Pronto comprendio que habia sobreestimado sus fuerzas, y reemprendio la marcha a buen paso maldiciendo al estupido caballo que le habia dejado plantado en el momento en que mas lo necesitaba. En cuanto a lo que sucederia cuando se presentara en el castillo con su hallazgo, ni siquiera intento imaginarlo.

Recorrieron de ese modo un buen cuarto de legua, deteniendose de vez en cuando para que el porteador recuperase el aliento. Gracias a Dios, la lluvia habia cesado. A pesar de ello, Francois estaba exhausto cuando diviso por fin Anet, preguntandose por que, al ver volver a su caballo sin el, no habian enviado a alguien a buscarlo. Y, por descontado, era horriblemente tarde. El enorme ciervo de bronce rodeado por cuatro perros de caza que adornaba el remate de la gran fachada y servia de reloj, hizo sonar ocho campanadas con su martillo mecanico.

—?Misericordia! —gimio Francois mientras depositaba su carga sobre las losas del patio de honor—. ?Ya oigo silbar la correa!

Sin embargo, el castillo no se encontraba en su estado normal. Los guardias hablaban animadamente formando pequenos grupos y nadie le presto atencion. La agitacion se centraba alrededor de una gran carroza de viaje, tan cubierta de barro y polvo que) era imposible adivinar que blason llevaba pintado en la portezuela. Los lacayos corrian en todas direcciones. Estaban desenganchando los caballos, y cuando el joven paro a alguien para preguntarle que pasaba, el hombre apenas se tomo el tiempo para decirle:

—?No lo se de cierto! Monsenor el obispo de Nantes ha llegado aun no hace una hora, y todo el mundo esta reunido en el salon de las Musas...

Sorprendido, Francois alzo las cejas. El obispo en cuestion, Philippe de Cospean, era un viejo amigo de la familia, el consejero intimo y mas fiel de la duquesa, pero era la primera vez que su llegada ocasionaba aquel alboroto. Francois quiso entonces tomar de la mano a su pequena acompanante para llevarla ante su madre, pero vio que lloraba de nuevo y que temblaba bajo su camison empapado. Su mirada implorante hizo que volviera a tomarla en brazos:

—Vamos a reunimos con la familia. Veremos que pasa —suspiro.

Nunca le habia parecido tan grande el hermoso castillo reconstruido en el siglo anterior por Diana, la duquesa de Valentinois, ni tan imponente el salon de las Musas, con sus paneles pintados y dorados, sus marcos de marmol y su suntuoso mobiliario. Se encontraban alli muchas personas, pero la mirada de Francois se dirigio a su madre, sentada junto al obispo que, visiblemente cansado, le hablaba. Ella parecia agitada por una intensa emocion. Habia huellas de lagrimas en su bello rostro, casi tan blanco como la enorme gorguera en «rueda de molino» que parecia ofrecer su cabeza sobre una bandeja de nata montada. Su hijo mayor se reclinaba con aire grave en su sillon y ella daba la mano a su hija, sentada a sus pies sobre un cojin de terciopelo. Alrededor de ellos, las damas y los oficiales de la casa ducal guardaban una inmovilidad llena de estupor, como si en lugar de seres vivos fueran personajes de un tapiz.

A pesar de la tension reinante, la entrada de Francois no paso inadvertida.

—?Dios mio! Martigues —exclamo su hermano Louis de Mercoeur con tono irritado—, ?de donde venis en ese estado y con semejante compania? ?Que nueva estupidez habeis cometido? ?Quien es esa mendiga?

La indignacion apago, como una vela en una corriente de aire, la legitima inquietud del muchacho.

—No es una mendiga. La he encontrado en el bosque tal como la veis: descalza, con su muneca y el camison manchado de sangre. ?Miradla mejor, a menos que vuestra soberbia y vuestro egoismo os nublen la vista!

—?Paz, hijos mios! —corto Madame de Vendome—. No es momento de peleas. Francois nos dira donde ha encontrado a esta nina...

El interpelado no tuvo tiempo de abrir la boca. Ya su hermana se habia precipitado hacia el. Se arrodillo delante de la pequena que su hermano habia depositado en el suelo, y examino la carita sucia y humeda de lagrimas.

—?Madre! —exclamo—. Alguna desgracia debe de haber ocurrido en La Ferriere. Esta nina es la mas pequena de los hijos de Madame de Valaines. Se llama Sylvie.

—?Claro! —dijo Francois, al comprender—. Cuando le pregunte su nombre, solo lo entendi a medias: vi... laine. No sabia que hacer, ya que mi caballo, asustado por la tormenta, me habia descabalgado...

—?Y pensar que se tiene a si mismo por un centauro! —comento Mercoeur con una risita.

