«Como una arana escondiendose en su agujero -pense-, le deja todo el trabajo sucio a Vera.»
– Coge a Lily -le susurre a Ivan-. Coge a Lily, por favor.
Ivan me miro de reojo, pero hizo lo que le pedia. Cuando vi que levantaba a Lily de los brazos de Vera, y que mi hija volvia a los de su padre, logre pensar con mas claridad. Vera simulaba ayudarme a bajar las escaleras, pero, en su lugar, me estaba apretando contra la balaustrada para que no pudiera escabullirme. Procure seguir hacia delante, mirandome los pies a cada paso. «No se enteraran de nada que yo no les cuente», pense. Entonces, recorde todas aquellas historias que habia oido de que la KGB ponia a ninos dentro de tinajas de agua hirviendo para hacer confesar a sus madres, y se me aflojaron las piernas de nuevo.
Los soldados que estaban en el exterior del teatro se habian marchado. Solo seguia alli la fila de taxis. Ivan caminaba delante de nosotras con la cabeza metida hacia el pecho y los brazos envolviendo a Lily. Uno de los taxistas arrojo el cigarrillo que estaba fumando al suelo y lo piso para apagarlo cuando vio que nos estabamos dirigiendo hacia el. Estaba a punto de subir al interior de su vehiculo cuando Vera nego con la cabeza y me empujo hacia un Lada negro que estaba esperando cerca del bordillo. El conductor estaba sentado demasiado bajo en su asiento, con el cuello del abrigo levantado alrededor del rostro. Proferi un grito y clave las botas en la nieve.
– Esto no es un taxi -trate de decirle a Ivan, pero mis palabras brotaron de mi boca como si estuviera borracha.
– Es un taxi privado -murmuro Vera en voz baja.
– Somos australianos -le dije, aferrandome a su hombro-. Puedo llamar a la embajada, ya lo sabe. No puede tocarnos.
– Usted es tan australiana como yo paquistani -replico Vera, abriendo la portezuela del coche y dandome un empellon para introducirme en el asiento trasero del automovil, detras del conductor. Ivan se subio por el otro lado con Lily. Le dedique a Vera una mirada desafiante, y ella se agacho tan deprisa que me acobarde, pensando que me iba a abofetear. En cambio, me metio el pliegue de mi propio abrigo entre las piernas para que no se quedara atrapado en la puerta. Aquel gesto fue tan maternal que me quede estupefacta por el asombro. Me abrazo, dejando escapar una risa que parecia una mezcla de jubilo y sufrida paciencia.
– Anna Victorovna Kozlova, nunca te olvidare -me dijo-. Te pareces a tu madre por los cuatro costados, y os voy a echar de menos a las dos. Es bueno que ese informador de la KGB les tenga un terror mortal a los germenes o habria sido dificil que no cayerais en sus garras.
Volvio a echarse a reir y cerro la portezuela de un golpe. El Lada acelero a toda maquina internandose en la oscuridad de la noche. Me gire para mirar por la ventanilla trasera. Vera se dirigia al teatro con su rigida manera de andar. Me agarre la cabeza con las manos. ?Que demonios estaba sucediendo?
Ivan se inclino hacia delante y le dio al conductor el nombre y la direccion de nuestro hotel. El conductor no contesto, y nos dirigimos en direccion contraria a la Prospekt Marksa y hacia la Lubyanka. Ivan tambien debio de darse cuenta de que estabamos yendo por un camino equivocado, porque se paso los dedos por el pelo y le repitio el nombre del hotel al conductor.
– Mi esposa esta enferma -le rogo-. Tenemos que buscar un medico.
– Me encuentro bien, Ivan -le dije. Estaba tan asustada que no lograba reconocer mi propia voz.
Ivan me miro fijamente.
– Anya, ?que era todo eso que ha sucedido con Vera? ?Que esta pasando?
La cabeza me daba vueltas. Senti un cosquilleo donde Vera me habia abrazado, pero no habia interiorizado aquel gesto porque me habia sorprendido demasiado.
– Nos llevan a interrogarnos, pero no lo pueden hacer hasta que nos hayamos puesto en contacto con la embajada.
– Pense que te estaba llevando a que vieras a tu madre.
Aquella voz proveniente de la oscuridad me produjo un hormigueo por todo el cuerpo. No necesite inclinarme hacia delante para saber quien era el conductor.
– ?General! -exclamo Ivan-. ?Nos preguntabamos cuando apareceria usted!
– Probablemente hubiera tardado todavia un dia mas -contesto-. Pero hemos tenido que cambiar de planes.
