joven vestida con camiseta y vaqueros ajustados que dormia acurrucada contra la ventana. Barron la miro y luego se acomodo, con la mirada mas o menos atenta a la puerta por la que habia entrado. Al cabo de medio minuto vio a Marty Valparaiso subir a bordo, darle el billete al revisor y sentarse justo enfrente de la puerta. Paso un rato y luego oyo el pitido del tren. El revisor cerro la puerta y el Chief se puso en movimiento. En un segundo, las luces de la ciudad desertica dieron paso a la oscuridad absoluta del paisaje desnudo. Barron oia el gemido de los motores diesel a medida que el tren cogia velocidad. Intento imaginarse como se veria desde arriba, como en las vistas aereas que se ven en las peliculas: una enorme serpiente de setecientos metros, veintisiete vagones, deslizandose hacia el oeste a traves de la oscuridad del desierto antes del amanecer en direccion a Los Angeles.

2

Raymond estaba medio dormido cuando subieron los pasajeros. Primero penso que eran solo dos, un anciano de gafas gruesas y andar cansino y un hombre joven de pelo oscuro con vaqueros y una parca que llevaba una pequena bolsa de deportes. El anciano se sento en una plaza de ventana en su misma hilera, al otro lado del pasillo; el joven paso de largo para colocar su bolsa en el estante de arriba, una docena de asientos mas atras. Y fue entonces cuando subio el ultimo pasajero. Era delgado y enjuto, probablemente de treinta y muchos o cuarenta y pocos anos, e iba vestido con un abrigo de sport y pantalones. Le dio el billete al revisor, este se lo marco y luego el hombre se sento en una butaca frente a la puerta.

En circunstancias normales Raymond no le habria dado mas vueltas, pero aquellas circunstancias no tenian nada de normales. Hacia poco mas de treinta y seis horas habia matado a dos personas con un revolver en la trastienda de una sastreria de Pearson Street, en Chicago. Muy poco despues se subia al Chief rumbo a Los Angeles.

Era un viaje en tren que no tenia previsto, pero una tormenta de granizo inesperada habia forzado el cierre de los aeropuertos de Chicago y le habia obligado a tomar el tren en vez del avion directo a Los Angeles. El retraso era desafortunado, pero no tuvo eleccion y desde entonces el viaje habia transcurrido sin incidentes, al menos hasta que se detuvieron en Barstow y los dos hombres abordaron el tren.

Por supuesto que cabia la posibilidad de que no fueran mas que dos trabajadores de la zona periferica que se desplazaban cada manana a Los Angeles, pero no parecia lo mas probable. Sus gestos, la manera en que se movian y se comportaban, el modo en que se habian colocados ambos lados de el, uno en el asiento de pasillo frente a la puerta, el otro a oscuras, mas atras… En efecto, lo tenian acorralado de una forma que le resultaba imposible ir hacia un lado o el otro sin toparse con ellos.

Raymond respiro con fuerza y miro al hombreton de rostro rubicundo y cazadora arrugada que dormia en el asiento de la ventana, a su lado. Se trataba de Frank Miller, un vendedor de productos de papeleria de Los Angeles, cuarenton, un poco obeso y divorciado, que llevaba un peluquin bastante obvio y odiaba volar. Al otro lado de la estrecha mesa plegable estaban Bill y Vivian Woods, de Madison, Wisconsin, una pareja de cincuentones que se dirigia a pasar unas vacaciones en California y que ahora dormia en los asientos frente a el. Eran unos desconocidos que se habian convertido en amigos y companeros de viaje casi desde el momento en el que el tren partio de Chicago y Miller se le acerco, cuando estaba solo en el vagon-restaurante, tomando una taza de cafe, para decirle que buscaban a un cuarto jugador de poquer e invitarlo a jugar. Para Raymond fue perfecto y asintio al instante, tomandolo como una oportunidad para mezclarse con los otros pasajeros en el caso poco probable de que alguien lo hubiera visto salir de la sastreria y la policia hubiera dado el aviso de busca y captura de alguien que viajara solo y coincidiera con su descripcion.

Desde algun punto distante se oyeron dos pitidos de tren. El tercero llego a los pocos segundos. Raymond miro hacia la parte delantera del vagon. El hombre enjuto del asiento de pasillo permanecia inmovil, con la cabeza reclinada, como si, como todos los demas, estuviera durmiendo.

