eso.

El vuelo partio veinte minutos tarde. Llego al aeropuerto de El Cairo y penso en ir directamente a casa de Shasha Bayik. Sin embargo, llevar encima una bolsa de viaje y el polvo de toda la jomada la hizo desistir de la idea. Tomo un taxi y se dirigio primero al hotel. Una hora y media despues, con ropa limpia y mejor animo, volvio a meterse en uno y le dio la direccion. En un mapa de El Cairo ya habia comprobado que no estaba lejos, al otro lado del rio, muy cerca cruzando por el puente de Giza.

Dejo atras las piramides con dolor, todavia sin poder visitarlas.

El numero 37 de Maamura era una casita de dos plantas, muy sencilla, cada una de ellas con un acceso individual, directo la inferior y mediante una escalenta lateral la superior. La de Shasha Bayik era la superior, porque el nombre del timbre de abajo era otro. Subio la escalenta despacio, sin hacer ruido aunque sin parecer una ladrona, y llamo al timbre. Tras un segundo intento comprendio que la posible novia o amiga de Gonzalo Nieto no se encontraba alli. No era su intencion cometer un allanamiento de morada, pero la oportunidad se le presento demasiado perfecta e increible para despreciarla: al final del pasillito lateral localizo una ventana entornada. No era visible desde la calle, pero si desde arriba.

No se lo penso dos veces.

Se aseguro de que nadie la viera, metio una pierna por el hueco, luego el cuerpo, y paso al otro lado sin problemas. El lugar era tan sencillo por dentro como por fuera. Una sala comedor ligera de muebles, y un dormitorio con una cama grande. En el armario, ademas de la perteneciente a la duena de la casa, encontro ropa masculina. Ropa occidental. No le cupo la menor duda de que era de la talla de Gonzalo Nieto. Dos camisas, dos pantalones, unos comodos zapatos de vestir, ropa interior… Tambien en el bano vio dos cepillos de dientes.

El mundo arabe ya no era el de antes, por mucho que aquello fuese El Cairo.

Una mujer viviendo sola, y viendose con un occidental.

Examino mas a fondo la sala. Ni una fotografia. Ni un papel. Ni facturas, ni documentos ni cualquier dato revelador. Nada. Era la casa mas impersonal que jamas hubiese visto.

0 una tapadera.

Penso en volver a la calle y apostarse cerca a la espera de que regresara Shasha, si es que regresaba. Quiza su error fue no salir por donde habia entrado. Nada mas abrir la puerta, sin tomar siquiera la menor precaucion, se la encontro de cara, subiendo la escalerita exterior.

Joa se maldijo por lo bajo.

Shasha Bayik ni siquiera abrio la boca.

Los ojos si, demudada, antes de dar media vuelta y saltar los escalones de tres en tres.

– ?Shasha!

Fue un grito inutil, y una lamentable perdida de segundos. Para cuando Joa arranco, su perseguida ya se encontraba a una decena de metros, corriendo a una velocidad de vertigo.

Era joven, veintitres o veinticinco anos, y desde luego una belleza arabe, ojos negros, profundos, labios grandes y generosos, cabello corto bajo el panuelo que cubria su cabeza, cuerpo esbelto aunque la ropa que llevaba no se ajustaba para nada a sus formas.

– ?Solo quiero hablar contigo, estoy sola!

Penso que tal vez no supiera ingles, que en su relacion con Gonzalo Nieto este le hablase en arabe.

La distancia que las separaba no menguo en el siguiente minuto, al contrario.

Iba a perderla.

Salieron de la calle Maamura y se encontraron en una mayor, con mas gente. Los primeros curiosos que abrieron los ojos ante la persecucion no hicieron nada. Joa temio que alguno se abalanzara sobre ella para detenerla. Al fin y al cabo era la extranjera. Claro que tambien podia haber sido victima de un robo.

Nadie se le echo encima.

La distancia ya era de quince metros.

Se redujo a cinco cuando Shasha tropezo a causa de sus sandalias y perdio una, aunque mantuvo el equilibrio.

Eso la hizo comprender que estaba perdida.

Todavia mantuvo la carrera otro minuto, pero ya cargando con la angustia de su derrota. Piso algo que le hizo dano y brinco hacia arriba con dificultades para no caer una segunda vez. Las zapatillas deportivas de Joa eran igual que patines. Por detras de ellas ya corrian media docena de personas jovenes, ninos especialmente, para ver en que acababa todo. Un espectaculo.

– ?Shasha! -jadeo.

La mujer doblo una esquina. Demasiado tarde se dio cuenta de que era un callejon sin salida, que terminaba en un muro de caida libre al otro lado. Freno en seco y se dio la vuelta al llegar al limite. Desde alli miro a Joa con el panico tintando su expresion.

– No voy… a hacerte… dano… -se detuvo a un par de metros llevando aire a sus pulmones y sudando copiosamente a causa de la carrera bajo el calor-. Solo… quiero… hablar contigo.

Shasha Bayik movio la cabeza de lado a lado.

– Por favor… -Joa extendio su mano derecha.

La pillo mas de improviso que su aparicion en la casa. La mujer miro hacia atras, como si calculara la distancia, el tiempo de su agonia hasta el golpe al final del muro. Luego sus ojos se llenaron de lagrimas mientras susurraba algo en arabe y se dejaba caer.

Casi a camara lenta.

– ?No! -grito Joa.

Dio un salto, con las dos manos extendidas, y la sujeto por la ropa, por la parte superior de la holgada blusa.

La amiga de Gonzalo Nieto quedo apoyada en el borde, con los dos pies, en un inverosimil angulo de cuarenta y cinco grados, sujeta por aquellas dos manos de hierro.

El tatuaje, esta vez de un escarabajo, asomo por encima de la muneca de su mano derecha.

– No, Shasha, no -suplico ella.

Pesaba poco.

Pero eran dos voluntades.

Y la de la muerte fue superior a la de la vida, aunque toda la energia de la salvadora estuviese puesta en aquel contacto.

Nadie las ayudo. Se escucho un «?Oooh…!» ante lo portentoso de la escena.

Por detras de Joa aparecio la policia. Dos hombres. Creyo que iban a ayudarla, que todo estaba controlado. Pero lo unico que hicieron fue cogerla a ella primero, para afianzarla probablemente, antes que a Shasha.

Un error.

Cortaron la corriente energetica.

– ?No!

Las manos del segundo policia llegaron tarde.

Shasha Bayik retiro los dos pies del borde y se precipito hacia abajo.

Joa solo tuvo tiempo de dejarla ir, para no verse arrastrada al abismo.

17

Kafir Sharif la miraba con sus ojillos perspicaces, como si quisiera explorar directamente sus pensamientos, las respuestas que estaba buscando. Joa intentaba no tropezarse con sus ojos, pero era inevitable hacerlo, asi que opto por desafiarle, cansada del juego.

– ?Que?

– Nada -dijo el policia-. Yo espero.

– ?Y que es lo que espera, que salga el sol?

– No entiendo humor occidental.

– No era un chiste -rezongo ella.

Volvio el silencio. La misma comisaria, el mismo despacho, la misma silla. Y esta vez era peor: estaba

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