tarde en que habia sido elegido para llevar a cabo el engano.

—Muchos de nosotros sabemos contar —se habia opuesto uno de los moriscos cuando se propuso a Hernando para enganar al recaudador del diezmo del ganado—. Quiza no tan bien como el nazareno, pero...

—Pero todos ellos, tu incluido, poseeis cabras u ovejas y eso podria crear desconfianzas —insistio el anciano que habia propuesto el nombre del muchacho—. Ni Brahim, ni mucho menos el nazareno, tienen ningun interes en el ganado.

—?Y si nos denuncia? —salto un tercero—. Pasa mucho rato con los curas.

El silencio se hizo entre los presentes.

—Descuidad. Eso corre de mi cuenta —aseguro Brahim.

Esa misma noche, Brahim sorprendio a su hijastro en el cobertizo, mientras este terminaba de acomodar a las mulas.

—?Mujer! —bramo el arriero.

Hernando se extrano. Su padrastro estaba a un par de pasos de el. ?Que habria hecho mal? ?Para que llamaba a su madre? Aisha aparecio por la puerta que daba al establo y se dirigio presurosa a donde estaban los dos, limpiandose las manos en un pano que llevaba a modo de delantal. Tal como llego, antes incluso de que pudiera preguntar, Brahim giro sobre si mismo y con el brazo extendido propino un terrible reves al rostro de Aisha, que se tambaleo. Un hilo de sangre corrio por la comisura de sus labios.

—?Lo has visto? —gruno hacia Hernando—. Cien como esos seran los que recibira tu madre como se te ocurra contarles algo a los curas acerca de los manejos de las cuevas o del ganado.

Hernando permanecio toda la tarde en la cueva, hasta que poco antes del anochecer llego el ultimo morisco. Por fin pudo bajar al pueblo para ocuparse de las mulas; habia que curarlas de las rozaduras y comprobar su estado. Alli donde dormia, en una esquina resguardada de las cuadras, encontro un cazo con gachas y una limonada de las que dio buena cuenta. Termino con los animales y abandono velozmente el cobertizo.

Escupio al pasar por delante de la pequena puerta de madera de la casa. Sus hermanastros reian en el interior. El vozarron de su padrastro destacaba por encima del alboroto. Raissa le vio desde la ventana y le dedico una sonrisa fugaz: era la unica que a veces se apiadaba de el, aunque incluso esas escasas muestras de afecto, como las de Aisha, debian realizarse a espaldas de Brahim. Hernando aligero el paso hasta que empezo a correr en direccion a la casa de Hamid.

El morisco, viudo, flaco y ajado, curtido por el sol y cojo de la pierna izquierda, vivia en una choza que habia soportado mil reparaciones sin demasiado exito. Aunque no sabia su edad, a Hernando le parecia uno de los mas viejos del pueblo. Pese a que la puerta estaba abierta, Hernando la golpeo con los nudillos tres veces.

—La paz —contesto Hamid a la tercera—. He visto regresar a Brahim al pueblo —anadio en cuanto el muchacho hubo traspasado el umbral.

Una humeante lampara de aceite iluminaba la estancia, que era todo el hogar de Hamid, y pese a los desconchados de las paredes y las goteras que venian del terrado, la sala aparecia pulcra y limpia, como todas las habitaciones de las casas moriscas. La chimenea estaba apagada. El unico ventanuco de la choza habia sido cegado para que no cayese el dintel.

El muchacho asintio y se sento en el suelo junto a el, sobre un almohadon raido.

—?Has rezado ya?

Вы читаете La Mano De Fatima
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×