montado sobre el overo. Parado en la puerta, mientras el caballo resoplaba inquieto, la algarabia ceso los instantes necesarios para que se oyese el debil intento de protesta de don Martin.

—?Sacril...!

El sacerdote fue inmediatamente silenciado a punetazos y patadas. Brahim azuzo al overo para que pasase sobre los pedazos de retablos, cruces e imagenes que se desparramaban por el suelo, y el gentio volvio a estallar en gritos. Shihab, el alguacil del pueblo, le saludo desde donde estaban reunidos los cristianos, frente al altar, y Brahim se dirigio a ellos.

—Todas las Alpujarras se han levantado en armas —dijo al llegar hasta Shihab, sin desmontar del caballo de color melocoton—. Por orden del Partal, he traido a las mujeres, los ninos y los ancianos moriscos que no pueden luchar, para que se refugien en el castillo de Juviles, donde tambien he dejado el botin logrado en Cadiar.

El castillo de Juviles estaba a dos tiros de arcabuz a levante del pueblo, sobre una plataforma rocosa de casi mil varas de altura y de muy dificil acceso. La edificacion databa del siglo x y conservaba los muros y varias de sus originarias nueve torres semiderruidas, pero el interior era lo bastante grande como para acoger a los moriscos refugiados de Cadiar, asi como un lugar seguro para almacenar el botin obtenido en esa rica localidad.

—?En Cadiar ya no quedan cristianos vivos! —grito Brahim.

—?Que debemos hacer con estos? —le pregunto el alguacil senalando al grupo frente al altar.

Brahim se disponia a contestar, pero una pregunta se lo impidio:

—?Y con este? ?Que hacemos con este? —El herrador salio desde detras del grupo de cristianos con Hernando agarrado del brazo.

Una sonrisa cruel se dibujo en el rostro de Brahim cuando clavo la mirada en su hijastro. ?Aquellos ojos azules de cristiano! De buena gana los arrancaria...

—?Siempre has dicho que era un perro cristiano! —le impreco el herrador.

Era cierto, lo habia repetido mil veces... pero ahora necesitaba al muchacho. El Partal se habia mostrado tajante cuando Brahim le pidio la espada, el arcabuz y el caballo overo del capitan Herrera, el jefe de los soldados de Cadiar.

—Tu trabajo es el de arriero —le habia contestado el monfi—. Te necesitaremos. Hay que transportar todos los bienes que tomemos de estos bellacos para trocarlos por armas en Berberia. ?De que te va a servir un caballo si debes andar con los bagajes?

Pero Brahim queria aquel caballo. Brahim ardia en deseos de utilizar la espada y el arcabuz del capitan contra los odiados cristianos.

— La recua la dirigira mi hijastro, Hernando —habia replicado al Partal casi sin pensar—. Es capaz de hacerlo: sabe herrar y curar a los animales, y estos le obedecen. Yo dirigire a los hombres que me proporciones para defender los bagajes y el botin que transportemos.

El Partal se acaricio la barba. Otro monfi, el Zaguer, que conocia bien a Brahim y se hallaba presente, intercedio por el.

—Puede ser mejor soldado que arriero —alego—. No le falta valor ni destreza. Y conozco a su hijo: es habil con las mulas.

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