– Lily -farfullo Ivan-. Lo siento. No pensamos que…
– No -replico el general, tratando de no echarse a reir-. Fue por Anya. Vera dijo que su comportamiento estaba siendo muy dificil, y que llamaba demasiado la atencion.
Me senti abochornada. Hubiera tenido que avergonzarme de mi estupida paranoia, pero lo unico que pude hacer fue reir y atragantarme con mis propias lagrimas al mismo tiempo.
– ?Quien es Vera? -pregunto Ivan, sacudiendo la cabeza mientras me miraba.
– Vera es la mejor amiga de la madre de Anya -respondio el general-. Haria cualquier cosa para ayudarla. Perdio dos hermanos durante el regimen estalinista.
Me aprete las manos contra los ojos. El mundo estaba dando vueltas a mi alrededor. Yo estaba cambiando, transformandome en otra persona diferente a la que habia sido toda mi vida. Un hueco se estaba abriendo en mi interior. Aquel vacio, enterrado por todas las cosas con las que habia estado intentando llenarlo, emergio a la superficie. Pero, en lugar de causarme dolor, me estaba desbordando de alegria.
– Esperaba que hubierais podido ver todo el ballet -comento el general-. Pero no importa.
Las lagrimas me resbalaban por las mejillas.
– Era la version con el final feliz, ?verdad? -le dije.
A unos quince minutos de distancia del Teatro Bolshoi, el general aparca el coche fuera de un edificio de apartamentos de cinco pisos. Se me forma un nudo en la garganta, solido como una piedra. ?Que voy a decirle? Despues de veintitres anos, ?cuales seran nuestras primeras palabras?
– Bajad aqui en media hora -nos dice el general-. Vishnevski ha preparado una escolta y teneis que iros esta misma noche.
Cerramos las portezuelas del automovil y vemos como desaparece el Lada por el final de la calle. Me doy cuenta de que tonto fue por mi parte pensar que el general era un hombre normal y corriente. En realidad, es un angel de la guarda.
Ivan y yo nos dirigimos hacia la arcada, el terreno bajo nuestros pies esta empapado por la nieve y nos encontramos en un patio debilmente iluminado.
– Dijo que era el ultimo piso, ?verdad? -me pregunta Ivan, mientras abre una puerta de metal que se cierra con un ruido estridente detras de nosotros.
Alguien ha clavado una manta alrededor de la jamba de la puerta, en un intento por aislarla. En el vestibulo hace casi tanto frio como en el exterior y tambien esta igual de oscuro. Hay dos palas apoyadas contra la pared, y el hielo derretido forma dos charcos alrededor de sus extremos. Subimos andando los cinco tramos de escaleras hasta el piso superior porque el ascensor esta roto. Los escalones estan cubiertos de polvo y el hueco de la escalera huele a arcilla. Nuestros pesados ropajes nos hacen sudar y jadear. Recuerdo que el general me ha dicho que mi madre tiene problemas en las piernas y me estremezco al pensar que no puede abandonar el apartamento sin ayuda. Entrecierro los ojos bajo la palida luz y veo que las paredes estan pintadas de gris, pero que las molduras ornamentadas de los techos y los marcos de las puertas muestran descoloridos relieves de pajaros y flores. Esa decoracion sugiere que el edificio era anteriormente una gran mansion. Todos los rellanos de las escaleras tienen una ventana de vidriera en la esquina, pero, en la mayoria de los casos, los vidrios han sido sustituidos por barato cristal esmerilado o pedazos de madera.
Llegamos al rellano del ultimo piso, y la puerta cruje al abrirse. Una mujer que lleva un vestido negro cruza el umbral. Mantiene el equilibrio gracias a un baston y entorna la mirada hacia nosotros. Al principio, no la reconozco. Su cabello es del color del peltre y lo lleva recogido bajo un panuelo. Sus recias piernas, torcidas y varicosas, estan cubiertas por unas medias ortopedicas de color carne. Pero, entonces, yergue la espalda, y nuestras miradas se encuentran. La veo como era cuando estaba en Harbin, con su elegante vestido de muselina, de pie junto a la verja, esperandome cuando yo volvia de la escuela.
– ?Anya! -exclama. Su voz me rompe el corazon. Es la de una mujer anciana, no la de mi madre. Levanta una mano temblorosa hacia mi y luego se la aprieta contra el pecho, como si estuviera teniendo visiones. Tiene manchas de edad en el dorso de las manos y profundos surcos alrededor de la boca. Aparenta mas edad de la que en realidad tiene. Eso es una senal de la vida tan dura que ha pasado, mientras que yo parezco mas joven de
