Quintin; siete mas permanecian en el corredor de la muerte, a la espera de sendas apelaciones. Durante las ultimas dos decadas habia sido propuesto cuatro veces como jefe del LAPD, el Departamento de Policia de Los Angeles, pero todas ellas lo habia rechazado alegando que el era un currante, un policia de la calle, y no un administrador, ni un psicologo, ni un politico. Y ademas, queria dormir por la noche. Tambien era el jefe de la 5-2 y lo llevaba siendo desde mucho tiempo atras. Esto, decia, es suficiente para cualquier hombre.

Y obviamente lo era, porque en todo este tiempo, despues de los escandalos y de las guerras politicas y raciales que habian empanado el nombre y la reputacion tanto de la ciudad como del departamento, ese «currante» habia sido capaz de conservar inmaculada la larga y rica tradicion de la brigada. Su historia incluia casos que habian saltado a los titulares de la prensa internacional, entre ellos el crimen de la Dalia Negra, el suicidio de Marilyn Monroe, el asesinato de Robert Kennedy, la matanza de Charles Manson y el caso O. J. Simpson. Y todo ello envuelto con el aura, el resplandor y el glamour de Hollywood.

El aspecto de agente fronterizo de este policia alto y de espalda ancha, pelirrojo y con las sienes que empezaban a clarear, no hacia mas que potenciar su imagen. Con su clasica camisa blanca almidonada, su traje oscuro con corbata, el Smith & Wesson del 38 enfundado en la cintura, se habia convertido en una de las figuras mas conocidas, respetadas e influyentes dentro de la policia de Los Angeles, tal vez hasta de la ciudad, y era casi una figura de culto dentro de la comunidad policial internacional.

Sin embargo, nada de esto lo habia cambiado. Ni a su manera de trabajar, ni a la manera de operar de su brigada. Eran artesanos: tenian un trabajo que hacer y lo hacian dia a dia, en lo bueno y en lo malo. Y hoy era lo mismo. Un hombre debia llegar en el Southwest Chief y debian capturarlo y arrestarlo para la policia de Chicago, y al mismo tiempo cuidar de que ningun otro ciudadano sufriera danos. Nada mas y nada menos, asi de sencillo.

6

7:20 h

Raymond tomo un sorbo de cafe y miro las cartas que Frank Miller le acababa de repartir. Al hacerlo vio como el hombre de Barstow de la cazadora deportiva se levantaba de su asiento frente a la puerta y se dirigia por el pasillo hacia el. Raymond se miro la mano, luego miro a Vivian y descarto tres naipes.

– Tres, Frank, por favor -dijo, a media voz.

El hombre de la cazadora paso de largo mientras Miller le entregaba las cartas. Raymond las recogio y se volvio a tiempo de ver que el hombre de Barstow cruzaba la puerta al fondo del vagon, igual que habia hecho antes el hombre del traje oscuro. En un segundo, el mas joven de los hombres de Barstow se levanto de su asiento en mitad del vagon y recorrio el pasillo con aire distraido hasta la misma puerta. Lentamente, Raymond volvio a centrar su atencion en el juego. Si antes habia dos, ahora eran tres. Sin duda eran policias y estaban alli por un solo motivo: el.

– Es nuestro hombre, no hay duda. -Marty Valparaiso estaba con Jimmy Halliday, John Barron y el revisor del tren en la plataforma levemente inestable entre los vagones.

– De acuerdo -asintio Halliday, y miro al revisor-. ?Quienes son los demas?

– Por lo que he podido deducir, solo gente a la que ha conocido en el Chief al salir de Chicago.

– Muy bien. -Halliday saco un pequeno radiotransmisor de su bolsillo y lo encendio-. Red -dijo al aparato.

– Estoy aqui, Jimmy. -La voz de Red McClatchy sono nitidamente por la radio de Halliday.

– Confirmado. Esperaremos alerta como estaba previsto. El vagon es el numero tres-nueve-cero-cero-dos… -Halliday miro al revisor-. ?Correcto?

El revisor asintio:

– Si, senor. Tres-nueve-cero-cero-dos.

– ?Va en hora? -pregunto Valparaiso.

– Si, senor -volvio a responder el revisor.

– Puntuales y listos, Red. Nos vemos en Los Angeles. -Halliday apago el radiotransmisor y miro al revisor.

– Gracias por su ayuda. A partir de aqui es nuestro trabajo. Usted y su gente mantenganse al margen.

– Una cosa. -El revisor levanto un dedo de advertencia-. Este es mi tren. La seguridad de la tripulacion y de los pasajeros en el es mi responsabilidad. No quiero violencia a bordo, no quiero heridos. Esperen a que este en el anden antes de hacer nada.

– Ese es el plan -dijo Halliday.

El revisor miro a los otros:

– Muy bien -dijo-. Muy bien.

Luego se toco el bigote, abrio la puerta y entro en el vagon en el que se encontraban los jugadores de cartas.

Valparaiso observo la puerta cerrarse detras de el y luego miro a los otros.

– Empieza el espectaculo, caballeros. Nada de comunicaciones por radio hasta que lleguemos.

– Bien -dijo Halliday-. Buena suerte.

Valparaiso hizo un gesto de aprobacion con la mano, luego abrio la puerta y siguio al revisor hacia el vagon.

Halliday miro cerrarse la puerta detras de Valparaiso; luego miro a Barron. Fue el quien se entero el primero de la manera de trabajar meticulosa e inquebrantable del joven detective cuando estaba en la brigada de Robos y Homicidios, la vez que resolvio un caso de asesinato que habia quedado archivado desde hacia mucho tiempo. Por eso hablo de el a McClatchy y al resto de la brigada, la propia 5-2. Es decir, que Barron formaba parte de la brigada gracias a el, y estaba en el tren tambien por el. Halliday sabia que Barron estaria nervioso y queria hablarle.

– ?Llevas bien todo esto?

– Si -Barron sonrio y asintio con la cabeza.

– ?Estas seguro?

– Si, estoy seguro.

– Pues entonces, alla vamos.

7

7:35 h

Raymond habia visto a Valparaiso pasar de largo y volver a su asiento justo enfrente de la puerta, y luego permanecer sentado y mirar distraidamente por la ventana mientras el tren se acercaba a Los Angeles y el paisaje se volvia cada vez mas urbano. Al cabo de unos instantes habia visto al otro hombre de Barstow regresar a su sitio, doce hileras mas atras. Ahora estaba sentado, con la cabeza agachada, tal vez dormitando o leyendo, resultaba dificil de decir. Despues de lo que parecio un intervalo cuidadosamente mesurado, el mas alto y vestido con traje de ejecutivo regreso, volvio a entrar en el vagon y se sento en un asiento de pasillo frente al lavabo; abrio su maletin y saco un periodico, que ahora leia. Era la trampa mas bien calculada que cabia imaginar.

– Raymond, ?esta usted jugando? -dijo Vivian, a media voz.

Raymond volvio a fijarse en la partida y se dio cuenta de que le tocaba jugar a el y que los otros le estaban esperando.

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