– Si. -Sonrio y por un instante le aguanto la mirada de la misma manera que ella lo habia hecho antes, seductora y alentadora; luego la desvio y miro sus cartas.

Si los tres hombres del tren eran efectivamente policias y estaban alli por el, necesitaria toda la ventaja que pudiera obtener, y tener a Vivian Woods de su lado podia serlo. Tuviera la edad que tuviese, con solo chascar los dedos la podria obligar a hacer cualquier cosa.

– Jugare esta mano, Vivian. -Los ojos de Raymond se volvieron de nuevo hacia ella, mirandola lo justo, y luego se desviaron hacia Frank Miller, que estudiaba su jugada en el asiento de ventanilla a su lado. Un vendedor obeso con el estomago revuelto y que tenia miedo de volar… solo Dios sabia como podria reaccionar si la policia estrechaba el cerco y las cosas se ponian feas. Podia tener un infarto o un ataque de panico, hacer una tonteria y que aquello se convirtiera en una carniceria.

Raymond aposto, Miller enseno sus cartas y empujo un punado de fichas rojas de poquer hasta el centro de la mesa. Raymond se pregunto por primera vez si Miller llevaba el peluquin porque la quimioterapia o un tratamiento de radiaciones le habia hecho perder el pelo. Tal vez estuviera enfermo y no lo habia dicho y ese era el verdadero motivo de sus visitas frecuentes al bano.

– Para mi es demasiado, Frank, lo dejo.

Raymond dejo sus cartas. Tal vez tuviera la mejor mano, pero le daba igual. Y tampoco le importaba si Miller llevaba o no peluquin o si estaba enfermo. Lo que ahora le preocupaba era la policia y como le habian encontrado. Habia sido absolutamente meticuloso en la manera de perpetrar los asesinatos en Chicago. Alli, como en San Francisco y en Mexico, habia estado el tiempo minimo indispensable en el lugar de los hechos, casi no habia tocado nada y habia llevado siempre guantes de latex, de esos de usar y tirar que en esta epoca de desconfianza general por las enfermedades contagiosas se pueden encontrar en cualquier farmacia; eso significaba que no habia dejado huellas en ningun sitio.

Inmediatamente despues habia hecho un itinerario deliberadamente zigzagueante por las calles heladas de Chicago hasta la estacion de tren, de una manera practicamente imposible de perseguir. Parecia impensable que le hubieran seguido el rastro, y desde luego no hasta el tren. Sin embargo, aqui estaban y cada segundo que pasaba lo acercaba mas a la confrontacion final con ellos.

Lo que tenia que hacer, y rapido, era buscar la manera de huir.

8

Union Station, 7:50 h

Los detectives Polchak y Lee subieron la rampa de la estacion hasta el anden de la via 12, donde McClatchy aguardaba. Len Polchak tenia cincuenta y un anos y era de raza blanca, media metro setenta y pesaba ciento cinco kilos. Roosevelt Lee era negro, tenia cuarenta y cuatro anos y media casi dos metros, un altisimo y todavia muy en forma ex jugador de futbol profesional.

Polchak llevaba veintiun anos en la 5-2, Lee dieciocho, y a pesar de su diferencia de edad, altura y raza, tenian la relacion mas estrecha que dos hombres pueden tener sin ser hermanos. Su amistad provenia de anos de respirar el mismo tedio, la misma vigilancia, el mismo peligro, de ser testigos de las mismas atrocidades que la gente se hacian los unos a los otros. Aquella familiaridad, alimentada por el tiempo y la experiencia, les hacia saber lo que el otro estaba pensando y lo que iba a hacer en cualquier situacion y de manera instintiva, al igual que su confianza inherente les hacia ser conscientes de poder contar con la proteccion del otro en todo momento.

En todo el batallon ocurria lo mismo; la tradicion mandaba que ningun hombre era mas importante que otro, y eso incluia al comandante. Era una mentalidad forjada a base de trabajo y de cotidianeidad que requeria una casta especial de individuos; no cualquiera era invitado a formar parte de la 5-2. Un detective podia ser recomendado, luego se le vigilaba de muy cerca durante semanas, hasta meses, antes de que todo el grupo lo aprobara y se le propusiera entrar. Una vez aceptado y hechos los juramentos de responsabilidad hacia la integridad de la brigada y de todos sus miembros, aquel era un compromiso de por vida. La unica manera de salir de el era por una lesion gravisima, la muerte o la jubilacion. Estas eran las normas. Con el tiempo, eso generaba una fe de hermandad que pocos cuerpos compartian, y cuanto mas tiempo llevaban juntos, mas compartian la misma sangre.

Eso era en lo que confiaban ahora, mientras alcanzaban el final de la rampa y recorrian el anden hacia el lugar donde los esperaba McClatchy, todos ellos contando los minutos que faltaban para que llegara el Chief y su jugador de cartas bajara de el.

7:55 h

John Barron lo habia visto claramente cuando se levanto de la mesa de juego y recorrio el pasillo para ir al bano al fondo del vagon. Pero habia sido apenas un vistazo rapido, que no le basto para hacerse la idea de el que queria… para ver la intensidad de sus ojos, lo rapido que era capaz de levantarse o de actuar con las manos. Y fue lo mismo al cabo de unos minutos, cuando volvio y paso a su lado de espaldas para retomar su asiento con los otros jugadores, al mismo lado del vagon doce hileras mas atras. Tampoco eso le basto.

Barron miro a la joven que estaba a su lado. Llevaba unos auriculares y miraba por la ventana, dedicando su concentracion a lo que fuera que escuchara. Era su inocencia, mas que cualquier otra cosa, lo que le inquietaba: la idea de que ella o cualquier otro pasajero o miembro de la tripulacion del tren tuviera que pasar por aquello. Era una situacion potencialmente mortal y sin duda el motivo por el cual el hombre habia elegido viajar por aquel medio, rodeado de inocentes que le protegian sin saberlo. Era tambien la razon principal por la cual no le habian atrapado sin mas cuando andaba por el tren.

No obstante, a pesar de toda la confianza que tenia en que su hombre seria apresado sin incidentes, ocurria algo mas, algo de lo que no estaba seguro y que, cuanto mas se acercaban a Los Angeles, mas incomodo le resultaba. Tal vez fuera el nerviosismo que lo habia acompanado durante todo el viaje; su preocupacion por los pasajeros del tren iba de la mano de su relativa inexperiencia comparada con la de sus companeros. Tal vez fuera su voluntad de querer demostrar que merecia el honor que le habian hecho aceptandolo en la brigada. O tal vez fuera el volatil perfil que les habia facilitado la policia de Chicago: «Debe considerarsele armado y extremadamente peligroso». Quiza fuera la combinacion de todos los factores. Fuera lo que fuese, habia una electricidad en el ambiente que resultaba cada vez mas desagradable; daba la sensacion de mal augurio y de que algo terrible e inesperado estaba a punto de ocurrir. Era como si el hombre supiera que estaban alli, y quienes eran, y su mente estuviera ya dos o tres pasos por delante de ellos. Preparado para lo que haria en el ultimo momento.

9

Union Station, 8:10 h

Red McClatchy observaba a la gente que empezaba a concentrarse a la espera del tren que estaba al llegar. En un calculo rapido estimo veintiocho personas en el anden, sin contarse a el mismo, Lee y Polchak. La zona en la que estaban era donde se suponia que el vagon numero 39002 se detendria. Cuando lo hiciera, las dos puertas que daban al anden se abririan y los pasajeros desembarcarian. Daba igual por cual de las puertas saliera el hombre. Halliday, apostado a un lado, iria justo detras de el si venia por ahi. Valparaiso haria lo mismo si venia por aqui. Barron, en medio, cubriria a quien lo necesitara.

Al otro lado de la via y detras de la valla encadenada estaban aparcados sus coches con refuerzos dentro.

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