parara -lo que no dejaba de ser increible-, pero cuando eche un vistazo por encima del hombro vi su expresion resuelta y algo peor, el baston que blandia, y por primera vez el panico se apodero de mi. Mas alla de lo que tome por Castle Street vi dos calles, una a la derecha y la otra a la izquierda; torci por la ultima, que para mi gran consternacion fue estrechandose cada vez mas. Con desazon adverti que se trataba de un callejon sin salida y que ante mi se levantaba un muro, demasiado alto para trepar por el y demasiado solido para atravesarlo. Me volvi y permaneci quieto mientras el hombre doblaba la esquina. Al ver que estaba acorralado, se detuvo a su vez, jadeando.

Aun tenia una posibilidad. Yo era un chaval de dieciseis anos, fuerte y en plena forma. El giganton debia de andar por los cuarenta como minimo. Tenia suerte de estar vivo. Si era capaz de pasar por su lado sin que me cogiera, seguiria corriendo todo el tiempo que hiciera falta. El se hallaba casi sin aliento, mientras que yo podria haber corrido otros diez minutos sin sudar siquiera; y reduciendo la marcha, mas. El truco estaba en conseguir sortearlo.

Nos miramos a los ojos; me maldijo, me llamo sucio ladronzuelo, rata de alcantarilla, y me amenazo con darme una leccion en cuanto me atrapara. Espere a que se aproximara a la izquierda del callejon y me lance hacia la derecha al tiempo que soltaba un grito, decidido a burlarlo, pero el se abalanzo en el ultimo instante y chocamos; cai al suelo y el encima de mi con un grito ahogado. Intente ponerme de pie, pero el otro fue mas rapido y me sujeto por el pescuezo con una mano mientras con la otra palpaba mis bolsillos en busca de la billetera del anciano. La saco, se la metio en el bolsillo y, cuando forcejee debajo de su corpachon, me solto un bastonazo en la cara, cegandome y rompiendome la nariz. Senti el sabor de la sangre y las mucosidades en la garganta, y ante mis ojos estallo una luz blanca. A continuacion se levanto y yo me lleve las manos a la cara para mitigar el dolor, pero entonces volvio a la carga con el baston y no paro de golpearme hasta que me hice un ovillo en el suelo. Tenia la boca hecha un amasijo de flema y sangre, y sentia el cuerpo como una entidad separada de mi mente; me habia pateado y atizado en las costillas, notaba la mandibula hinchada y magullada. Por el cuero cabelludo me corria un hilo de sangre, y no se cuanto tiempo permaneci alli acurrucado antes de advertir que el hombreton se habia marchado y que al fin podia reunir las partes de mi descoyuntado cuerpo y levantarme.

Pasaron horas antes de que encontrara el camino a casa, medio ciego como estaba por la sangre que anegaba mis ojos. En cuanto entre por la puerta, Dominique se puso a chillar. Tomas rompio a llorar y se escondio debajo de la sabana. Dominique lleno un cubo de agua tibia, me quito la ropa y me curo las heridas; tenia el cuerpo tan castigado y me sentia tan agotado que sus cuidados no despertaron mi excitacion. Dormi tres dias seguidos y cuando desperte, limpio pero magullado y dolorido en todas partes, Dominique me comunico que ya podia dejar atras mis dias de carterista.

– Despidete de Dover, Matthieu -dijo en cuanto abri mi ojo sano-. Nos iremos cuando puedas levantarte.

Me sentia demasiado debil para discutir, y cuando, al cabo de unas semanas, me repuse por completo, la suerte ya estaba echada.

5

Constance y la estrella cinematografica

El mas efimero de mis matrimonios data de 1921, y, pese a su brevedad, es el que recuerdo con mas carino. Constance fue, sin duda, mi segunda mujer favorita de ese siglo. Justo despues de la guerra habia vuelto a mudarme a Estados Unidos, dispuesto a olvidarme para siempre del hospital, el Ministerio de Asuntos Exteriores y la horrible Beatrice, viuda de mi sobrino Thomas de entonces, que habia fallecido recientemente. Me embarque en un transatlantico rumbo a America y disfrute de las agradables y revitalizantes semanas de sol y aventuras amorosas que me proporciono la travesia. Al desembarcar en Nueva York encontre que, para mi desgracia, la ciudad seguia obsesionada con los asuntos europeos y hambrienta de noticias acerca de Versalles y el kaiser. Si iba a un bar e identificaban mi acento, los parroquianos se me acercaban para entablar conversacion. ?Conocia al rey personalmente?, me preguntaban. ?Es verdad lo que cuentan de el? ?Que noticias hay de Francia? ?Como eran las trincheras en realidad? Uno de los grandes logros de la era de la television global es que los perfectos desconocidos ya no han de preocuparse por pedir informacion mundana. Solo por esa razon deberiamos estar agradecidos a la tecnologia moderna.

