tenia una peca en la punta de la nariz y una ligera mata de vello alrededor de una de las munecas. Era guapo, pero no era Dimitri.

Cuando llegamos al bloque de mi apartamento, aproximo el coche al bordillo y apago el motor. Me retorci las manos y rece para que no tratara de besarme. No estaba preparada para algo asi. Pero debio de notar mi incomodidad, porque no lo hizo. En su lugar, hablamos sobre los partidos de tenis que el estaba cubriendo y sobre lo faciles que eran de entrevistar Ken Rosewell y Lew Hoad. Despues de un rato, me estrecho la mano y me dijo que me acompanaria hasta la puerta.

– La proxima vez, te llevare a algun sitio con un poco mas de clase -me dijo. Estaba sonriendo, pero note la decepcion en sus palabras. Tartamudee, sin saber que decirle. Me habia confundido con una esnob. Queria dejarle claro lo mucho que me gustaba, pero, cuando dije «buenas noches, Keith», me salio tirante e inoportuno.

En vez de irme a la cama feliz, no pude dormir. Me tumbe despierta, aterrorizada porque quizas habia arruinado una relacion antes de saber si queria continuar con ella.

Al dia siguiente, Irina y Vitaly vinieron a verme para hacer un picnic en la playa que habiamos planeado con antelacion. Irina llevaba un bluson, aunque apenas se le notaba la barriga. Me imagine que estaba demasiado emocionada como para esperar a ponerse mas gruesa. Unas semanas antes, me habia ensenado patrones para ropa de bebe y bocetos de como iba a decorar el cuarto de los ninos. No pude evitar compartir su alegria. Sabia que iba a ser una madre maravillosa. Me sorprendia ver que Vitaly habia cogido peso desde que Irina descubrio que estaba embarazada, pero me contuve de hacer bromas sobre que el estuviera «comiendo por dos». El peso extra le sentaba bien. Su delgadez huesuda habia desaparecido, y su rostro habia ganado en atractivo gracias a la redondez.

– ?Quien era el chico que estaba contigo ayer por la noche? -me pregunto antes de entrar por la puerta. Irina le dio un codazo en las costillas.

– Les hemos prometido a Betty y a Ruselina que lo averiguariamos -se quejo Vitaly, haciendo una mueca y frotandose el costado.

– ?Betty y Ruselina? ?Como saben que estuve con alguien?

Irina apoyo la cesta del picnic en la mesa y empaqueto el pan de molde y los platos que yo habia preparado.

– Te estaban espiando, como siempre -replico-. Apagaron las luces de su piso y pegaron las caras contra la ventana cuando el te dejo en casa.

Vitaly cogio una esquina del pan y le dio un mordisco.

– Trataron de escuchar lo que deciais, pero el estomago de Betty no paraba de hacer ruido y no oyeron ni una palabra.

Le cogi la cesta llena a Irina. No pesaba demasiado, pero no queria que ella cargara peso.

– Me complican la vida cuando hacen eso -dije-. Esta situacion de por si ya me cohibe bastante.

Irina me dio unas palmaditas en el brazo.

– El secreto esta en casarse y mudarse un barrio mas alla. No esta demasiado lejos, pero tampoco demasiado cerca.

– Si siguen asi, no podre casarme -le conteste-. Espantaran a todos los hombres.

– ?Chst! -chisto Vitaly-. ?Quien es tu pretendiente, Anya? ?Por que no le has invitado a que viniera hoy?

– Le he conocido a traves de Diana. Y no le he invitado hoy porque hacia una eternidad que no nos veiamos, y queria pasar el dia con vosotros.

– Ya veo, es demasiado pronto como para presentarle a la familia -observo Vitaly, negando con el dedo en mi direccion-. Pero tengo que advertirte de que tu vestido de novia ya es tema de conversacion una planta mas abajo.

Irina puso los ojos en blanco.

– No me lo puedo creer -exclamo, empujandonos a Vitaly y a mi hacia la puerta.

