plan.

—No es locura —contesto Hernando con tal determinacion que el tullido no pudo tener la menor duda acerca de la seriedad de la propuesta—. Sera la mejor historia que hayas contado nunca. Os necesito, a ti... y a Amin.

—Pero inmiscuir al nino...

—Es su obligacion.

—?Eres consciente de que si nos descubren, la Inquisicion nos quemara vivos? —murmuro Miguel.

Hernando asintio.

Esa misma manana, los tres accedieron a la mezquita. Hernando provisto de una fuerte palanca de hierro y un mazo escondidos bajo sus ropas; Amin, con las hojas todavia no encuadernadas del ejemplar del Coran, tambien escondidas, apretadas contra su pecho, y Miguel con sus muletas, andando a saltitos. Padre e hijo se apostaron reverentemente frente a la capilla de San Pedro, el profanado mihrab, y simularon rezar mientras el tullido lo hacia un poco mas alla, a sus espaldas, entre la Capilla Real y la de Villaviciosa. El tiempo transcurrio con Hernando notando como el sudor empapaba la mano con la que sostenia las herramientas y con la mirada fija en aquella capilla ante la que tanto habia rezado. Su frontal aparecia cerrado mediante una pared de mamposteria y sillarejos en gran parte del espacio que existia entre los intercolumnios de la mezquita; en el extremo de la pared, justo frente al mihrab, la capilla se cerraba con dos rejas que llegaban hasta los capiteles. Tras la pared y en la reja se hallaba el sarcofago de don Alonso Fernandez de Montemayor, adelantado mayor de la frontera. Se trataba de un grande pero sencillo sepulcro de marmol blanco, sin inscripciones, dibujos o adornos anadidos; tan solo una banda adragantada que cruzaba su tapa. La mitad del sarcofago era visible tras la reja; la otra mitad se hallaba oculta a la vista tras la pared. En varias ocasiones, Hernando se volvio hacia Amin; el muchacho no mostraba nerviosismo alguno; permanecia quieto a su lado, erguido, sobrio y orgulloso, murmurando padrenuestros y avemarias. Multitud de feligreses y sacerdotes deambulaban a sus lados. ?Seria cierto que era una locura?, penso entonces. Tanta gente...

No tuvo oportunidad de continuar preguntandoselo. Como era su costumbre, el beneficiado de la capilla de San Pedro se dirigio a abrir el cerrojo de las rejas para preparar la misa. Hernando dudo. Miro a sus espaldas y Miguel le sonrio, animandole a decidirse, apoyandole; Amin le dio un suave golpe con el hombro para indicarle que el sacerdote acababa de abrir la reja. Entonces hizo un gesto de asentimiento hacia el tullido.

—?Dios! —resono en la mezquita. La gente se volvio hacia donde un tullido bailaba excitado sobre sus muletas—. ?Estaba ahi! ?Lo he visto!

Algunos fieles se arremolinaron en torno a Miguel. Sus gritos continuaron. Hernando mantenia la mirada entre el tullido y la reja de San Pedro; el sacerdote ya habia salido alarmado y observaba parado junto a las rejas.

—?Su bondadoso rostro se hallaba detras de una paloma blanca...! —seguia chillando Miguel.

Hernando no pudo evitar una sonrisa. La credulidad de la gente siempre le sorprendia. Una anciana cayo de rodillas santiguandose.

—?Si! ?Lo veo! ?Yo tambien lo veo!

Muchos otros gritaron apagando la voz de Miguel. La gente se arrodillaba y senalaba hacia la cupula del altar mayor, a espaldas de la capilla de San Pedro, alli donde Miguel seguia sosteniendo que habia visto una paloma blanca. El sacerdote corrio hacia el grupo, al que ya se dirigian gran numero de religiosos con sus trajes talares revoloteando.

—Ahora —indico Hernando a su hijo.

En pocos pasos se plantaron en el interior de la capilla.

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