joven Hernando Ruiz, un muchacho de catorce anos de edad, de cabello castano oscuro aunque de piel bastante mas clara que la morena verdinegra de sus congeneres. Sus facciones, con todo, eran similares a las de los demas moriscos de pobladas cejas, a pesar de que en ellas destacaban unos grandes ojos azules. Era de mediana estatura, delgado, agil y fibroso.

Acababa de recoger las ultimas aceitunas de un viejo olivo que resistia el frio de la sierra, resguardado y retorcido justo al lado del bancal en el que creceria el trigo. Lo habia hecho a mano. Habia reptado por el arbol, sin varearlo, y recolectado incluso las olivas que todavia presentaban una tonalidad morada. El sol templaba el aire frio que venia de Sierra Nevada. Le hubiera gustado quedarse alli a desbrozar las malas hierbas, para luego ir hacia otro bancal, donde suponia que el humilde Hamid estaria trabajando las escasas tierras que poseia. En los bancales, cuando estaban los dos a solas, trabajando o recorriendo las sierras en busca de las preciadas hierbas con las que el hombre preparaba sus remedios, el le llamaba Hamid en lugar de Francisco, el nombre cristiano con el que habia sido bautizado. La mayoria de los moriscos usaba dos nombres: el cristiano, y el musulman para dentro de su comunidad. Hernando, sin embargo, era simplemente Hernando, aunque en el pueblo a menudo se mofaban de el o le insultaban llamandole el «nazareno».

Instintivamente, el muchacho aminoro la marcha al recordar su mote. ?El no era ningun nazareno! Pateo una piedra imaginaria y prosiguio hacia su casa, situada a las afueras del pueblo, en un lugar donde hallaron espacio suficiente para construir un cobertizo en el que estabular a las seis mulas con las que su padrastro trajinaba por los caminos de las Alpujarras, mas una septima: la Vieja, su preferida.

Haria cerca de un ano que su madre se vio obligada a explicarle la razon de tal mote. Una manana, al amanecer, el habia ayudado a su padrastro, Brahim —Jose para los cristianos— a aparejar las mulas. Cumplido su trabajo, se despedia de la Vieja con una carinosa palmada en el cuello cuando una fuerte bofetada en la oreja derecha le lanzo al suelo, unos pasos mas alla.

—?Perro nazareno! —grito Brahim, en pie, iracundo. El muchacho sacudio la cabeza para despejarse y se llevo la mano a la oreja. Por detras de su padrastro, le parecio ver como su madre desaparecia cabizbaja y se introducia en la casa—. ?Le has puesto mal la cincha a aquel animal! —bramo el hombre al tiempo que senalaba hacia una de las mulas—. ?Pretendes que se roce a lo largo del camino y no pueda trabajar? No eres mas que un inutil nazareno —escupio sobre el—, un bastardo cristiano.

Hernando habia escapado a gatas de los pies de su padrastro y se habia escondido en un rincon del cobertizo, entre la paja, con la cabeza entre las rodillas. Tan pronto como el repiqueteo de los cascos de la recua anuncio la partida de Brahim, Aisha, su madre, reaparecio en el cobertizo y se dirigio hacia el con una limonada en la mano.

—?Te duele? —le pregunto, agachandose y acariciandole el cabello.

—?Por que todos me llaman nazareno, madre? —sollozo alzando la cabeza de entre sus rodillas. Aisha cerro los ojos ante el rostro anegado en lagrimas de su hijo. Intento secarlas con una caricia, pero Hernando volvio la cabeza—. ?Por que? —insistio.

Aisha suspiro profundamente; luego asintio y se sento sobre sus talones, en la paja.

—De acuerdo, ya tienes edad suficiente —cedio con tristeza, como si lo que iba a hacer le costase un gran esfuerzo—. Debes saber que hara catorce anos, uno mas de los que tienes ahora, el cura del pueblo en el que vivia de nina, en la ajerquia almeriense, me forzo... —Hernando dio un respingo y acallo sus sollozos—. Si, hijo. Yo grite y me opuse, como exige nuestra ley, pero poco pude hacer entonces frente a la fuerza de aquel depravado. Me abordo lejos del pueblo, en unos campos, a media manana. Era un dia soleado

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