de marfil entrelazado en sus deditos. Solo por un instante volvio la cabeza como si se sintiera observada, alzo la vista hacia el muchacho y le sonrio. Una sonrisa amplia, hermosa, que el devolvio con usura pero que no escapo, ay, a la observacion de Madame de Vendome, de bastante mal humor ese dia en que debia desempenar el papel de cabeza de familia en una ceremonia que no la entusiasmaba. En efecto, su esposo el duque Cesar se habia visto obligado a quedarse en su puesto de gobernador de Bretana, desde el cual dedicaba toda su actividad a la tarea de crear dificultades al hombre al que mas detestaba en el mundo: el cardenal de Richelieu, ministro del rey Luis XIII. Sin embargo, en el camino de regreso la duquesa no despego los labios.

Pero cuando, despues de una noche agitada, Francois bajo a las caballerizas antes del amanecer, tuvo la sorpresa de encontrar alli al escudero de su madre, el caballero de Raguenel, paseandose arriba y abajo en medio del ajetreo de los palafreneros y los aguadores. Francois fingio no haberlo visto, pero el caballero le alcanzo en el momento en que llegaba a la gran puerta del recinto.

—Y bien, monsenor Francois, ?adonde os disponeis a ir tan temprano?

—A dar un ultimo paseo.

Perceval de Raguenel era una persona cortes y amable, pero Francois lo encontro francamente antipatico cuando le pregunto:

—?Y en que direccion? ?No sabeis que volvemos ahora mismo a Paris? Apenas os queda tiempo para pasear. Salvo que solo querais dar una vuelta por el parque...

Francois se ruborizo:

—Bien, yo...

No encontraba las palabras. El escudero le ayudo:

—?Por que no vais a hablar del tema con la senora duquesa? Os esta esperando en sus aposentos.

—?Mi madre? Pero ?por que?

—Imagino que ella os lo dira. ?Apresuraos! Dentro de diez minutos ira a la capilla para sus rezos.

No viendo otra opcion, Francois salio a la carrera y unos minutos mas tarde una doncella le abria la puerta de la habitacion en que Francois e de Vendome estaba acabando de peinarse. Era la antigua habitacion de Diane de Poitiers, una estancia suntuosa pero solo un poco mas que las veintidos restantes de aquel castillo casi real. Las paredes y el techo estaban pintados de vivos colores realzados con oro; el precioso entarimado estaba cubierto de alfombras, y magnificas tapicerias caldeaban la atmosfera casi tanto como el fuego de la gran chimenea de marmol de varios colores. La luz diurna de aquella manana de marzo pasaba a traves de las ventanas ajimezadas protegidas por admirables vidrieras en grisalla que representaban escenas del Antiguo Testamento y que apenas daban luz al interior, aunque el fuego y los altos velones de cera blanca suplian esa deficiencia.

Nada mas cruzar el umbral, el muchacho saludo y luego se acerco a su madre en medio del trajin de unas camareras que le miraban sonrientes. Madame de Vendome no sonreia.

—?Vaya! ?Estas aqui! Me parece bien. Julie —anadio, dirigiendose a su peluquera—, dejame un momento y llevate a todo el mundo.

Cuando las ultimas faldas desaparecieron detras de la puerta, pregunto:

—Veamos, ?adonde querias ir tan temprano?

—A dar un ultimo paseo, senora, porque enseguida vamos a volver a Paris.

—?Y en que direccion? ?Pensabas quizas acercarte a Sorel?

El principito enrojecio sin atreverse a responder, y observo a su madre con aprension. En efecto, a pesar del amor que les dispensaba sin demostrarlo demasiado, Francois de Lorraine-Mercoeur, duquesa de Vendome por su matrimonio, poseia el don de impresionar a sus tres hijos en mucha mayor medida que el duque Cesar, su padre, cuyo caracter alegre, su gusto por las bromas con frecuencia pesadas y su despreocupacion mostraban su origen bearnes y hacian de el un interlocutor menos imponente.

