alfombrillas de tatami.

Mi madre recorrio furiosa la casa en busca del general, pero no estaba en su habitacion ni en el patio. Esperamos hasta el anochecer junto a la estufa de carbon, mientras mi madre ensayaba airadas palabras para dedicarselas al general. Sin embargo, aquella noche, no volvio a casa y mi madre fue cayendo en un estado de silencioso abatimiento. Nos quedamos dormidas, acurrucadas las dos junto a los rescoldos del fuego.

El general no volvio a casa hasta dos dias despues y, para entonces, el agotamiento prolongado habia extenuado la belicosidad de mi madre. Cuando aparecio por la puerta, cargado con punados de te, tela para vestidos e hilo, parecia esperar que nos mostraramos agradecidas. Fue como si en sus ojos satisfechos y traviesos estuviera viendo a mi padre, cuando se deleitaba en ofrecerles tesoros a sus seres queridos.

El general se cambio, se puso un kimono de seda gris y comenzo a cocinar verduras y tofu para todos. Las elegantes sillas antiguas de mi madre estaban guardadas, asi que no tuvo mas remedio que sentarse con las piernas cruzadas sobre un cojin con la mirada fija en el infinito, los labios fruncidos e indignada, mientras la casa absorbia el aroma del aceite de sesamo y de la salsa de soja. Yo miraba boquiabierta los platos lacados que el general habia dispuesto sobre la mesa baja y no podia hablar, pero me sentia agradecida por la pequena amabilidad que demostraba cocinando para nosotras. Hubiera detestado presenciar la escena si, en su lugar, le hubiera ordenado a mi madre que cocinara para el. Obviamente, no era como los hombres japoneses que habia visto en nuestro pueblo, cuyas mujeres tenian que servirles en cuerpo y alma, caminar varios pasos por detras de ellos y cargar con el peso de cualquier objeto adquirido en el mercado. Mientras, los hombres se pavoneaban mas adelante, con las manos vacias y las cabezas bien altas. Una vez, Olga comento que los japoneses no tenian mujeres, sino burros de carga.

El general coloco los fideos frente a nosotras y, con nada mas que un grunido de Itadakimasu, empezo a comer. Aparentemente, no noto que mi madre no tocaba el plato o que yo estaba alli sentada, mirando fijamente los jugosos fideos, que me hacian la boca agua. Me sentia dividida entre las punzadas de hambre y la lealtad para con mi madre. Tan pronto como el general acabo de comer, me apresure a lavar los platos para que no notara que no nos habiamos comido sus viandas. Era lo mejor que podia hacer, porque no queria que el enojo de mi madre pudiera afectarla o causarle ningun dano.

Cuando volvi de la cocina, el general estaba alisando un rollo de pergamino japones. No era blanco y brillante como el papel occidental, ni tampoco era del todo mate. Era luminoso. El general estaba a cuatro patas, mientras mi madre lo observaba con una expresion exasperada en el rostro. La escena me recordo a una fabula que me habia leido mi padre sobre la primera recepcion de Marco Polo ante Kublai Khan, el soberano de China. Con la intencion de demostrar la superioridad europea, los ayudantes de Marco Polo desenrollaron un rollo de seda frente al emperador y a sus cortesanos. El tejido se desplego en una cascada brillante, que comenzaba desde el punto en que se encontraba Marco Polo y terminaba a los pies del soberano. Despues de un breve silencio, el y su corte estallaron en una carcajada. Marco Polo pronto descubrio que era dificil impresionar a quienes habian estado produciendo fina seda durante siglos, incluso antes de que los europeos dejaran de vestirse con pieles de animales.

El general me indico por senas que me sentara junto a el y saco un bote de tinta y un pincel de caligrafia. Mojo el pincel y lo aplico al papel, produciendo femeninas espirales de hiragana japones. Reconoci las letras de las lecciones que habiamos recibido cuando los japoneses ocuparon la escuela en un primer momento, antes de que decidieran que era mejor no educarnos en absoluto y la cerraron.

– Anya-chan -dijo el general en su torpe ruso-, te enseno simbolos japoneses. Importante que tu aprendas.

Le observe mientras daba habilmente forma a las silabas. Ta, chi, tsu, te, to. Sus dedos se movian como si estuviera pintando en lugar de escribiendo, y sus manos me tenian hipnotizada. Su piel era suave y lampina, y las unas, tan limpias como pequenos guijarros blanquecinos.

– ?Deberia avergonzarse de usted y de su gente! -grito mi madre, arrebatandole el papel al general.

Trato de rasgarlo, pero era resistente y flexible. Por eso, lo arrugo hasta hacerlo una bola y lo lanzo a la esquina opuesta de la habitacion. El papel cayo al suelo en silencio.

