Cuando sono «la de morir», como llamaban a la campanilla que anunciaba la consagracion, los moriscos se arrodillaron de mala gana entre las muestras de piedad de los cristianos viejos. La de morir tintineo en el momento en que el sacerdote, de espaldas a la feligresia, elevaba la hostia; volvio a oirse cuando, tambien de espaldas, alzo el caliz. El sacerdote se disponia a decir las palabras sacramentales cuando, de repente, enojado por los murmullos que agitaban la iglesia, se giro hacia los fieles con semblante furioso.

—?Perros! —grito. La imprecacion salpico de saliva el sagrado vaso—. ?Que son esos murmullos? ?Callaos, herejes! ?Arrodillaos como se debe para recibir a Cristo, el unico Dios! ?Tu! —Su indice senalo a un viejo de la tercera fila—. ?Yerguete! No estas idolatrando a tu falso dios. ?Mirad! ?Alzad la vista cuando se os ofrece el Santisimo Sacramento!

Su mirada fulmino a dos moriscos mas antes de continuar. Luego, hombres y mujeres acudieron en silencio a comer «la torta». Muchos de ellos tratarian de mantener la pasta de trigo ensalivada en su boca hasta poder escupirla en sus casas; todos los moriscos, sin excepcion, harian gargaras para liberarse de sus restos.

La gente abandono la iglesia tras ser bendecida con la paz; unos, los cristianos, la recibieron con devocion; otros, la gran mayoria, se burlaron santiguandose al reves, afirmando en silencio la unicidad de Dios y mofandose de la Trinidad, que debian invocar al hacer la senal de la cruz. Los moriscos se apresuraron a volver a sus casas para escupir la torta. Los pocos cristianos del pueblo se arremolinaron a las puertas de la iglesia para charlar, ajenos a los insultos que sus hijos gritaban contra la anciana, que por fin habia caido de la escalera y estaba en el suelo, encogida y entumecida, con los labios azulados, respirando con dificultad. En el interior del templo, el cura y sus adjuntos prolongaron el castigo del penitente, y no cesaron de recriminarle sus culpas mientras recogian los objetos de culto y los llevaban del altar a la sacristia.

2

Los moriscos se han lanzado a la rebelion, es cierto, pero son los cristianos viejos quienes los empujan a la desesperacion, con su arrogancia, sus latrocinios y la insolencia con que se apoderan de sus mujeres. Los propios sacerdotes se comportan del mismo modo. Como toda una aldea morisca se hubiese quejado ante el arzobispo de su pastor, se mando averiguar el motivo de la queja. Que se lo lleven de aqui, pedian los feligreses... o, si no, que se le case, pues todos nuestros hijos nacen con ojos tan azules como los suyos.

Frances de Alava, embajador de Espana

en Francia, a Felipe II, 1568

Juviles era el lugar principal de una taa compuesta por una veintena de aldeas repartidas por las escabrosas estribaciones de Sierra Nevada. De todas sus tierras, un cuarto de los marjales  era de regadio y el resto de secano. Se cultivaba trigo y cebada; contaba con mas de cuatro mil marjales de vina, olivos, higueras, castanos y nogales, pero sobre todo morales, el alimento de los gusanos de seda, la mayor fuente de riqueza de la zona, aunque la de Juviles tampoco alcanzara el prestigio del que gozaban las sedas de otras taas de las Alpujarras.

En aquellas cumbres, a mas de mil varas sobre el nivel del mar, los moriscos, sufridos y laboriosos, cultivaban hasta el pedazo de tierra mas abrupto que pudiera proporcionar algo de mies. Las laderas de la montana, alli donde no asomaba la roca, se veian escalonadas a traves de pequenos bancales enclavados en los lugares mas reconditos. Aquel dia, con el sol ya en lo mas alto, volvia a Juviles procedente de uno de aquellos bancales, el

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