El muchacho iba a replicar en tono aspero cuando aparecio Monsieur de Raguenel, que venia de cumplir algun encargo de la duquesa. Al ver a la nina, palidecio y corrio hacia ella para tomarla entre sus brazos.

—?Sylvie! ?Dios mio!... Pero ?como ha llegado aqui, y en este estado?

Parecia tan trastornado que Madame de Vendome dejo que Francois contara de nuevo su historia.

—Entonces, la cogi en brazos y la traje aqui —concluyo.

—Y habeis hecho muy bien —aprobo su madre—. ?Bien, vamos a lo mas urgente! Madame de Bure —se volvio hacia la gobernanta de Elisabeth—, llevaos a esta pobre pequena que parece haber sido victima de una gran desgracia. Ocupaos de que la banen, la alimenten y la acuesten. Cuando sepamos con certeza que ha ocurrido, decidiremos que hacer con ella.

La interpelada se acerco a Sylvie para tomarla de la mano, pero ella se aferro obstinadamente a la mano de Francois, decidida a no dejarlo: en el momento en que tenia aquella pesadilla tan horrible, Dios le habia enviado un angel, y ella queria conservarlo a su lado. De manera que solto un aullido cuando intentaron separarla de el. Fue necesario que el prometiese ir a verla cuando estuviera acostada, para conseguir que callara.

—Muy bien —suspiro la duquesa—. ?Monsieur de Raguenel!

El escudero no parecio escucharla. Tenia los ojos fijos en la puerta por la que acababa de desaparecer Sylvie. Pero contesto a la segunda llamada.

—?Conoceis bien a los Valaines?

—Si, senora duquesa. La baronesa me ha hecho el honor de considerarme su amigo desde la muerte de su esposo. Estoy muy preocupado.

—Lo imagino. Tomad una decena de hombres armados y marchad a La Ferriere. Volvereis a informarme tan pronto os sea posible. En cuanto a vos, Francois, ireis a cambiaros de ropa mas tarde. Acaba de ocurrir una gran desgracia, y debeis ser informado de ella. —Sin mas explicaciones, se dirigio de nuevo al obispo—: No puedo comprender como mi cunado, el Gran Prior de Malta, ha podido dejarse enganar hasta el punto de ir a buscar a mi esposo a Bretana para llevarlo a Blois. Y para empezar, ?por que a Blois?

—El rey quiere recuperar Bretana, porque le inquieta la agitacion que existe en la region. En cuanto al Gran Prior Alexandre, creyo de buena fe que Su Majestad unicamente deseaba informarse de la situacion por boca del duque Cesar.

—?Que duplicidad! ?Quien habria creido al rey capaz de algo asi? En verdad, este asunto huele al cardenal a una legua de distancia. Nos odia.

—El cardenal no esta en Blois, sino en Limours. Y el rey no hizo otra cosa que jugar con las palabras. Cuando llego Monsieur de Vendome, exclamo: «Hermano mio, estaba impaciente por veros.» Y esa misma noche hizo que Monsieur du Hallier y Monsieur de Mauny los detuviesen a los dos. Todo se hizo a escondidas. Los prisioneros fueron llevados al castillo de Amboise navegando por el Loira. En cuanto a mi, he venido a avisaros con la horrible impresion de haber tenido toda la razon cuando aconseje al duque Cesar que no debia salir de su fortaleza de Blavet[4] salvo para cruzar el mar. Pero el Gran Prior insistio, ignorante sin duda de que el rey estaba ya enterado de determinados asuntos. Pensaba ingenuamente que nuestro monarca estaba finalmente dispuesto a escuchar a sus hermanos antes que a un ministro del que habia desconfiado durante tanto tiempo.

—?Y mi esposo lo creyo? ?Y fue a meterse en la boca del lobo en lugar de obtener todo el beneficio posible de su posicion en Bretana y de su titulo de Gran Almirante?

—Es lo que trate de hacerle ver, pero no quiso escucharme. Como le ocurre al Gran Prior, creo que vuestro marido en el fondo es bastante ingenuo. Creia...

—?Que el cardenal renunciaria a despojarle de su gobierno, que olvidaria la desconfianza que le inspiran los hijos de Gabrielle d'Estrees? ?El cardenal jamas olvida nada! —exclamo con voz colerica—. Entiendo muy poco de politica, amigo mio, pero hace meses que temia una catastrofe de esta naturaleza...

Y no en vano. Desde los comienzos del noveno ano del reinado efectivo de Luis XIII, hervian las pasiones en torno a una pareja real de veinticinco anos de edad[5] que no se llevaba demasiado bien. Las viejas brasas, aun calientes, de las guerras de religion se reavivaban cada dia al

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