir a casa de su hermana.

«Entonces, ?tampoco hoy nos vemos?»

«No se. Podrias venir a recogerme en Via Squarcia».

«?A que hora?»

«?A las dos y media?»

«Pero te ruego que no me hagas esperar como de costumbre».

Aquella maldita Via Squarcia, aquellas tormentosas subidas y bajadas en la acera opuesta las recordaria mientras viviera, pero no le dijo nada. Antonio no veia la hora de verla, de arrojarle a la cara lo que sabia, de verla desenmascarada, por fin. La odiaba, le habria gustado verla muerta, con gusto la habria estrangulado: los dos pulgares hundidos en su blanco cuello liso, la boca abierta de par en par con su boquita, con todos sus bonitos dientes.

Pero, al cabo de una hora, Laide le telefoneo de nuevo. Por desgracia, a las dos y media no podian verse. Debia correr de nuevo al hospital: su tia habia empeorado. Antonio debia tener paciencia: peor, en el fondo, lo pasaba ella, Laide, que habia de llevar aquella vida dia y noche».

«Bueno, pero me parece que estas exagerando».

«?Como que exagerando? Me gustaria verte a ti solo en el hospital como un perro».

«No, digo que exageras conmigo. Ya me parece…»

«Oh, Antonio, no me digas eso. Precisamente cuando estoy muerta de cansancio y un dolor de cabeza me tiene deshecha, si tambien tu te pones a darme disgustos…»

«En una palabra, ya veo que tampoco vamos a vernos hoy».

«No, mira, se bueno y hazme un favor. ?No podrias ir a mi casa hacia las tres y media? Picchi no ha comido desde ayer. En la nevera encontraras un paquetito con carne picada. Esperame alli. A las cuatro voy o te telefoneo».

«?Que vas a venir!»

«A poco que pueda, te prometo que voy… ?Como si de mi dependiese!»

A las tres y media en casa de Laide. El perrito estaba comiendo. Era uno de los primeros dias suaves, no se podia decir que fuese la primavera, porque en Milan esta no existe y, aunque hubiese sido la mas radiante, para Antonio no habria existido, pero el invierno ya se habia acabado.

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