Se paseo por el piso contemplando las numerosas cosas estupidas y bonitas que recordaban a los dias perdidos para siempre: las munequitas, los munecos, las estatuillas, los frascos de perfume, el vestido amarillo y naranja, el vestido verde con flores, el vestido rojo.
Abrio el armario, levanto la manga del vestido amarillo y naranja, la toco, la olfateo, le dio un beso: total, nadie lo veia. Si, aquella era en verdad la ultima vez, tenia que ser por fuerza la ultima vez.
Entonces se le ocurrio que abajo, a la izquierda, en el armario Laide tenia las fotografias y las cartas. ?Indiscreto? Ese escrupulo, en su situacion, habria sido el colmo de la imbecilidad.
Encontro la caja de carton con todos aquellos recuerdos. Se sento al borde de la cama y empezo a examinar y leer.
Habia una extrana carta de ella sin acabar, sin fecha, dirigida a un tal Stefano Doglia. Parecia el intento de reanudar una vieja relacion.
'Si', estaba escrito, 'tu me llevabas a comer y de paseo, pero todas las veces era lo mismo. Tu seguias hablando del trabajo con tus amigos, a mi ni siquiera me dirigias la palabra, pero, ?pobre de mi, si se me ocurria hablar con alguno! Sabes que yo estaba enamorada de ti, pero tus continuos y absurdos celos eran una gran pena para mi'.
'Entre dos que se quieren', continuaba con un repentino cambio de tono, 'la confianza reciproca es lo esencial. En cambio, tu me tratabas siempre como a una puta, bien se veia que yo para ti era solo…' Y alli se interrumpia el escrito.
Abrio otra firmada por un tal Tani. Era de la epoca en que Laide estaba en la clinica.
'Tu carta, amor mio, me ha excitado como nunca. Oh, si hubiera sabido antes que tu me querias siempre tanto. Si, encantadora Laide, apenas me lo permitan los compromisos del trabajo y espero que sea en breve, volare en seguida a Milan para reunirme contigo. Entretanto, recibe todos mis besos, todo mi cuerpo, ?todo mi amor!'
Y despues encontro las cartas de Marcello, debia de haber una docena, pero a Antonio le basto una.
Marcello le escribia desde Modena para anunciarle que habia reservado una habitacion con dos camas en el hotel de Fonterana.
'Pero ten en cuenta -me apresuro a decirtelo- que en la obra ahora hacemos jornada continua, por lo que me resultara imposible dormir todas las noches contigo…'
Despues pasaba al registro romantico:
'No puedes imaginarte, cielo, con que ansia y deseo pienso en tus ardientes caricias, en el rio negro de tu perfumada cabellera, en los palpitos de tu tierno pecho, en el espasmo de tus interminables besos, en tus abrazos sin respiro…'
El telefono.
«Hola. ?Cuanto hace que estas en casa?»
«Media hora, mas o menos».
«?Has dado de comer a Picchi?»
«Si. ?Tu donde estas?»
«Estoy aqui en el cafe de siempre, junto al hospital».
«?Y no vas avenir?»
«Por desgracia, hoy no puedo. Mi tia ha tenido un ataque».
«Entonces mira: tu esperame ahi, en el bar, y yo dentro de un cuarto de hora estoy contigo».
«No, lo siento. Debo volver a subir en seguida».
«Solo tardo un cuarto de hora».
«No, te digo que debo marcharme».
«Entonces hazme al menos un favor que no te cuesta nada. Dame el numero de telefono de donde estas».
«Pero este es un telefono publico».
«No importa. Tendra un numero, ?no? Lee el cartelito».
«No me apetece. ?Que significa esto?»
«Significa que tu no estas donde dices, que estoy harto de estos cuentos, que estoy hasta las narices de que tu me tomes el pelo como al ultimo de los imbeciles».
«Si estas harto, no se que puedo hacer…»
Laide colgo. Su voz temblaba un poco. Impertinente como de costumbre y segura de si, pero el terreno ya cedia bajo sus pies. Llevaba ya unos dias que no sabia maniobrar, parecia que algo la arrastrara, ya no tenia tiempo para organizar la defensa, ya no tenia ganas, apresuradamente intentaba taponar las fallas que se abrian aqui y alla, pero ella misma no lo creia, comprendia que para ella se trataba de una pequena o gran ruina, pero no sabia que hacer, ya no era la puntillosa y orgullosa Laide que caminaba erguida con su paso arrogante, en aquel momento era una muchacha deshecha y avida que se debatia, apatica, para seguir a flote, pero ella misma no lo creia. Pero, ?que la habia cambiado asi? ?Se habria enamorado? ?O era su mundo, del que habia intentado evadirse, el que imperiosamente la reclamaba?
