Los dos jovenes, unidos por una profunda ternura y una confianza total, se entendian a las mil maravillas, pero con el hermano mayor tenian unas relaciones mucho mas distantes, o dicho con mayor exactitud, protocolarias: era el heredero, le respetaban por ello, pero no le querian. Francois ni siquiera intento negarlo.

—Es verdad, pero he prometido a mi madre no hacerlo.

—?Y lo sientes?

Francois desvio la mirada, se agacho y tomo una piedra plana que, lanzada con un gesto rapido y experto, reboto por tres veces en la calma superficie del canal. Finalmente resoplo y, sabiendo que Elisabeth no se contentaria con una respuesta a medias, dijo:

—Hmm... Si. Mientras estabamos en Paris era facil. Aqui, ya no es lo mismo.

—Me lo temia. ?Que vas a hacer?

—Haces preguntas tontas, hermanita; no se puede incumplir la palabra dada.

—Estoy de acuerdo, pero... yo no he prometido nada.

Francois se quedo por un momento sin respiracion, y observo con mayor atencion el rostro malicioso de su hermana. Hasta su encuentro con Louise, la consideraba la chica mas bonita que conocia: de su abuela, Gabrielle d'Estrees, habia heredado, como el mismo, un cabello de un tono dorado casi irreal y ojos de un azul profundo; ademas, estaba dotada de una inteligencia despierta. El admitia de buen grado que ella le superaba con mucho en este aspecto, por mas que a los diez anos el media ya tres pulgadas mas que ella. Pero sus palabras de ahora significaban para Francois la apertura, en su beneficio, de una ventana inesperada sobre la astucia femenina.

—?Que quieres decir?

—Que Madame Sorel pasa por ser muy piadosa, generosa tambien, y que gustosamente se desplaza para sus caridades hasta lugares a veces muy lejanos de su casa. Se que lleva consigo a su hija desde que cumplio seis anos, igual que ha hecho nuestra madre conmigo. En adelante yo podria ir acompanada por Madame de Bure, y tu podrias acompanarnos tambien. La caridad saldria ganando y nuestra madre estaria encantada; seguro que tambien recibirias las bendiciones de monsieur Vincent.

—?Quieres decir que sin ir a Sorel es posible ver a esas damas? Pero ?como podemos saber adonde van?

—Uno de nuestros cocheros corteja a la nodriza de Louise. Seguro que conseguiremos encontrarnos con ellas...

Por toda respuesta, Francois estrecho a su hermana, y al dia siguiente obtuvo de su madre el permiso para acompanar a Elisabeth en las visitas de caridad que esta llevaba a cabo acompanada por su gobernanta. Madame de Vendome, que habia inscrito a su hijo menor desde muy joven en la Orden de Malta, con la esperanza de que sucediera algun dia a su tio el Gran Prior Alexandre, vio en aquella iniciativa una senal del cielo: ?acaso no era esencial para los caballeros de la orden la practica de la caridad mas humilde, cuya ensenanza comenzaba con los trabajos auxiliares hospitalarios mas duros? Y asi, pudo verse en varias ocasiones al joven principe de Martigues, cargado con un pesado saco lleno de panes, entrar con dignidad en algun pobre chamizo detras de las «damas» de caridad. El espectaculo era tan novedoso que Mercoeur intento tomarlo a broma, pero sufrio una aspera reganina de Madame de Vendome.

A decir verdad, ese ejercicio fue menos penoso de lo que Francois habria creido. De caracter generoso y absolutamente desprovisto de fatuidad, se sintio proximo a las personas a las que iba a visitar y se intereso sinceramente por sus desgracias. Fue una suerte, porque la piadosa estratagema de Elisabeth no le permitio, en el curso de un largo mes, coincidir con la senorita de sus pensamientos mas que en una ocasion. Le parecio mas hermosa aun que en la abadia de Ivry, a pesar de que fuera ataviada en esa ocasion con la modestia adecuada a las circunstancias. No se le ocurrio nada que decirle, y se contento con ruborizarse intensamente y maltratar su sombrero. Sin embargo, su promesa le parecio mas dificil de cumplir que nunca.

De hecho, sus ansias se recrudecieron. Asi, cuando supo que ella estaba enferma, no pudo mas. Necesitaba saber; era indispensable verla. Sin reflexionar, tomo un caballo y partio hacia Sorel. Pero ni siquiera pudo cruzar la verja de entrada al castillo. Lo despidieron sin demasiadas florituras oratorias: el mal era grave y nadie podia acercarse a la pequena enferma, a excepcion de su madre y las criadas. Fue asi como Francois, mas inquieto que nunca, se encontro en el bosque con las perspectivas de regreso que ya conocemos.

