Y por si fuera poco, al verme desvio la cara y fingio indiferencia.
Me quede perplejo. Estaba recopilando mentalmente todo lo que habia aportado Andres Valcarcel y perdi reflejos, no tome la iniciativa. Entre en mi coche, desaparque y eche a rodar. El taxi se coloco detras de mi. Me resultaba imposible ver al ocupante del asiento trasero, sobre todo por las luces de cruce. No supe que hacer, si pararme en un semaforo y bajar a verlo o seguir. Decidi hacer lo ultimo. No tenia ni idea de cuanto tiempo hacia que me seguian, y mucho menos de quien lo hacia.
Era muy tarde y estaba muerto de hambre, pero continue con mi busqueda y no me aparte de mis planes. Con el taxi pegado a mi trasero enfile las alturas urbanas en busca de la calle Pomaret. Una y otra vez Alex se presentaba como el eje de la historia. Alex y nadie mas que Alex.
Quedaban un par de horas para mi cita de medianoche.
Pense en darle esquinazo al taxista, y hasta me pase un semaforo en rojo para provocarle. Pero no se aparto de mi. Sudaba su propina. Al final opte por mantener la situacion para saber quien me seguia. Mejor conocer a tu enemigo, siempre.
Llegue a Pomaret muy rapido y detuve el Mini en el vado de la puerta de la casa. Baje mirando de reojo. El taxi apenas si asomo el morro por Inmaculada. Me despreocupe de el. No iba a moverse. En casa de Alex todo seguia igual, sin luz ni senales de vida. Tiempo perdido. Aun asi era el mejor lugar para lo que tenia en mente. Primero entre, me acerque a la puerta de la torre y llame. Cuando me convenci de que nadie iba a abrirme rodee la casa. Todo seguia igual. Tambien la ventana del garaje.
Mi idea de romperla y colarme dentro ya no era una locura, al contrario. Pero no era el momento. No con alguien a mis espaldas. Me fastidio reconocerlo, pero…
Regrese a la parte frontal, a la cancela, y saque la cabeza con disimulo para mirar hacia abajo. El taxi seguia alli, fiel en su espera. Aposte fuerte dispuesto a terminar con aquello. Tenia dos opciones: ir a su encuentro y jugarmela o esperar para ver si mi perseguidor se ponia de los nervios. Opte por la segunda. Si conocia la existencia de Alex, y yo no salia, tal vez creyera que el estaba en su casa. No perdia nada por intentarlo.
Me oculte entre el follaje del jardincito, a la izquierda de la cancela. Pasaron algunos minutos, muy lentos. Dos veces saque la cabeza y las dos vi el taxi en la esquina, sin luces, oscuro y silencioso.
Cinco minutos mas. Y ya eran diez.
A la tercera vez que iba a sacar la cabeza, oi unos pasos quedos y regrese a mi escondite. Una persona entro en el jardin, despacio, con mucho cuidado. Todo estaba oscuro, pero su silueta era inequivoca, incluido el enorme bolso, o mejor dicho, bolsa, que colgaba del hombro. Pocas mujeres tienen tanta estatura, un cuerpo igual, aquel perfil hecho de curvas y contracurvas tan prodigiosamente repartidas en una anatomia de primera.
Julia.
Volviamos a encontrarnos donde la ultima vez. La casa de Alex era el iman.
No supo si entrar del todo o volver a salir. Mi Mini seguia en el vado, pero en la casa no habia luz. Debio pensar que me habia colado dentro, porque no se marcho. Camino en tension, paso a paso, hasta llegar a la puerta. Aplico el oido a la madera. Me imaginaba dentro.
Sali de mi escondite y la salude:
– Hola.
Se llevo un susto de muerte. Me senti sadico y me alegre. Emitio un pequeno gritito, dio un paso atras, trastabillo y cayo de espaldas, haciendo una serie de ridiculos movimientos con los brazos para evitarlo. Quedo sentada sobre su trasero mirandome primero desconcertada y despues furiosa. En la oscuridad, sus ojos echaron chispas. Carbones encendidos.