Todos los domingos, la playa de Bondi se llenaba de gente. Irina, Vitaly y yo tuvimos que andar hasta el cabo Ben Buckler para encontrar un sitio donde sentarnos. La luz del sol era deslumbrante. Se reflejaba en la arena y en la multitud de sombrillas de un modo muy similar a como lo hacia la nieve en los tejados y en los arboles del hemisferio norte. Vitaly extendio las toallas y planto la sombrilla mientras Irina y yo nos poniamos las gafas de sol y los sombreros. Los socorristas estaban entrenandose haciendo surf, con sus musculos bronceados brillando por los restos de agua y sudor.

– Vi a algunos de ellos entrenando en la piscina el fin de semana pasado -nos conto Vitaly-. Estaban nadando con bidones de queroseno llenos de agua atados a sus correas.

– Supongo que tienen que ser fuertes para vencer al mar -comente yo.

Un vendedor de dulces paso a nuestro lado, la crema de cinc que llevaba puesta en la cara se le estaba derritiendo como un helado al sol. Le llame y compre tres tarrinas de vainilla, les di una a Irina y otra a Vitaly y abri la mia.

– Los socorristas son guapos, ?eh? -dijo Irina, soltando una risita-. Quizas Anya y yo deberiamos apuntarnos al club.

– Vas a estar nadando con algo peor que un bidon de queroseno cargado a tu cintura en unos pocos meses, Irina -apunto Vitaly.

Contemple a los socorristas haciendo sus ejercicios con la correa. Uno de ellos destacaba entre los otros. Era mas alto que los demas hombres, de constitucion fornida y de barbilla cuadrada. Sujeto firmemente, sin dejarle caer, a su companero socorrista, que hacia de victima a punto de ahogarse. Realizaba todas las tareas con vigor y decision. Movio rapidamente la correa alrededor de su cintura y se lanzo al oceano sin vacilacion, arrastrando al falso surfista medio ahogado sin cansarse, y haciendole un simulacro de reanimacion al llegar a la playa como si la vida le fuera en ello.

– Ese de ahi es impresionante -senalo Vitaly.

Asenti. Una y otra vez, sin esfuerzo aparente, el socorrista se lanzaba a las olas, en busca de la siguiente persona en apuros. Corria como un gamo en el bosque, rapido y despreocupado.

– Debe de ser el socorrista del que Harry me hablo la otra noche -me detuve en mitad de la frase. Un hormigueo me recorrio la piel.

Me puse en pie de un salto, colocandome la mano de visera para protegerme los ojos del sol.

– ?Oh, Dios mio! -exclame.

– ?Que pasa? ?Quien es? -pregunto Irina, situandose junto a mi.

Su pregunta obtuvo respuesta cuando salude al socorrista moviendo los brazos y le grite:

– ?Ivan! ?Ivan!

17

IVAN

Betty y Ruselina estaban escuchando la radio y jugando a las cartas en la mesa junto a la ventana cuando irrumpimos en el piso, uno detras de otro, seguidos de Ivan. Betty levanto la mirada de sus cartas y bizqueo. Ruselina se volvio. Se llevo la mano a la boca y de sus ojos manaron las lagrimas.

– ?Ivan! -grito, poniendose en pie. Corrio por la alfombra hacia el. Ivan la intercepto a medio camino, abrazandola con tanta emocion que la elevo en el aire.

Cuando Ivan deposito a Ruselina en el suelo, ella cogio su rostro entre las manos.

– Pensamos que no volveriamos a verte de nuevo -le dijo.

– No estais ni la mitad de sorprendidos que yo -le respondio Ivan-. Crei que estariais todos en Estados Unidos.

– A causa de la enfermedad de la abuela, tuvimos que venir aqui -le conto Irina. Acto seguido, me miro de soslayo, lo cual me hizo sentir culpable, aunque no habia sido su intencion. Se suponia que era yo la que tenia que haberle escrito a Ivan para informarle sobre nuestro cambio de planes.

Вы читаете La gardenia blanca de Shanghai
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату