Un camion enorme de mercancias se detuvo delante de el. Barron se paro detras y miro por el retrovisor. Un mar de faros se extendia hasta muy lejos. El camion siguio avanzando, y tambien el, solo que ahora cambio de carril, acercandose al interior para poder desviarse en la salida siguiente y meterse por calles de la superficie para llegar al aeropuerto. Entonces volvio a mirar por el retrovisor. Esta vez no solo vio la extension de faros detras de el, sino su propia imagen, y por un momento se quedo asi, mirandose a los ojos.
No importaban Red McClatchy ni la 5-2. Lo que vio fue la imagen de un agente de policia jurado y encargado de defender la ley y proteger al ciudadano. Sin embargo, era un agente de policia tan cegado por las creencias personales que no habia valorado la magnitud de la maldad de Raymond, ni habia presentido su capacidad para el asesinato a sangre fria. Como resultado, no habia tomado ninguna precaucion contra el. Era un error por el que habian pagado cuatro policias, uno de ellos mujer, un hombre que llevaba una cazadora negra, un disenador de New Jersey y un muchacho de pelo lila que apenas superaba los veinte anos de edad. La sensacion de responsabilidad por aquellas muertes y el complejo de culpa que lo acompanaban eran gigantescos.
Miro la radio que llevaba en el asiento de al lado. Lo unico que tenia que hacer era cogerla y llamar a Red, decirle lo que habia descubierto, marcharse hacia Pasadena y dejar que la brigada se encargara del enigmatico Josef Speer. Pero sabia que no podia hacerlo, porque eso equivalia a ordenar personalmente su ejecucion.
Barron salio de la autovia y tomo la rampa de salida de La Brea. Entonces penso en Rebecca y se dio cuenta de que, en nombre de su propia conciencia, el mismo podia haber sido una de aquellas victimas, y no de la brigada, sino de Raymond. Disponia de un seguro de vida y Rebecca era su unica beneficiaria; se habia ocupado de que su poliza dispusiera del dinero suficiente como para mantenerla de por vida si algo le ocurria a el. Pero eso la dejaria sola. El era la unica persona a la que tenia en el mundo. Estaba bien atendida por las monjas y se sabia cuidar gracias a el. Tanto sor Reynoso como la doctora Flannery se lo habian dicho: el era el puntal de la poca razon que le quedaba; su existencia silenciosa y fragil se aguantaba por su amor hacia el y dependia de su presencia. Era cierto que, en caso de que Barron muriera, Dan Ford y su esposa, Nadine, quedaban como sus tutores legales, pero el periodista, por mucho que los dos le quisieran, no era su hermano.
Barron se detuvo detras de una docena de coches en el semaforo, arriba de la rampa, y hundio la cabeza entre las manos.
– Dios mio -exclamo en voz alta, con el raciocinio tan al limite que tenia que esforzarse por ser capaz de pensar. Podia girar a la derecha al llegar al semaforo, recoger a Rebecca y encontrarse a ochocientos kilometros de alli cuando amaneciera. O girar a la izquierda y perseguir a Raymond. Si es que era Raymond.
Delante de el cambio el semaforo y el trafico empezo a avanzar. Seguia verde cuando Barron llego al cruce. Era ahora cuando le tocaba decidir que hacer. Y lo hizo. Solo habia una respuesta. Rebecca era su responsabilidad. Sus padres ya habian sufrido una muerte terrible y violenta; no estaba dispuesto a exponerla de nuevo a ese tipo de horror, fuera lo que fuese lo que creyera que tenia que hacer para el.
Dio un golpe de volante y giro a la derecha, acelerando en direccion a Pasadena. En una hora estarian fuera de Los Angeles, rumbo al norte/sur/este, daba igual. Dentro de una semana las cosas se habrian calmado; dentro de un mes todavia estarian mas tranquilas porque, para entonces, Red se habria dado cuenta de que no representaba una amenaza. Y con el tiempo, todo quedaria olvidado.
Entonces llego: el escalofriante, omnipotente sentido de la verdad: Josef Speer era el chico muerto de MacArthur Park, y Raymond era quien habia comprado el billete de Lufthansa a Frankfurt. En aquel instante cegador desaparecieron todas las consideraciones momentaneas anteriores. Solo importaba una cosa: llegar a LAX antes de que el vuelo 453 despegara.
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Raymond recorrio el pasillo tratando de actuar como un pasajero cualquiera que busca algun articulo concreto. En este caso, algun tipo de maleta que pudiera llevar con el al avion. La agente de billetes de Lufthansa habia aceptado su explicacion de que habia dejado una bolsa de mano en el bar de comida rapida del aeropuerto. Era un detalle, no demasiado importante, pero lo habia pasado por alto y podia ser que alguien se fijara en ello, en especial en la puerta de embarque, si entraba sin equipaje de mano y sin un recibo de facturacion grapado en el sobre de su billete.
«Saca lecciones de tus errores», otro de los consejos frecuentes que la baronesa le repetia a menudo desde que era nino. ?Molesto? Si, tal vez, pero sus ensenanzas eran validas. Lo ultimo que necesitaba, en especial con el alto nivel de seguridad aeroportuaria, era despertar dudas, cualquier alteracion en el flujo del protocolo de la aerolinea que pudiera hacer levantar cejas o llamar la atencion.
Las vio al fondo del pasillo: una docena o mas de mochilas de lona que colgaban de un mostrador. Eligio una de color negro y se dirigio hacia la caja. Casi al mismo tiempo, cayo en la cuenta de que necesitaba algo que llevar dentro. Rapidamente cogio una sudadera de Los Angeles, una camiseta con el logotipo de los Los Angeles Lakers, un cepillo de dientes, dentifrico… cualquier cosa que hiciera bulto y que pudiera resultarle util durante el viaje.
Cuando hubo acabado se coloco detras del grupo de clientes que guardaban cola en la caja de salida. Entonces se quedo petrificado. A menos de medio metro vio un estante con una pila de la ultima edicion del Los
Leyo el subtitulo y las cosas empeoraron: «Puede que lleve el pelo tenido de lila». Otra vez la policia. Rapidos, eficientes; habian supuesto correctamente que habia asumido la identidad y el aspecto de Josef Speer.
Dejo bruscamente sus cosas en un mostrador lateral y se retiro a otro pasillo para, en una rapida sucesion, coger varias cosas mas: un espejito de mano, una maquina de afeitar electrica, pilas para la maquina.
La cola habia desaparecido y se acerco a la caja, puso sus cosas al lado y dejo deslizar una mano hacia una de las Berettas que llevaba embutidas en el cinturon. Si la mujer lo reconocia y lo demostraba de alguna manera, la mataria alli mismo y se marcharia para abandonar el edificio de la terminal en medio del horror y el caos sembrados por el. El mismo metodo que habia planeado usar para huir del cordon policial en Union Station y del
La miro con atencion, esperando a que ella lo mirara, pero no lo hizo. La mujer se limito a pasar los articulos por el lector. Y lo mismo cuando le dio la tarjeta Master de Speer para pagar. Lo mismo cuando firmo el recibo y cuando ella le puso las cosas en una bolsa de plastico. Al final le entrego la bolsa, lo miro y le dijo «buenas tardes» en un tono mecanico antes de volverse para atender al cliente siguiente.
– Gracias -dijo el y se marcho.