Aguante la respiracion. Ella me miro y se contuvo de anadir nada mas. Temblaba por la ira, pero tambien por el temor de lo que nos costaria aquel arrebato.

El general permanecia sentado con las manos en las rodillas, sin moverse ni lo mas minimo. La expresion de su rostro era neutra. Era imposible saber si estaba enfadado o, simplemente, pensativo. La punta del pincel goteaba tinta en la alfombrilla del tatami, donde se extendia formando una mancha oscura, como una herida. Despues de un momento, el general rebusco en la manga de su kimono, saco una fotografia y me la dio. Era el retrato de una mujer con un kimono negro y una nina pequena. La nina llevaba el pelo recogido en un mono alto, y sus ojos eran tan bonitos como los de un ciervo. Parecia tener aproximadamente la misma edad que yo. La mujer miraba ligeramente fuera del encuadre. Llevaba el cabello peinado hacia atras, para que no le cayera sobre el rostro. Tenia los labios empolvados de blanco y perfilados para formar un arco estrecho, que no podia ocultar el grosor de su boca. La expresion de su bello rostro era formal, pero algo en la ligera inclinacion de su cabeza sugeria que estaba sonriendole a una persona que quedaba fuera del objetivo de la camara.

– Tengo una ninita en mi hogar, en Nagasaki, que tiene madre, pero no padre -dijo el general-. Y tu eres una ninita sin padre. Tengo que cuidarte.

Tras decir esto, se levanto, hizo una reverencia y abandono la habitacion, dejandonos a mi madre y a mi alli de pie, boquiabiertas y sin palabras.

Cada segundo martes del mes, el afilador pasaba por nuestra calle. Era un viejo ruso de rostro arrugado y ojos afligidos. No llevaba sombrero, por lo que se enrollaba la cabeza en trapos para mantenerla caliente. La rueda de afilar estaba unida por correas a un trineo tirado por dos pastores alemanes, y yo jugaba con los perros mientras mi madre y los vecinos se reunian a su alrededor para afilar cuchillos hachas. Uno de esos martes, Boris se acerco a mi madre y le susurro que uno de nuestros vecinos, Nikolai Botkin, habia desaparecido. El semblante de mi madre se congelo por un instante antes de que le susurrara:

– ?Los japoneses o los comunistas?

Boris se encogio de hombros.

– Precisamente, me lo encontre anteayer en la barberia del casco antiguo. Hablaba demasiado. Se jactaba de como los japoneses estan perdiendo la guerra y simplemente nos lo estan ocultando. Al dia siguiente -explico Boris, apretando el puno y abriendolo bruscamente en el aire-, habia desaparecido. Sin dejar rastro. Ese hombre tenia la boca demasiado grande como para serle util. Nunca se sabe de que lado estan el resto de los clientes. Algunos rusos desean que los japoneses ganen.

En ese momento, se oyo un grito agudo, «Kazaaa! », las puertas de nuestro garaje se abrieron de par en par y a traves de ellas salio corriendo un hombre. Estaba desnudo, excepto por un panuelo anudado en la parte baja de la frente. No me percate de que era el general hasta que le vi lanzandose a la nieve y brincando de alegria. Boris trato de taparme los ojos, pero entre los huecos de sus dedos, me sorprendi al ver su arrugado apendice colgandole entre las piernas.

Olga se golpeo las rodillas y profirio una serie de agudas carcajadas, mientras que los demas vecinos contemplaban la escena asombrados, con la boca abierta. Pero mi madre vio la piscina de agua caliente construida en su sagrado garaje y grito. Este ultimo insulto era demasiado para que pudiera soportarlo. Boris dejo caer las manos y me volvi para ver a mi madre, tal y como era antes de la muerte de mi padre: con las mejillas ardientes y los ojos encendidos. Corrio por el patio, agarrando una pala mientras pasaba al lado de la verja del jardin. La mirada del general iba de la piscina a mi madre, como si esperara que ella fuera a maravillarse de su ingenio.

– ?Como se atreve? -le grito.

La sonrisa murio en el rostro del hombre. Comprendi que no podia entender la reaccion de ella.

– ?Como se atreve? -le chillo de nuevo, golpeandole en la mejilla con el mango de la pala.

Olga ahogo un aullido sofocado, pero el general no parecia preocupado porque los vecinos estuvieran presenciando la insurreccion de mi madre. No apartaba los ojos de su cara.

– Esta es una de las pocas cosas que me quedan para recordarle -le dijo mi madre, sin aliento.

El rostro del general se enrojecio, mientras el se incorporaba y se retiraba hacia el interior de la casa sin una

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