Antonio era presa de la rabia, del odio, de la excitacion de la lucha. Un viento desesperado y dramatico. Era la vida, el no lo advertia, pero nunca en tan pocas horas habia vivido el tanto asi. Derrotado, maltratado, enganado, traicionado y, sin embargo, vivo, idiota, ingenuo, desdichado, vil, si, pero vivo. Mientras se precipitaba, se debatia: era la primera vez que se ponia a luchar asi.
Salio, fue a su estudio, trabajo con impetu, salio a almorzar con unos amigos. Hacia meses que no se sentia tan alegre y seguro. A las once y media se despidio de ellos y se fue a casa de Laide, pero ella no estaba ni habia senas ni mensajes.
Se acerco a la cama y dejo abiertas sobre ella las cartas de Marcello y del otro. Anadio una nota: 'Tu eliges: no volver a dormir fuera de casa, permitirme venir cuando quiera, a cualquier hora del dia o de la noche, y por la noche salir solo conmigo. De lo contrario, amigos como antes'.
Aquella noche durmio, seria porque habia abusado del whiskey, pero fue la primera noche en que durmio, y por la manana se desperto con un peso misterioso, no le importo, estaba furioso, se iba enterar esa sinverguenza. Al final habia comprendido como hay que tratar a las mujeres: asquerosa, maldita, sin caridad cristiana. Le habria gustado verla caminar horas para arriba y para abajo, en la acera y bajo la lluvia, cansada, fea y enferma, recibiendo las bromas obscenas de los jovenes borrachos, anhelando una oportunidad de cinco mil liras.
Corrio a casa de Laide, miro en derredor, tal vez bastara poca cosa. Una senal, pero no habia senal alguna. No habia ido, no habia dado senales de vida, las dos cartas abiertas que el habia dejado sobre la cama estaban intactas.
Rompio la nota y escribio otra: 'Ahora de verdad todo ha acabado entre nosotros. ?Acaso hace falta explicar por que? Dejo las llaves a la portera. Buena suerte. Adios'.
En la alcoba volvio a ver las dos cartas que habian quedado abiertas. ?Por que? Le dio verguenza. Volvio a doblarlas. Abrio el armario y volvio a guardarlas en la caja.
Pero de nuevo, entre aquellas cartas, el deseo de saber. Tal vez estuviese oculto alli el secreto. No, era mejor no mirar. Lo que ya habia leido bastaba, pero los dedos estaban ansiosos. Un sobre de celofan lleno de fotografias. Ella. ?Como era? ?Donde estuvo? ?Con quien?
Salio una foto de tamano de tarjeta postal. Se veia a una nina de siete u ocho anos envuelta en un traje de lana con pretensiones de elegancia. ?Que extrano! Era una nina. ?Seria ella?
Era una foto tomada en una calle de ciudad, se veia al fondo un trozo de acera y la base de la casa y en esa pared, al nivel del suelo, habia una abertura para que entrara aire en el sotano, pero hacia poco que habian tapiado la abertura y se veian las caracteristicas senales blancas que en la epoca de la guerra indicaban la salida de seguridad de los refugios antiaereos. Asi, pues, se trataba de una foto de muchos anos atras, ya hacia varios anos que habian desaparecido de Milan aquellas ultimas huellas de la guerra.
La foto estaba tomada desde muy cerca y la nina miraba hacia arriba a la maquina del fotografo. La nina iba embutida en un pesado traje de lana, pero con pretensiones de elegancia, y entre las manos tenia un osito o una muneca -no se sabia bien-, una larga cabellera negra, recogida arriba en un penacho por una cinta de seda clara, le caia desordenada por una parte de la carita redonda y un poco hinchada, mientras miraba hacia arriba al objetivo con una sonrisita desarmada y al tiempo maliciosa como diciendo… ?como diciendo que? Antonio intento descifrarlo, era un sentimiento preciso, dulce, puro y precioso y, aun asi, inasible en su pathos misterioso.
Si, en efecto, la nina, la pequena Laide, que nada sabia aun de la vida, miraba como si en aquel momento