John Barron observo la hilera de madrugadores que subian al tren para ir a trabajar a la urbe. Algunos llevaban maletines u ordenadores portatiles; otros, vasos de papel llenos de cafe. De vez en cuando habia alguno hablando por el movil. La mayoria parecian todavia medio dormidos.

Al cabo de varios minutos el revisor cerro la puerta, y a los pocos instantes sono el pitido del tren, el vagon dio una pequena sacudida y el Chief se puso en marcha. Al hacerlo, la joven que iba al lado de Barron se agito un poco y luego volvio a dormirse.

Barron la miro a ella y luego al pasillo, hacia la hilera de pasajeros que todavia no habian encontrado asiento. Estaba impaciente. Desde que habia empezado a amanecer se moria de ganas de levantarse e ir mas alla de donde estaban los jugadores de cartas para saber que pinta tenia su hombre. Si es que era su hombre. Pero no era la tactica adecuada, de modo que se quedo en su sitio y observo pasar a un nino de unos cuatro o cinco anos aferrado a su osito de peluche. Le seguia una bella rubia, que Barron supuso que era su madre. Mientras pasaban, miro a Marty Valparaiso en su asiento frente a la puerta. Dormia, o fingia hacerlo. Barron sintio que le sudaba el labio superior y se dio cuenta de que tenia las palmas de las manos tambien humedas. Estaba nervioso y eso no le gustaba. De todos los estados en los que podia encontrarse ahora, nervioso era el que menos ayudaba.

Ahora el ultimo de los madrugadores pasaba por su lado en busca de un sitio para sentarse. Era alto y atletico, iba vestido con traje oscuro y llevaba un maletin. Parecia un joven ejecutivo agresivo, pero no lo era. Se llamaba Jimmy Halliday y era el tercero de los seis detectives de paisano asignados para arrestar al jugador de cartas cuando el Chief llegara a Union Station en Los Angeles a las 8:40 de la manana.

Barron se recosto y miro por la ventana, mas alla de la joven durmiente, tratando de relajarse. El trabajo de los detectives del tren era comprobar que el jugador de cartas era en efecto el hombre buscado por la policia de Chicago. Si asi era, deberian seguirle si bajaba del tren antes de llegar a Los Angeles o, si permanecia a bordo - como sospechaban que iba a hacer porque su billete era hasta alli-, atraparlo cuando fuera a bajar. La idea era acorralarlo entre ellos y los otros tres detectives de paisano que esperaban en el anden de Union Station para arrestarlo rapidamente.

En teoria, el plan era facil: no hacer nada hasta el ultimo instante y luego apretar la tuerca minimizando el riesgo para la gente de la estacion. El problema era que su hombre era un tipo extraordinariamente receptivo, emocionalmente explosivo y un asesino extremadamente violento. Ninguno de ellos queria ni imaginarse lo que podia pasar si sospechaba que estaban dentro del tren y se ponian en accion alli mismo. Pero este era el motivo por el cual habian subido por separado y se habian mantenido deliberadamente discretos.

Todos ellos -Barron, Valparaiso y Halliday, mas los tres que esperaban en Union Station- eran detectives de homicidios pertenecientes a la brigada 5-2 de la Policia de Los Angeles, la prestigiosa y centenaria unidad de «situaciones especiales» que ahora formaba parte de la brigada de Robos y Homicidios. De los tres que viajaban en el tren 39002, Valparaiso era el mayor, de cuarenta y dos anos de edad. Tenia tres hijas adolescentes y llevaba dieciseis anos en la 5-2. Halliday tenia treinta y un anos, dos hijos gemelos de cinco y su esposa estaba embarazada de nuevo. Llevaba ocho anos en la brigada. John Barron era el nino, con veintiseis anos y todavia soltero. Llevaba una semana en la 5-2. Razon de mas para que ahora sintiera las manos y el labio superior sudados y para que la joven que dormia a su lado y el nino del osito de peluche y todo el resto de personajes del vagon le preocuparan. Era su primera situacion de tiroteo potencial en la 5-2, y su hombre, si resultaba que lo era realmente, era enormemente peligroso. Si algo ocurria y el no entraba en escena cuando le tocaba, o si metia la pata de alguna manera y mataban o herian a alguien… No queria ni pensarlo. En vez de eso, consulto el reloj: eran las 6:40, exactamente dos horas antes de la llegada prevista a Union Station.

