el cuerpo en formol y rellenarlo con brea y estopa, para al final dejarlo arrugado como una ciruela y mirando estupefacto con ojos de vidrio pintado. Simplemente extraia la sangre del cadaver aun fresco y la remplazaba por un liquido que lo conservaba como en vida. La piel, aunque palida y fria, no se deterioraba, el cabello permanecia firme y en algunos casos hasta las unas se quedaban en sus sitios y continuaban creciendo. Tal vez el unico inconveniente era cierto olor acre y penetrante, pero con el tiempo los familiares se acostumbraban. En esa epoca pocos pacientes se prestaban voluntariamente a las picaduras de insectos curativos o los garrotazos para aumentar la inteligencia, pero su prestigio de embalsamador habia cruzado el oceano y con frecuencia llegaban a visitarlo cientificos europeos o comerciantes norteamericanos avidos de arrebatarle su formula. Siempre se iban con las manos vacias. El caso mas celebre -que rego su fama por el mundo- fue el de un conocido abogado de la ciudad, quien tuvo en vida inclinaciones liberales y el Benefactor lo mando matar a la salida del estreno de la zarzuela de La Paloma en el Teatro Municipal. Al Profesor Jones le llevaron el cuerpo aun caliente, con tantos agujeros de balas que no se podian contar, pero con la cara intacta. Aunque consideraba a la victima su enemigo ideologico, pues el mismo era partidario de los regimenes autoritarios y desconfiaba de la democracia, que le resultaba vulgar y demasiado parecida al socialismo, se dio a la tarea de preservar el cuerpo, con tan buen resultado, que la familia sento al muerto en la biblioteca, vestido con su mejor traje y sosteniendo una pluma en la mano derecha. Asi lo defendieron de la polilla y del polvo durante varias decadas, como un recordatorio de la brutalidad del dictador, quien no se atrevio a intervenir, porque una cosa es querellarse con los vivos y otra muy distinta arremeter contra los difuntos.
Una vez que Consuelo logro superar el susto inicial y comprendio que el delantal de matarife y el olor a tumba de su patron eran detalles infimos, porque en verdad se trataba de una persona facil de sobrellevar, vulnerable y hasta simpatica en algunas ocasiones se sintio a sus anchas en esa casa, que le parecio el paraiso en comparacion con el convento. Alli nadie se levantaba de madrugada para rezar el rosario por el bien de la humanidad, ni era necesario ponerse de rodillas sobre un punado de guisantes para pagar con sufrimiento propio las culpas ajenas. Como en el antiguo edificio de las Hermanitas de la Caridad, en esa mansion tambien circulaban discretos fantasmas, cuya presencia todos percibian menos el Profesor Jones, que se empenaba en negarlos porque carecian de fundamento cientifico. Aunque estaba a cargo de las tareas mas duras, la muchacha encontraba tiempo para sus ensonaciones, sin que nadie la molestara interpretando sus silencios como virtudes milagrosas. Era fuerte, nunca se quejaba y obedecia sin preguntar, tal como le habian ensenado las monjas. Aparte de acarrear la basura, lavar y planchar la ropa, limpiar las letrinas, recibir diariamente el hielo para las neveras, que traian a lomo de burro preservado en sal gruesa, ayudaba al Profesor Jones a preparar la formula en grandes frascos de farmacia, cuidaba los cuerpos, les quitaba el polvo y la remora de las articulaciones, los vestia, los peinaba y les coloreaba las mejillas con carmin. El sabio se sentia a gusto con su sirvienta. Hasta que ella llego a su lado, trabajaba solo, en el mas estricto secreto, pero con el tiempo se acostumbro a la presencia de Consuelo y le permitio ayudarlo en su laboratorio, pues supuso que esa mujer callada no representaba peligro alguno. Seguro de tenerla siempre cerca cuando la necesitaba, se quitaba la chaqueta y el sombrero y sin mirar hacia atras los dejaba caer para que ella los cogiera al vuelo antes que tocaran el suelo, y como nunca le fallo, acabo por tenerle una confianza ciega. Fue asi como aparte del inventor, Consuelo llego a ser la unica persona en posesion de la formula maravillosa, pero ese conocimiento no le sirvio de nada, pues la idea de traicionar a su patron y comerciar con su secreto jamas paso por su mente. Detestaba manipular cadaveres y no comprendia el proposito de embalsamarlos. Si eso fuera util, la naturaleza lo habria previsto y no permitiria que los muertos se pudrieran, pensaba ella. Sin embargo, al final de su vida encontro una explicacion a ese antiguo afan de la humanidad por preservar a sus difuntos, porque descubrio que teniendo sus cuerpos al alcance de la mano, es mas facil recordarlos.