Quiso levantarse por si sola, haciendo caso omiso de la mano que le tendi. La falda se lo impidio. No vestia como por la manana, pero llevaba una blusa color fucsia tan cenida como la primera y una falda muy corta y ajustada, de cuero negro. Respiraba de manera agitada, haciendo subir y bajar la apretada blusa que marcaba todos sus detalles. El miedo debia de excitarla, porque tenia los pezones firmes y duros. Insisti en mi gesto y acabo cediendo. Se cogio de mi mano y tire de ella. Una vez de pie se arreglo mas por inercia que por coqueteria.
– Eres un mierda -me solto.
– Soy yo quien deberia estar molesto, ?no crees?
– ?Ah, si? -me desafio-. ?Por que? ?Por seguirte? ?No me seguiste tu antes a mi?
– De acuerdo, estamos en paz. -Evite que continuara con la contienda dialectica-. ?Por que lo has hecho?
– Sigues moviendote mucho.
– Y rapido, lo se, pero me estoy hartando de la situacion.
– ?Me lo dices o me lo cuentas? -continuo igual de provocativa.
– ?Vamos a estar gritandonos el uno al otro?
Penso en ello. El susto ya se le estaba pasando. Acabo llegando a la misma conclusion que yo.
– Esta bien, ?que quieres?
– Una tregua.
– Conforme -se rindio-, pero con una condicion: que a partir de ahora no me des esquinazo. Si vas a ver a alguien mas, vamos juntos. Esto me interesa tanto como a mi.
– ?Por que?
– Porque Laura era mi amiga…, es decir… no la conocia tanto como creia, pero la sentia como amiga. No se en que andaba metida, quiza fuese algo turbio, lo ignoro, pero dijo que me ayudaria y eso es mas de lo que nadie ha hecho nunca por mi. Le cogi carino.
La nueva Laura, la que estaba descubriendo a lo largo del dia, era incapaz de cogerle carino a nadie, asi que me calle lo que pensaba. Julia tenia los ojos un poco mas encendidos, pero ahora era porque estaba a punto de llorar. Creia que era mas fria. A lo peor era uno de tantos seres humanos viviendo en perpetua guardia. Llorar lo justo por los muertos, pero recordar de inmediato que el mundo es de los vivos.
Aunque nunca he sido un experto en mujeres.
– Vamonos de aqui. -Asenti con un movimiento de cabeza.
– ?Sigue sin haber nadie? -pregunto mientras senalaba la casa.
– Asi es.
La ventana del garaje deberia esperar.
Salimos fuera y abri el Mini. Sus siguientes palabras me hicieron recordar algo.
– ?Como te has dado cuenta de que te seguia?
– El taxista. -Mire hacia el-. Otra vez escogelo menos guapo y sin signos distintivos.
– Voy a pagarle.
– Ya lo hago yo -me ofreci-. Ponte comoda.
La deje entrar en mi coche y camine hasta el taxi. A veces soy imprudentemente generoso. Cuando el taxista me vio aparecer, se quedo blanco y ambos lados del bigote cayeron hacia abajo. Salio de su coche como si creyera que yo iba a emprenderla a golpes.
– Oiga, que yo no… -Se puso nervioso.
Le hice un gesto conciliador.
– Descuide, no pasa nada. ?Que le debe?
Se calmo, aunque no bajo la guardia. Me miro de reojo, metio la cabeza dentro del taxi, paro el contador y me lo solto.
– Veintinueve euros con quince.
– ?Cuanto?
– Es lo que marca el contador, vealo.
– ?Joder! -exclame.
Mucha persecucion era aquella. Saque mi dinero y le pague. Tres de diez. Imprudentemente generoso, si.
– ?Que le ha dicho? -quise saber.
– ?Quien?
– Ella.
– Que se la estaba pegando.
– ?Yo?
– Si, ?no es su marido?