4

Raymond tambien habia visto subir al tren al hombre alto del traje oscuro. Seguro de si mismo, sonriente, maletin en mano, con aspecto de hombre de negocios dispuesto a empezar un nuevo dia. Pero, al igual que la de los hombres que habian subido al Chief en Barstow, su presencia era demasiado entusiasta, demasiado estudiada, demasiado cargada de autoridad.

Raymond lo observo pasar y luego se volvio disimuladamente a mirar como se detenia a mitad del pasillo mas abajo para dejar que una mujer instalara a su hijo en un asiento, y luego proseguia y salia por la puerta del fondo del vagon, justo cuando Bill Woods entraba por la misma en direccion contraria, sonriente como siempre y con cuatro tazas de cafe en una bandeja de carton.

Vivian Woods sonrio mientras su marido posaba la bandeja en la mesa de las cartas y se deslizaba en el asiento a su lado. De inmediato, cogio las tazas y las repartio, haciendo un esfuerzo por no mirar a Raymond. En vez de eso, se volvio amablemente hacia Frank Miller.

– ?Se encuentra mejor, Frank? Tiene mejor cara.

Segun los calculos de Raymond, el vendedor habia entrado y salido del vagon ya tres veces en las ultimas dos horas, despertandolos a todos cada vez que iba o volvia.

– Estoy mejor, gracias -dijo Miller, forzando una sonrisa-. Es algo que he comido, supongo. ?Que les parece si jugamos unas cuantas manos antes de llegar a Los Angeles?

Justo en aquel momento paso el revisor.

– Buenos dias -dijo, al pasar junto a Raymond.

– Buenos dias -contesto Raymond distraidamente, y luego se volvio en el momento en que Bill tomaba una baraja de naipes de la mesa de delante de ellos.

– ?Juega, Ray?

Raymond sonrio con sencillez:

– ?Por que no?

5

Los Angeles, Union Station, 7:10 h

El comandante Arnold McClatchy llevo su Ford azul claro por una zona polvorienta en construccion y se detuvo en un aparcamiento apartado de gravilla, justo enfrente de una cadena metalica que cerraba la via 12, por donde estaba previsto que llegara el Chief del suroeste. Menos de un minuto mas tarde, otro Ford de camuflaje aparco a su lado con los detectives Roosevelt Lee y Len Polchak dentro.

Hubo cierres energicos de puertas y los tres miembros restantes de la brigada 5-2 cruzaron hasta el anden de la via 12 bajo un sol ya muy calido.

– Si quereis cafe, hay tiempo. Id a buscarlo. Yo me quedo aqui -dijo McClatchy al llegar al anden. Luego miro a sus veteranos detectives, uno alto y negro, el otro bajo y blanco, alejarse por una rampa larga que bajaba hasta el interior fresco de Union Station.

Durante un rato McClatchy permanecio donde estaba, vigilante, y luego se volvio y anduvo por el anden solitario hasta el final para mirar al punto lejano por el que las vias desaparecian haciendo una curva bajo la intensa luz del sol. Si Polchak o Lee querian cafe o no daba igual, ellos sabian que queria estar solo para hacerse una idea del lugar y de la accion que se desplegaria a la llegada del tren, cuando se pusieran manos a la obra.

A sus cincuenta y nueve anos, Red McClatchy llevaba mas de treinta y cinco como detective de homicidios, y treinta de ellos en la 5-2. En aquel periodo habia resuelto personalmente ciento sesenta y cuatro casos de asesinato. Tres de sus asesinos habian sufrido la pena de muerte en la camara de gas de San

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