Transcurrieron muchos anos sin sobresaltos para Consuelo. No percibia las novedades a su alrededor, porque del claustro de las monjas paso al de la casa del Profesor Jones. Alli habia una radio para enterarse de las noticias, pero rara vez se encendia, solo se escuchaban los discos de opera que el patron ponia en su flamante vitrola. Tampoco llegaban periodicos, solo revistas cientificas, porque el sabio era indiferente a los hechos que ocurrian en el pais o en el mundo, mucho mas interesado en los conocimientos abstractos, los registros de la historia o los pronosticos de un futuro hipotetico, que en las emergencias vulgares del presente. La casa era un inmenso laberinto de libros. A lo largo de la paredes se acumulaban los volumenes desde el suelo hasta el techo, oscuros, olorosos a empastes de cuero, suaves al tacto, crujientes, con sus titulos y sus cantos de oro, sus hojas translucidas, sus delicadas tipografias. Todas las obras del pensamiento universal se hallaban en esos anaqueles, colocadas sin orden aparente, aunque el Profesor recordaba con exactitud la ubicacion de cada una. Las obras de Shakespeare descansaban junto a El Capital, las maximas de Confucio se codeaban con la Vida de las focas, los mapas de antiguos navegantes yacian junto a novelas goticas y poesia de la India. Consuelo pasaba varias horas al dia limpiando los libros. Cuando terminaba con el ultimo estante habia que comenzar otra vez por el primero, pero eso era lo mejor de su trabajo. Los tomaba con delicadeza, les sacudia el polvo acariciandolos y daba vueltas a las paginas para sumergirse unos minutos en el mundo privado de cada uno. Aprendio a conocerlos y ubicarlos en las repisas. Nunca se atrevio a pedirlos prestados, de modo que los sacaba a hurtadillas, los llevaba a su cuarto, los leia por las noches y al dia siguiente los colocaba en sus sitios.
Consuelo no supo de muchos trastornos, catastrofes o progresos de su epoca, pero se entero en detalle de los disturbios estudiantiles en el pais, porque ocurrieron cuando el Profesor Jones transitaba por el centro de la ciudad y por poco lo matan los guardias a caballo. Le toco a ella ponerle emplastos en los moretones y alimentarlo con sopa y cerveza en biberon, hasta que se le afirmaron los dientes sueltos. El doctor habia salido a comprar algunos productos indispensables para sus experimentos, sin recordar para nada que estaban en Carnaval, una fiesta licenciosa que cada ano dejaba un saldo de heridos y muertos, aunque en esa ocasion las rinas de borrachos pasaron desapercibidas ante el impacto de otros hechos que remecieron a las conciencias adormiladas. Jones iba cruzando la calle cuando estallo el barullo. En realidad, los problemas comenzaron dos dias antes, cuando los universitarios eligieron una reina de belleza mediante la primera votacion democratica del pais. Despues de coronarla y pronunciar discursos floridos, en los cuales a algunos se les solto la lengua y hablaron de libertad y soberania, los jovenes decidieron desfilar. Nunca se habia visto nada semejante, la policia tardo cuarenta y ocho horas en reaccionar y lo hizo justamente en el momento en que el Profesor Jones salia de una botica con sus frascos y papelillos. Vio avanzar al galope a los guardias, con sus machetes en ristre y no se desvio del camino ni apuro el paso, porque iba distraido pensando en alguna de sus formulas quimicas y todo ese ruido le parecio de muy mal gusto. Recupero el conocimiento en una angarilla rumbo al hospital de indigentes y logro balbucear que cambiaran de ruta y lo condujeran a su casa, sujetandose los dientes con la mano para evitar que rodaran por la calle. Mientras el se recuperaba hundido en sus almohadas, la policia apreso a los cabecillas de la revuelta y los metio en una mazmorra, pero no fueron apaleados, porque entre ellos habia algunos hijos de las familias mas conspicuas. Su detencion produjo una oleada de solidaridad y al dia siguiente se presentaron decenas de muchachos en las carceles y cuarteles a ofrecerse como presos voluntarios. Los encerraron a medida que llegaban, pero pocos dias despues hubo que liberarlos, porque ya no habia espacio en las celdas para tantos ninos y el clamor de las madres comenzaba a perturbar la digestion del Benefactor.
Meses despues, cuando al Profesor Jones ya se le habia afirmado la dentadura y comenzaba a recuperarse de las magulladuras morales, los estudiantes volvieron a alborotarse, esta vez con la complicidad de algunos oficiales jovenes. El Ministro de la Guerra aplasto la subversion en siete horas y los que lograron salvarse partieron al exilio, donde permanecieron siete anos, hasta la muerte del Amo de la Patria, quien se dio el lujo de morir tranquilamente en su cama y no colgado de los testiculos en un farol de la plaza, como deseaban sus enemigos y temia el embajador norteamericano.
Con el fallecimiento del anciano caudillo y el fin de aquella larga dictadura, el Profesor Jones estuvo a punto de embarcarse de vuelta a Europa, convencido, como muchas otras personas, de que el pais se hundiria irremisiblemente en el caos. Por su parte, los Ministros de Estado, aterrados ante la posibilidad de un alzamiento popular, se reunieron a toda prisa y alguien propuso llamar al doctor, pensando que si el cadaver del Cid Campeador atado a su corcel pudo dar batalla a los moros, no habia razon para que el del Presidente Vitalicio no siguiera gobernando embalsamado en su sillon de tirano. El sabio se presento acompanado por Consuelo, quien le llevaba el maletin y observaba impasible las casas de techos rojos, los tranvias, los hombres con sombrero de pajilla y zapatos de dos colores, la singular mezcla de lujo y desparramo del Palacio. Durante los meses de agonia se habian relajado las medidas de seguridad y en las horas que siguieron a la muerte reinaba la mayor confusion, nadie detuvo al visitante y a su empleada. Cruzaron pasillos y salones y entraron por ultimo a la habitacion donde yacia ese hombre poderoso -padre de un centenar de bastardos, dueno de la vida y la muerte de sus subditos y