– No lo se -trato de no perder la paciencia-. Puede que si y puede que no, pero no voy a salir. Lo mismo llego a las diez que a las doce.
– O las dos o las tres. Eso tambien es temprano para vosotros.
Volvio el agobio, solo que no tenia fuerzas para discutir. Mas aun, cuando se enteraran de lo de Luciana, y probablemente se enterarian aunque ellos no conocian a los padres de sus amigos, tendrian un buen disgusto. Seria un palo.
– Voy a ver a Loreto -mintio.
– ?La bulimica? -se intereso su madre.
– Si.
Un dia, un par de semanas antes, se lo dijo a su madre, por hablar de algo. Ella se puso inmediatamente en plan de madre sufridora, identificandose con el dolor de la madre de Loreto. Algo muy propio.
– Estais todos locos -rezongo su padre dandole la espalda para volver a la sala, junto al televisor.
Iba a decirle que no mas que el yendo cada domingo al futbol y gritando como un poseso a un tipo vestido de negro y a veintidos mendas en pantalon corto que se mataban por una bola mientras ganaban una pasta por ello. Pero no lo hizo. No valia la pena.
Su madre le acompano a la puerta.
– Dale recuerdos a esa chica, y animala para que coma.
No se molesto en volverle a explicar que bulimia y anorexia eran cosas distintas. Bajo la escalera sintiendose libre y al llegar a la calle supo que seguia sin saber que hacer ni adonde ir.
Entonces penso en Cinta.
Sus padres estaban siempre fuera el fin de semana. Tenian otra casa. Ella estaria alli, tal vez durmiendo, pero al menos era un lugar seguro y tranquilo.
Y no se lo penso dos veces.
46
Santi abrio los ojos.
De alguna forma, supo que le habia despertado el silencio, mas estruendoso en ocasiones que mil sonidos distintos o incluso que una explosion. Y el silencio en casa de Cinta era muy intenso, estaba cargado de sensaciones y presagios.
Miro a su alrededor: las paredes estaban llenas de posters y fotografias, la ropa tirada por el suelo formando montones; el desorden natural de cualquier habitacion. Luego miro el vacio en la cama, a su lado, donde antes habia estado el cuerpo de su novia.
Se desperezo, y quedo boca arriba unos segundos, no demasiados. El mismo silencio aterrador con imagen de Luciana en sus pensamientos le obligo a levantarse. Iba en calzoncillos, pero no se molesto en ponerse los pantalones. Salio de la habitacion y se metio en el bano, para lavarse la cara y refrescarse la nuca. Se sintio un poco mejor tras ello, y entonces busco a Cinta.
No tuvo que buscar mucho, tampoco era dificil a pesar de que el piso era bastante grande. La encontro en la sala, acurrucada, sentada en cuclillas en una butaca, abrazada a sus propias piernas desnudas, con la cabeza apoyada en las rodillas y la mirada perdida.
Le parecio sugestivamente sexy, un sueno, hermosa y sugestiva.
No tenia mas que alargar una mano y tocarla. Pero no lo hizo.
Una barrera invisible los separaba de forma mas implacable que si hubiera sido de piedras y cemento. Cinta sabia que el estaba alli, de pie, y sin embargo no se movio, ni un apice. Nada. Siguio en la misma posicion, con la mirada perdida.
Santi sintio el peso de una culpa muy grande, aplastandolo.
El mismo peso y la misma culpa que la estaban aplastando a ella.
No hablo, no dijo nada. Se sento en la otra butaca, o mas bien se tendio en ella, con los pies colgando por uno de los lados y la cabeza apoyada en el otro. Y dejo perdida su mirada en el techo.
Los minutos comenzaron a devorarlos como termitas.
47
Luis Salas aparto la mirada de su hija y la fijo en su mujer, que seguia como hipnotizada por ella. Norma acababa de salir una vez mas, incapaz de quedarse quieta, asustada y al mismo tiempo nerviosa por aquel caos de emociones y sensaciones. Le cogio una mano a su mujer, y se la presiono suavemente.
Fue una llamada.
Pero Esther Salas no la atendio.
– Esther -musito el finalmente.
No hubo respuesta.
– Esther -repitio-. Tenemos que hablar.
– ?De que?
– De todo esto.
– No.
– Creo que si. Tenemos que decidir algo.
– No -repitio ella con mayor determinacion.
– Debemos confiar, esperar, y estaremos con ella aunque pase asi dias, o semanas, o meses -se nego a decir la palabra «anos»-. Pero el doctor tiene razon. Si se produce lo irremediable…
– No quiero que la destrocen. Es mi hija.
– Querida…
– ?Esta viva! -grito sin levantar la voz, en su mismo cuchicheo-. No quiero oir hablar de eso.
– Vamos, por favor, calmate -la presion de la mano se acentuo.
Hasta que ella la aparto de las suyas.
– Tu estas de acuerdo, ?verdad?
Se enfrento a los ojos de su esposa.
– Si -manifesto agotado, pero decidido.
– ?Por que?
– Porque es mi hija, y tiene un corazon, un higado, dos rinones, dos corneas… Y porque si ella muere, me gustaria pensar que sigue viva en otras cinco personas, tal vez cinco chicas como ella misma.
Esther Salas ya no lloraba. Desde la crisis ya no lloraba.
– A veces…
– ?Que? -la alento para que siguiera al ver que se detenia.
– No, nada -bajo los ojos un momento antes de volver a fijarlos en el cuerpo de Luciana.
Luis Salas respeto su silencio.
Lo rompio de nuevo su esposa unos segundos despues.
– ?Y si nos esta oyendo? -susurro.
– Sabe que estamos aqui.
– Si, pero ?y si nos esta oyendo?
– Luciana siempre ha sido una gran chica, tiene un corazon de oro. Todo el mundo lo sabe.
Esther Salas suspiro.
Su marido supo que era tanto una derrota como un implicito reconocimiento de la realidad de cuanto habian