Otra vez el silencio, cada vez mas denso. Temia que de un momento a otro el hombre cortara la comunicacion.
– De acuerdo, ?que quiere?
– Verla.
– ?Donde y cuando?
– Si usted sigue nuestras instrucciones, su amigo estara bien.
– ?Donde y cuando? -repitio.
– Salga del hotel a las seis de la manana. Camine hacia la izquierda. Un coche la esperara en la esquina. Al amanecer. Una larga noche en vela. -Bien.
– Si usted avisa a la policia, su amigo morira.
– No lo hare, le doy mi palabra de honor.
– Si usted juega sucio, todo habra terminado para el. Ni microfonos. Nada.
– ?Le he dicho que tiene mi palabra de honor!
– Entonces no tiene nada que temer, senorita. -Dejeme hablar con el, por favor.
– No -fue dramaticamente laconico.
– ?Como se que esta vivo?
– Usted tambien tiene mi palabra de honor. Debe confiar.
– ?Espere!
La linea telefonica ya estaba cortada.
47
Una noche en vela no era lo mejor para enfrentarse a unos fanaticos. Y sin embargo, despues de ducharse y beber un cafe, se sintio capaz de todo.
Domino la rabia.
La cedio ante la cautela. Cautela bajo el estigma de la tension.
Se puso ropa comoda, pantalones, zapatillas deportivas, una blusa blanca y liviana. Dejo la documentacion en la caja de seguridad y se llevo la mayor parte del dinero por si acaso. No fue su unica precaucion. Saco del bolso que siempre llevaba encima todo lo que no fuera necesario y de su bolsa de viaje extrajo una pequena linterna para situaciones de emergencia. Tambien metio las dos cajas de cerillas que encontro en la mesilla. Conservo el boligrafo y su pequeno bloc. La ultima duda fue llevarse o no el movil.
Supo que se lo quitarian, asi que lo sacrifico. Tal vez tambien le quitaban el bolso. No cedio al desanimo.
Salio del hotel con unos cuantos minutos de adelanto y camino por la acera en direccion a la izquierda. El vehiculo ya estaba alli. Era una camioneta blanca, sucia, con los cristales opacos. Nadie del exterior podia ver su interior ni pegando la nariz a las ventanillas. A menos de cinco metros de su posicion, salieron dos hombres de ella.
Pero los que la empujaron, mas bien la llevaron en volandas, fueron los dos que de pronto aparecieron a su espalda.
Joa aterrizo en la parte de atras, sobre unas mantas.
Apenas si tuvo tiempo de hacer nada, salvo protegerse para evitar el golpe inicial. Unas manos le insertaron una capucha negra en la cabeza. Otras sujetaron las suyas. Dos mas la cachearon. A fondo. Llevaba el bolso en bandolera. Lo examinaron pero no se lo arrancaron. Quiza el dinero ya no estuviera alli. Finalmente le ataron de manera concienzuda las manos, por delante, y la hicieron tumbarse sobre las mantas. Olian muy mal, a animal de granja, quiza cabras, tal vez cerdos.
Ni siquiera se habia dado cuenta, pero la camioneta ya circulaba por las calles de El Cairo.
Ninguno de sus secuestradores hablaba.
Joa se quedo quieta. En la oscuridad, bajo presion, su mente si comenzo a trabajar como no recordaba haberlo hecho desde hacia mucho tiempo. El miedo disparo su adrenalina. La adrenalina activo su instinto. El instinto la hizo ver mas alla de si misma.
Percibir el entorno.
Ellos eran seis. El conductor, un copiloto, los dos hombres que habian salido al aparecer ella y los dos de su espalda. Vestian chilaba blanca y lucian barba.
Defensores de los Dioses.
Se concentro en el camino.
Intento memorizar detalles, pero solo escuchaba el sonido de las bocinas y los improperios de los conductores. Ninguna senal especial, ningun sonido fuera de lo comun. Cruzaron el centro de la ciudad. El Cairo se quedo atras a los quince minutos, y la camioneta adquirio mas velocidad.
Estaban en el desierto. Y hacia mucho calor.
– Tengo sed. Silencio.
– Denme agua, por favor.
Paso un minuto. Alguien por fin le acerco una botella a las manos. Agua.
La dejaron saciarse. Dio varios sorbos seguidos, calculando lo que le quedaba en el recipiente.
– Gracias -quiso ser amable.
Se la jugo. Cuando acabo de beber no les tendio la botella a ellos. Coloco el tapon y, al tener las manos atadas por delante, pudo introducirla en su bolso.
No se la quitaron.
Durante los siguientes minutos se concentro en David. Si le sucedia algo nunca se lo perdonaria. Imaginaba adonde la llevaban, pero tenia que dar con David primero antes de actuar.
El vehiculo acabo dejando la carretera para internarse en una pista de tierra. Los baches entonces fueron mucho peores. Acabaron destrozandole la espalda. Hizo un esfuerzo desesperado para incorporarse un poco y la amabilidad de sus captores llego hasta ahi. Uno le puso un pie en el hombro y la obligo a tumbarse de nuevo.
Ya no volvio a intentarlo.
Tal vez consiguiera detenerlos, enfrentarse a sus mentes, parar la camioneta, pero entonces no daria con David.
La camioneta aminoro la marcha, y fue reduciendo paulatinamente la velocidad hasta convertirla en una simple aproximacion a su destino.
Cuando se detuvo definitivamente, Joa supo que la primera parte de la pesadilla tocaba a su fin.
Quedaba la peor.
Se abrieron las puertas posteriores y la ayudaron a bajar. Una vez de pie la empujaron obligandola a caminar. Alguien tiraba de ella por las manos, otro la sujetaba por un brazo, y detras un tercero iba dandole empellones de manera intermitente. Joa dejo de sentir el calor del sol en su cuerpo de pronto y a cambio sintio otras sensaciones, un ligero frescor, nuevos olores-Estaba en una casa.
La detuvieron en seco, la hicieron permanecer de pie. Le arrancaron el bolso que llevaba en bandolera y la capucha al mismo tiempo.
48
Tuvo que habituar sus ojos a la nueva intensidad luminosa. No le costo demasiado. Por delante vio a un grupo de doce hombres, todos con las caras visibles menos uno, al que solo se le veian los ojos porque llevaba una capucha. Vestian de blanco y se adornaban con barbas de distinto calado. Su bolso estaba en el suelo, a su lado, donde lo habian dejado caer tras arrebatarselo. El lugar en el que se encontraban era una estancia sin muebles, de paredes encaladas. A traves de una ventana situada a su derecha vio la tierra yerma habitual en cualquier parte de Egipto, y otras dos casas atrapadas por una pendiente del terreno que parecia conducir a un monticulo. Al-Eriat Khunash.
Quiza no supieran que ella ya conocia la identidad del lugar y por eso actuaban tan a la ligera, seguros y