El tiempo no mejoraba. De subito el cielo nublado se oscurecio hasta tal punto que parecio que la noche se adelantaba. El caballo estaba nervioso y cuando de repente restallo un trueno violento, el animal lanzo un relincho parecido a una carcajada, se encabrito y lanzo a su jinete contra unos matorrales antes de salir al galope en direccion a Anet.

Lastimado mas en su vanidad que en su cuerpo, Francois se levanto ileso preguntandose como se tomaria Monsieur d'Estrades, que se esforzaba por inculcar a los jovenes Vendome los grandes principios ecuestres dictados por el difunto Monsieur de Pluvinel, el regreso al castillo de un caballo sin jinete y, mas tarde, de un jinete sin caballo.

Apenas habia salido de entre los zarzales profiriendo reniegos, maldiciones e incluso juramentos, para dirigirse al destino que le aguardaba, cuando vio a la nina.

Vestida unicamente con un camison manchado, aferrando una muneca contra su pecho, estaba en medio del sendero con sus pequenos pies descalzos y lloraba en silencio, sorbiendose las lagrimas de tanto en tanto y con el dedo pulgar en la boca. No debia de tener mas de tres o cuatro anos, era menuda y fragil. A pesar de lo exiguo de su atuendo, no era una campesina: el cabello castano que coronaba su cabecita conservaba la huella de un peine cuidadoso, en forma de algunos bucles y de una cinta azul que los sujetaba. Ademas, su unico vestido era de tela fina, con bordados. Al acercarse a ella, Francois vio que las manchas eran de sangre y comprendio que estaba ante un problema mas grave que el suyo propio. Se puso de rodillas y palpo el cuerpo de la nina.

—?Que te ha pasado? ?Estas herida?

Ella no respondio y siguio llorando en silencio, sin manifestar el menor dolor a la palpacion. Por otra parte, la sangre estaba casi seca.

—No, no parece que te hayas hecho dano. Pero ?de donde vienes asi? ?Quien eres?

Mirandole con unos ojos color avellana enrojecidos por las lagrimas, la pequena se quito el dedo de la boca y pronuncio dos unicas silabas:

—Vi... laine.

Luego volvio a colocar el pulgar donde estaba antes.

—?Villana? Eso no es un nombre. ?Y ademas tu no lo eres! Las villanas no tienen unas munecas tan bonitas —anadio, e intento tomar el juguete de las manos de su pequena propietaria, que no lo solto. Era en efecto un objeto caro, de madera bien torneada, con cabellos de hilaza y un vestido de terciopelo a la moda con una gorguera alrededor del cuello.

Los interrogantes se multiplicaron en la mente del muchacho. ?De donde podia venir aquella nina? Tenia que haber sucedido una desgracia en alguna parte, pero ?donde? Intento averiguarlo pronunciando el nombre de dos o tres palacios o mansiones ricas de los alrededores, algunas de ellas pertenecientes a vasallos del principado de Anet, pero en lugar de contestar la nina se puso a llamar a gritos a su Tata.

Para colmo, la tormenta que Francois habia acabado por olvidar se materializo despues de un trueno mas violento aun que el anterior, y de golpe rompio un fuerte aguacero.

—No podemos quedarnos aqui. Tengo que llevarte a nuestra casa. Quizas alguien sepa quien eres.

Al punto, ella callo y le tendio una manecita sucia con los dedos separados, que parecia una estrella de mar. En un instante quedo empapada, y Francois casi tanto como ella. Compadecido, se quito el jubon para envolverla.

—?Ven! ?Hemos de darnos prisa!

Se pregunto inquieto como podria hacerla andar con los pies lastimados, y ademas ella no podria seguir su paso.

—Tendre que llevarte en brazos —suspiro, un poco asustado por esa nueva responsabilidad; pero ella apenas era mayor que un bebe y cuando la levanto resulto mas ligera de lo que pensaba.

Entonces, sin soltar su preciosa muneca, ella rodeo con su brazo libre el cuello de su salvador y poso la cabeza en su hombro con un suspiro de felicidad. No sabia quien era ese chico, ?pero era tan guapo con su largo y lacio cabello rubio y sus ojos claros! ?Un angel, tal vez? En cualquier caso, se sentia bien con el.

—No te duermas y sujetate fuerte —aconsejo el joven heroe—. Voy a intentar correr.

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