abuela que habia llegado treinta anos antes, permanecia en la isla; el resto de sus amistades -con quienes habia crecido, reido y sufrido- andaban dispersas por el mundo.

Ahora, cuando pensaba en sus amigos, se referia solo a Freddy y a Lauro, dos muchachos tan semejantes como disimiles. Lauro era delgado y con grandes ojos de tisico, muy parecido a la legendaria cantante de boleros cuyo alias llevaba. Al igual que La Lupe, era todo aspavientos. Freddy, en cambio, era gordito y de ojos achinados. Esa apariencia y su voz de contralto le ganaron el mote de Freddy, en honor de la bolerista mas gorda de la historia. Si Lauro era como una diva caprichosa, Freddy mostraba una gran compostura. Parecian reencarnaciones de ambas cantantes y se enorgullecian de aquella semejanza. Para Cecilia eran como dos hermanos grunones a los que debia reganar y aconsejar continuamente. Los queria mucho, pero saber que eran su unica compania no dejaba de deprimirla.

Apenas abrio la puerta de su apartamento, se quito la ropa y se metio en la ducha. El agua tibia cayo sobre su rostro. Aspiro con delicia la espuma de rosas que la esponja dejaba sobre su cuerpo. Un exorcismo. Una limpieza. Un conjuro para aliviar el alma. Se echo en la cabeza unas gotas del agua bendita que buscaba mensualmente en la ermita de la Caridad.

Le gustaba ese momento que dedicaba al bano. Alli comulgaba con sus pesares y sus desdichas frente a Aquel que destilaba poder sobre todos, cualquiera eme fuese su nombre: Olofi o Yave, El o Ella, Ambos o Todos. Por principio, no iba a misa. No confiaba en ningun tipo de guias o caudillos, fueran o no espirituales. Preferia hablar a solas con Dios.

Se miro en el espejo, preguntandose si el bar ya estaria abierto, mientras rememoraba su encuentro con la anciana en aquel tugurio. Hasta la mujer se le antojaba ahora un espejismo. A lo mejor estaba borracha y la sono. Bueno, se dijo, si los Martinis provocaban visiones tan interesantes, esa noche se tomaria algunos mas. ?Llamaria a Freddy o a Lauro? Decidio ir sola.

Media hora despues arrimaba su auto junto a la acera. Pago la entrada y atraveso el umbral. Era tan temprano que casi todas las mesas estaban vacias. En la pantalla, brillaba la divina Rita entonando su pregon: «Esta noche no voy a poder dormir, sin comerme un cucurrucho de mani… Maniiii… Maniiii… Si te quieres por el pico divertir, comete un cucurruchito de mani…». Y arrastraba la r del cucuruchito. A Cecilia le fascinaba la gracia con que la mulata entornaba los ojos para ofrecer el cucurucho y luego lo retiraba con gesto de gata, como si hubiera cambiado de idea y prefiriera guardarse la golosina.

– La gente de antes se movia distinto.

Cecilia se sobresalto. El comentario provenia de un oscuro rincon a su derecha, pero no tuvo necesidad de ver para adivinar de quien se trataba.

– Y hablaba distinto tambien -respondio la joven, y avanzo a tientas en direccion a la voz.

– No crei que volverias.

– ?Y perderme lo que sigue de esa historia? -replico Cecilia, acomodandose a tientas-. Se ve que usted no me conoce.

Una sonrisa se asomo a los ojos de Amalia, pero la muchacha no lo noto.

– Tiene tiempo para contar algo, ?verdad? -la apremio con impaciencia.

– Todo el tiempo del mundo.

Y tomo un sorbo de su copa, antes de empezar a hablar.

Fiebre de ti

Esta nina esta aojada.

En el centro de la habitacion, la Obispa observaba diluirse y desaparecer las tres gotas de aceite en el plato lleno de agua: senal inequivoca del maleficio.

– Jesus! -susurro dona Clara, persignandose-. ?Y ahora que haremos?

– Tranquila, mujer -murmuro la Obispa, haciendo una senal a una ayudante-. Ya me trajiste a tu hija, que es lo principal.

Angela asistia con indiferencia al ritual de su diagnostico, demasiado inmersa en el fogaje que borboteaba por todos los recovecos de su cuerpo. Era un escalofrio que la banaba en sudor, un infierno que la deshacia en suspiros, una voragine confusa que la dejaba clavada en cualquier sitio, imposibilitada de hablar o moverse. Ajena al vaticinio sobre su mal de ojo, siguio sosteniendo el plato con agua como le habia indicado la mujer. Encima de su cabeza, un candil oscilante vomitaba sombras por doquier, atrayendo quizas a mas espectros de los que la vieja se aprestaba a conjurar.

La ayudante, que habia salido momentos antes, entro ahora con un cazo que destilaba vapores casi apetitosos: ruda y culantro hervidos en vino.

Dos te han aojado, tres te han de sanar,

la Virgen Maria y la Santisima Trinidad…

La Obispa fue haciendo la senal de la cruz sobre Angela, siguiendo las indicaciones del rezo.

Si lo tienes en la cabeza, santa Elena,

si lo tienes en la frente, san Vicente,

si lo tienes en los ojos, san Ambrosio,

si lo tienes en la boca, santa Polonia,

si lo tienes en las manos, san Urbano,

si lo tienes en el cuerpo, dulcisimo Sacramento,

si lo tienes en los pies, san Andres,

con sus angeles treinta y tres.

Y al decir esto le arrebato el plato de las manos y lo arrojo contra un rincon. El agua dejo un rastro de oscuridad en la madera.

– Ya esta, hija. Vete con Dios.

Angela se levanto, ayudada por su madre.

– ?No! Por ahi, no -la atajo la Obispa-. No debes pisar esa agua o el maleficio regresara.

Ya era noche cerrada cuando abandonaron la casa. Don Pedro las habia esperado sobre la piedra que se alzaba a una treintena de pasos, en los limites de la aldea que descansaba junto a la sierra helada de Cuenca.

– ?Que? -susurro con ansiedad.

Dona Clara hizo un leve gesto. Muchos anos viviendo junto a la misma mujer lo ayudaron a comprender: «Todo esta resuelto, pero hablemos mas tarde». Hacia meses que ni el ni Clara lograban dormir tranquilos. Su hija, esa nina que hasta hace poco corria feliz a campo traviesa, persiguiendo toda clase de bichos y pajaros, se habia transformado en otra persona.

Primero fueron las visiones. Aunque don Pedro estaba avisado, no por eso dejo de sorprenderse. Su propia mujer se lo habia advertido la tarde en que el le propuso matrimonio: todas las mujeres de su familia, desde tiempos inmemoriales, andaban acompanadas de un duende Martinico.

– Yo comence a verlo de moza -le conto Clara-. Y mi madre tambien, y mi abuela, y todas las mujeres de mi familia.

– ?Y si no nacen hembras? -pregunto el, con escepticismo.

– Lo hereda la esposa del primogenito. Eso le paso a mi bisabuela, que habia nacido en Puertollano y se caso con el hijo unico de mi tatarabuela. Ella misma quiso mudarse a Priego para no tener que dar explicaciones a su familia.

El hombre no supo si reir o enfadarse, pero el semblante de su novia le indico la gravedad del asunto.

– No importa -dijo el finalmente, cuando se convencio de que la cosa iba en serio-. Con Martinico o sin Martinico, tu y yo nos casamos.

Aunque su mujer acostumbraba a quejarse de la invisible presencia, siempre creyo que todo surgia de su imaginacion. Sospechaba que aquella historia, tan arraigada en su familia, la inducia a ver lo inexistente. Y para

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