entre roca y mulas; en silencio, empezo a introducir en ella las mercancias que descargaba su padrastro de los animales.

—Este aceite es para Juan —le advirtio entregandole una tinaja—. ?Aisah! —grito el nombre musulman ante la duda que percibio en su hijastro—. Este otro para Faris. —Hernando ordenaba las mercancias en el interior de la cueva mientras se esforzaba por retener en la memoria los nombres de sus propietarios.

Cuando las mulas estuvieron medio descargadas, Brahim emprendio el camino de Juviles y el muchacho se quedo en la entrada de la cueva, recorriendo con la mirada la vasta extension que se abria a sus pies, hasta la sierra de la Contraviesa. No permanecio mucho rato: conocia de sobra aquel paisaje. Se introdujo en la cueva y se entretuvo en curiosear las mercaderias que acababan de esconder y las muchas otras que se almacenaban alli. Centenares de cuevas de las Alpujarras se habian convertido en depositos donde los moriscos escondian sus bienes. Antes de que anocheciera los propietarios de aquellos productos pasarian por alli a recoger lo que les interesaba. Cada viaje era igual. Antes de llegar a Juviles, viniera del lugar del que viniese, su padrastro soltaba a la Vieja y le ordenaba que fuera a casa. «Conoce las Alpujarras mejor que nadie. Llevo toda la vida en estos caminos y pese a ello, algunas veces me ha salvado de situaciones dificiles», acostumbraba a comentar el arriero. Esa era la senal: la Vieja llegaba sola a Juviles y Hernando acudia de inmediato a las cuevas a reunirse con su padrastro. Alli dejaban la mitad de lo mercadeado y asi los elevados impuestos que su padrastro tenia que pagar por los beneficios de su trabajo descendian a la mitad. Por su parte, los compradores hacian lo propio en aquella o en otras grutas parecidas con muchas de las mercancias que recogian de manos de Hernando antes de que llegaran a Juviles. Los innumerables arrendadores de diezmos y primicias, o los alguaciles que cobraban multas y sanciones, acostumbraban a entrar en las casas de los moriscos a cobrar y embargar cuanto encontraban en ellas, incluso aunque su valor fuera superior a lo adeudado. Despues no daban cuenta del resultado de las subastas y los moriscos perdian asi sus propiedades. Muchas eran las quejas que la comunidad habia elevado al alcalde mayor de Ugijar, al obispo e incluso al corregidor de Granada, pero todas caian en saco roto y los recaudadores cristianos continuaban robandoles impunemente. Por eso todos aplicaban el procedimiento ideado por Brahim.

Sentado con la espalda apoyada en la pared de la cueva, Hernando quebro una ramita seca y jugueteo distraidamente con los trozos; le aguardaba una larga espera. Observo las mercaderias amontonadas y reconocio para si la necesidad de esos enganos; de no llevarlos a cabo, los cristianos los habrian sumido en la mas absoluta pobreza. Tambien colaboraba en la ocultacion para el diezmo del ganado, de las cabras y ovejas. Pese a ser rechazado por la comunidad, el habia sido elegido como complice. «El nazareno —alego un morisco viejo— sabe escribir, leer y contar.» Asi era: desde muy nino, Andres, el sacristan, se habia empenado en su educacion, y Hernando habia demostrado ser un buen alumno. Era imprescindible llevar bien las cuentas para enganar al arrendador de diezmos del ganado que aparecia cada primavera.

El recaudador exigia que los animales fueran recogidos en un llano y obligados a pasar en fila de a uno por un estrecho corredor hecho con troncos. Cada diez animales, uno era para la Iglesia. Pero los moriscos aducian que las cabanas de treinta o menos animales no tenian que estar sujetas a diezmo, y que el correspondiente pago debia limitarse a unos cuantos maravedies. Asi que, cuando llegaba el momento, dividian de comun acuerdo los rebanos en grupos de treinta o menos, un ardid que conllevaba luego muchas cuentas para poder recomponer los rebanos.

Sin embargo, el coste de todas esas estratagemas habia sido muy elevado para Hernando. El muchacho lanzo violentamente contra la pared los trocitos de rama que tenia en la mano. Ninguno de ellos llego a dar en la piedra y cayeron al suelo... Recordo la

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