Molesto por esa constante intrusion en mi vida, y sintiendome un poco perdido en una ciudad donde no tenia amigos ni trabajo, una tarde decidi ir a una sala donde pasaban noticiariosy algunos de los primeros cinescopios. El que escogi era poco mas que una pequena habitacion de techo alto con capacidad para unas veinticinco personas. Cuando tome asiento en el centro de la ultima fila, lo mas lejos posible de la plebe local, la sala ya estaba medio llena. Las butacas eran duras, de madera, y el lugar olia a sudor y alcohol, pero estaba a oscuras y ofrecia intimidad, de modo que me quede donde estaba, seguro de que tarde o temprano me volveria inmune a los desagradables olores de la chusma. Primero pasaron los noticiarios y mostraron las mismas necedades que habia visto en la vida real miles de veces -guerra, pacificacion, sufragio universal-, pero las peliculas me entretuvieron. Proyectaron Charlot en la calle de la paz y Charlot en el balneario. Al principio el publico protesto -seguramente ya las habian visto muchas veces y querian algo nuevo-, pero en cuanto empezaron las payasadas se desato la hilaridad general. Cuando el operador cambiaba las cintas a mitad de la pelicula, me sentia impaciente; deseaba ver mas, intrigado por las parpadeantes imagenes en blanco y negro que, ademas, tenian la virtud de liberar mi mente, al menos por una tarde, de los acontecimientos vividos los ultimos anos. Al terminar permaneci sentado en la butaca y vi varias veces la misma sesion. Cuando llego el momento de abandonar el cine -era de noche, me notaba la garganta seca y tenia que beber algo-, habia tomado una decision.

Iria a Hollywood y haria peliculas.

Los tres dias de viaje en tren a traves del pais iban a proporcionarme la oportunidad de planear mi asalto a lo que ya entonces me parecia un medio de expresion artistica en rapido crecimiento. Habia mucho dinero en juego: los periodicos incluian cronicas sobre la inmensa riqueza y la vida de playboy de Keaton, Sennett, Fairbanks y otros actores. Sus rostros bronceados, tan diferentes del palido y a menudo empobrecido alter ego que veiamos haciendo el tonto en la pantalla, sonreian resplandecientes en las portadas de los periodicos mientras se pavoneaban vestidos con ropa de tenis en el jardin de alguna lujosa mansion o luciendo esmoquin en el ultimo cumpleanos de MaryPickford, Mabel Normand o Edna Purviance. Al ser rico y apuesto, y, por si eso fuera poco, un frances desmovilizado, supuse que no tendria dificultad en abrirme camino en esa sociedad. ?Como iba a fracasar con semejantes antecedentes? Ya habia llamado a un agente inmobiliario y alquilado por seis meses una casa en Beverly Hills; si asistia a algunas fiestas selectas, conseguiria buenos contactos y quiza lo pasara en grande un ano o dos. La guerra habia quedado atras; necesitaba diversion. ?Y donde podia encontrarla sino en el paraiso emergente que era Hollywood, California?

Al mismo tiempo, me interesaba trabajar en la industria, en produccion, por supuesto, pues no soy actor. Al principio pense en dedicarme a la financiacion de peliculas, o tal vez a su distribucion, aspecto del negocio que aun se hallaba en proceso de desarrollo y carecia de una red eficaz. Durante los tres calurosos dias que pase encerrado en el vagon de tren, lei una entrevista a Chaplin, que en ese momento trabajaba para la First National, y aunque daba la impresion de ser un hombre obsesionado con su trabajo, un artista que no queria otra cosa que hacer una pelicula tras otra sin descansar mas que algun fin de semana tomando el sol, en sus cautelosos comentarios sobre su relacion con la FN percibi un sentido oculto. No es que fuera un mal lugar para trabajar, parecia insinuar Chaplin, pero el artista no disponia del control absoluto de su obra. El queria ser dueno del lugar, o al menos llevar su propio estudio. Se me ocurrio que yo podria serle de alguna utilidad, de modo que le escribi para proponerle una reunion, anunciando mi interes por invertir en la industria del cine y que me habia parecido que el era el bien mas preciado de ese negocio. A continuacion le pedi consejo sobre donde invertir; tal vez, anadi, pudiera incluso colaborar con el.

Para mi enorme satisfaccion, me telefoneo una noche que me encontraba solo en casa, aburrido de mi propia

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