Influia en ello el hecho de que ella pretendia ser ante todo una sierva del Senor, dado que habia sido educada por su madre en unos principios cristianos de estricta rigidez, que le permitian conservar cierta austeridad en medio del fasto al que le obligaban su rango, su gran fortuna —habia sido uno de los mejores partidos de Europa— y el amor que profesaba a un esposo de gustos netamente opuestos a los suyos propios, salvo en lo que respecta al lujo y el poderio de su casa. Militar ante todo, a Cesar le gustaba llevar un estilo de vida fastuoso y alegre, en tanto que Francoise, ahijada del difunto obispo de Ginebra Francisco de Sales, amiga de Juana de Chantal y del prodigioso personaje conocido como monsieur Vincent, se interesaba sobre todo por la salvacion eterna de los suyos y por la practica de una caridad que se extendia a muchos campos, incluso a las prostitutas de las orillas del Sena en Paris y a las de la casa de lenocinio que la presencia de soldados obligaba a tolerar en Anet. De modo que cuando alguno de sus hijos tenia que responder ante ella de alguna travesura, siempre tenia la impresion de comparecer ante el mismisimo tribunal de Dios.

Eso era exactamente lo que ahora sentia Francois, y ni por un segundo se le ocurrio disimular:

—En efecto, senora. ?Veis algun inconveniente en ello?

—Quiza. Dime primero por que querias ir alli. ?Es por esa nina? Ayer observe que ella te sonreia y que tu le respondias. ?La habias visto alguna vez?

—Nunca. Por eso tenia ganas de volverla a ver. Es muy bonita, ?no os parece?

—Desde luego, pero eres un poco pequeno para interesarte por las chicas. Ademas, no estoy segura de que encontraras un buen recibimiento en su casa. Los Seguier no son amigos nuestros.

—Pero ayer asistieron a la misa.

—Se trataba de un homenaje al difunto rey, tu abuelo. Y sus tierras dependen de nuestro principado de Anet; eso les obliga, pero no significa que esa familia recien ennoblecida este dispuesta a rendirnos pleitesia. Por lo demas, a tu padre no le gustaria: los Seguier, como muchos de esos senores del Parlamento, son incondicionales del cardenal y proclaman a quien quiera oirles su fidelidad al rey Luis.[2]

—?Y nosotros? ?No somos subditos fieles del rey?

—Es el rey, y le debemos amor y obediencia, algo que no podria esperar jamas el obispo de Lucon. Hazme un favor, Francois, e intenta olvidar que esa nina te ha sonreido.

El muchacho bajo la cabeza.

—Por amor a vos, lo intentare, madame —murmuro sin poder contener un suspiro que provoco una sonrisa en el rostro hermoso pero algo severo de la duquesa.

—Me gustan tu franqueza y tu obediencia, Francois. Ven a darme un beso.

Aquel era un raro favor desde que el muchacho habia sido puesto al cuidado de los hombres de la casa. Lo aprecio en su justa medida y se sintio algo consolado por su sacrificio; pero cuando algo nos ronda por la cabeza, es muy dificil desecharlo sin mas.

Bajo los techos dorados del hotel de Vendome, en Paris, Francois no consiguio olvidar a Louise, y cuando, a finales del mes de mayo, la duquesa, sus hijos y la casa entera, huyendo de las pestilencias parisinas, fueron a instalarse a orillas del Eure, el enamorado de diez anos no pudo impedir que le asaltara una alegria inhabitual: ?con un poco de suerte, la veria!

Francois se equivocaba si creia que unicamente su madre y el estaban enterados de su secreto: tambien su hermana Elisabeth, dos anos mayor que el, habia notado algo. Ensonaciones subitas, rubores fugaces y otras manifestaciones desconocidas hasta entonces en un muchacho turbulento, belicoso, apasionado por los caballos, las armas y la independencia, y dotado de una vitalidad que gobernantas y preceptores coincidian en calificar de extenuante, habian hecho atar cabos a su hermana durante los meses de invierno. Sin embargo, se guardo sus impresiones y fue solamente en el momento de bajar de la carroza en el patio de honor del castillo cuando, despues de dejar que el hermano mayor, Louis de Mercoeur[3] — catorce anos—, acompanara a su madre al interior, se llevo aparte a Francois con el pretexto de ir a ver los cisnes de los estanques. En realidad fueron a dar un paseo a lo largo del canal de las carpas. En silencio al principio, cosa que el muchacho no soporto mucho tiempo.

—Si tienes algo que decirme, dimelo ahora —gruno, empleando el tuteo del que se servian unicamente cuando estaban a solas—. ?Es que he hecho alguna tonteria?

—No, pero te mueres de ganas de hacer una. Lo he notado cuando, hace un momento, Madame de Bure ha hablado de las damas de Sorel. Nuestra madre la ha hecho callar enseguida, pero tu te has ruborizado y has suspirado con tanta fuerza que casi haces volcar el coche. Te mueres por volver a ver a Louise, ?no es asi?

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