La tormenta de granizo y el viaje en tren ya eran lo bastante molestos en si mismos, una vuelta de tuerca mas en una serie de hechos meticulosamente planeados que se habian torcido. Durante los ultimos cuatro dias habia estado en San Francisco, Mexico D.F. y luego Chicago, adonde habia llegado via Dallas. Tanto a San Francisco como a Mexico habia ido a buscar informacion vital pero no habia logrado encontrarla, habia matado a la persona o personas implicadas e inmediatamente habia continuado su camino. La misma locura se habia reproducido en Chicago: donde se suponia que obtendria informacion, no encontro ninguna, de modo que tuvo que marcharse al ultimo punto de su andadura por America, que era Los Angeles o, mas concretamente, Beverly Hills. Estaba seguro de que alli no tendria ningun problema para hallar la informacion que necesitaba antes de matar al hombre que la tenia. El problema era el tiempo. Era martes, 12 de marzo. Debido a la tormenta de granizo, llevaba ya mas de un dia de retraso sobre lo que habia sido un plan trazado con precision que todavia le exigia llegar a Londres no mas tarde del mediodia del 13 de marzo. A pesar de lo frustrante que eso resultaba, se daba cuenta de que las cosas simplemente se habian retrasado y seguian siendo factibles. Lo unico que necesitaba era que, durante las horas siguientes, todo fuera sobre ruedas. Pero no estaba tan seguro de que eso pudiera ocurrir.

Raymond se reclino con cautela y miro su bolsa de viaje en el estante para equipajes que tenia arriba. Dentro llevaba su pasaporte de Estados Unidos, un billete a Londres de primera clase de British Airways, el rifle automatico Sturm Ruger del calibre 40 que habia utilizado en los asesinatos de Chicago y dos cargas de municion adicionales de once balas cada una. Se habia arriesgado lo bastante como para llevarlo frente a los comandos de seguridad antiterroristas que patrullaban atentos por la estacion y luego meterlo en el tren en Chicago, pero ahora se preguntaba si habia hecho bien. Los rifles que utilizo en los asesinatos de San Francisco y Mexico los habia mandado en unos paquetes envueltos con papel de embalar que debian recogerse en la empresa de mensajeria Mailboxes Inc., en la que previamente habia abierto una cuenta y disponia de un casillero con llave. En San Francisco recogio el arma, la uso y luego la tiro a la bahia, junto al cuerpo del hombre que habia asesinado. En Mexico D.F. hubo problemas para localizar el paquete y tuvo que esperar casi una hora hasta que llamaron al responsable y lo encontraron. Recogio otra arma en un punto de recogida de Mailboxes Inc. en Beverly Hills, pero con el horario ya muy apretado debido al desplazamiento en tren, y con el problema de Mexico todavia muy presente en su memoria, decidio correr el riesgo y llevar el Ruger con el para no jugarsela y no encontrarse con otra cagada que pudiera retrasar su llegada a Londres.

Otro pitido mas del tren y Raymond volvio a mirar hacia el hombre que dormia cerca de la puerta del vagon. Lo observo unos instantes, luego miro la bolsa del estante de arriba y decidio intentarlo: sencillamente levantarse, coger la bolsa y abrirla como si buscara algo en su interior; entonces, aprovechando la escasa luz, meterse con cuidado el Ruger debajo del jersey y volver a poner la bolsa en su sitio. Estaba a punto de hacerlo cuando se dio cuenta de que Vivian Woods lo estaba observando. Cuando la miro, ella le sonrio. No fue una sonrisa de cortesia, ni de complicidad entre companeros de viaje despiertos a la misma hora temprana de la manana, sino una sonrisa cargada de deseo sexual y muy reconocible por parte de el. Con treinta y tres anos, Raymond era delgado y fibroso y tenia la belleza de una estrella del rock, el pelo rubio y unos ojos azules y grandes que subrayaban unas facciones delicadas, casi aristocraticas. Tenia ademas una voz aterciopelada y una manera exquisita de comportarse. Para las mujeres de casi todas las edades, aquella mezcla resultaba letal. Lo miraban con atencion y, a menudo, con el mismo deseo que Vivian Woods mostraba ahora, como si estuvieran dispuestas a fugarse con el adonde les dijera y, una vez alli, a hacer cualquier cosa por el.

Raymond le respondio con una sonrisa amable y luego cerro los ojos como si quisiera dormirse, a sabiendas de que ella seguiria contemplandolo. Era halagador, pero a la vez era una vigilancia que, en aquel momento, le resultaba de lo mas inoportuno, porque le impedia levantarse y apoderarse del rifle.

3

Estacion de la Amtrak, San Bernardino, California, 6:25 h

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