poseedor de una fortuna inaudita- en camison, con guantes de cabritilla y empapado de sus orines. Afuera temblaban los miembros de su sequito y algunas concubinas, mientras los ministros dudaban entre escapar al extranjero o quedarse a ver si la momia del Benefactor podia seguir dirigiendo los destinos de la patria. El Profesor Jones se detuvo junto al cadaver observandolo con interes de entomologo.

– ?Es cierto que usted puede conservar a los muertos, doctor? pregunto un hombre grueso con unos bigotes similares a los del dictador.

– Mmm…

– Entonces le aconsejo que no lo haga, porque ahora me toca gobernar a mi, que soy su hermano, del mismo cuno y de la misma sangre, lo amenazo el otro mostrando un trabuco formidable metido en su cinturon.

El Ministro de la Guerra aparecio en ese instante y tomando al cientifico lo llevo aparte para hablarle a solas.

– No estara pensando embalsamarnos al Presidente…

– Mmmm…

– Mas le vale no meterse en esto, porque ahora me toca mandar a mi, que tengo al Ejercito en un puno.

Desconcertado, el Profesor salio del Palacio seguido por Consuelo. Nunca supo quien ni por que lo llamo. Se fue mascullando que no habia forma de entender a estos pueblos tropicales y lo mejor seria regresar a su querida ciudad de origen, donde funcionaban las leyes de la logica y de la urbanidad y de donde jamas debio salir.

El Ministro de la Guerra se hizo cargo del gobierno sin saber exactamente lo que debia hacer, pues habia estado siempre bajo la ferula del Benefactor y no recordaba haber tomado una sola iniciativa en toda su carrera. Hubo momentos de incertidumbre, porque el pueblo se nego a creer que el Presidente Vitalicio estuviera en verdad muerto y penso que el anciano expuesto en ese feretro de faraon era una supercheria, otro de los trucos del brujo para atrapar a sus detractores. La gente se encerro en sus hogares, sin atreverse a asomar la nariz a la calle, hasta que la Guardia se metio en las casas para sacarlos a golpes y obligarlos a formar fila para rendir el postrer homenaje al Amo, quien ya comenzaba a heder entre las velas de cera virgen y los lirios enviados en aeroplano desde Florida. Al ver los magnificos funerales presididos por varios dignatarios de la Iglesia con sus ropajes de ceremonia mayor, el pueblo se convencio por fin de que al tirano le habia fallado la inmortalidad y salio a celebrar. El pais desperto de una larga siesta y en cuestion de horas se acabo la sensacion de tristeza y de cansancio que parecia agobiarlo. La gente comenzo a sonar con una timida libertad. Gritaron, bailaron, tiraron piedras, rompieron ventanas y hasta saquearon algunas mansiones de los favoritos del regimen y quemaron el largo “Packard” negro de inconfundible corneta, en que se paseaba el Benefactor sembrando miedo a su paso. Entonces el Ministro de la Guerra se sobrepuso al desconcierto, se sento en el sillon presidencial, dio instrucciones de apaciguar los animos a tiros y en seguida se dirigio al pueblo por radio anunciando un nuevo orden. Poco a poco volvio la calma. Vaciaron las carceles de los presos politicos para dejar espacio a otros que iban llegando y empezo un gobierno mas progresista que prometio colocar a la nacion en el siglo veinte, lo cual no era una idea disparatada, considerando que llevaba mas de tres decadas de atraso. En aquel desierto politico empezaron a emerger los primeros partidos, se organizo un Parlamento y hubo un renacer de ideas y proyectos.

El dia que sepultaron al abogado, su momia favorita, el Profesor Jones sufrio un ataque de rabia que culmino en un derrame cerebral. Por solicitud de las autoridades, que no deseaban cargar con muertos visibles del regimen anterior, los familiares del celebre martir de la tirania hicieron un funeral grandioso, a pesar de la impresion generalizada de estar enterrandolo vivo, porque aun se mantenia en buen estado. Jones intento por todos los medios impedir que su obra de arte fuera a parar a un mausoleo, pero todo fue inutil. Se planto con los brazos abiertos en la puerta del cementerio, tratando de impedir que pasara la carroza negra que transportaba el feretro de caoba con remaches de plata, pero el cochero siguio adelante y si el doctor no se aparta lo aplasta sin el menor respeto. Cuando cerraron el nicho, el embalsamador cayo fulminado por la indignacion, medio cuerpo yerto y la otra mitad con convulsiones. Con ese sepelio desaparecio tras una lapida de marmol el testimonio mas contundente de que la formula del sabio era capaz de burlar a la descomposicion por tiempo indefinido.

Esos fueron los unicos sucesos relevantes de los anos que Consuelo sirvio en la casa del Profesor Jones. Para ella la diferencia entre dictadura y democracia, fueron sus salidas de vez en cuando al biografo para ver las peliculas de Carlos Gardel, antes prohibidas para senoritas, y el hecho de que a partir del ataque de rabia, su patron se convirtio en un invalido a quien debia atender como a una criatura. Sus rutinas cambiaron poco, hasta ese dia de julio cuando al jardinero lo mordio una vibora. Era un indio alto, fuerte, de facciones suaves, pero expresion hermetica y taciturna, con quien ella no habia cruzado mas de diez frases, a pesar de que solia ayudarla con los cadaveres, los cancerosos y los idiotas. Cogia a los pacientes como si fueran plumas, se los echaba al hombro y trepaba a grandes trancos la escalera del laboratorio, sin dar muestras de curiosidad.

– Al jardinero lo mordio una surucucu, anuncio Consuelo al Profesor Jones.

– Cuando se muera me lo traes, ordeno el cientifico con su boca torcida, aprontandose para hacer una momia indigena en posicion de podar los malabares y colocarla como decoracion en el jardin. Para entonces ya estaba bastante anciano y comenzaba a tener delirios de artista, sonaba con representar todos los oficios, formando asi su propio museo de estatuas humanas.

Por primera vez en su silenciosa existencia, Consuelo desobedecio una orden y tomo una iniciativa. Con ayuda de la cocinera arrastro al indio a su habitacion del ultimo patio y lo acosto en su jergon, decidida a salvarlo, porque le parecio una lastima verlo convertido en adorno para satisfacer un capricho del patron y tambien porque en algunas ocasiones, ella habia sentido una inexplicable inquietud al ver las manos de ese hombre, grandes, morenas, fuertes, atendiendo las plantas con singular delicadeza. Le limpio la herida con agua y jabon, le hizo dos cortes profundos con el cuchillo de picar pollos y durante un buen rato estuvo chupandole la sangre envenenada y escupiendola en un recipiente. Entre buche y buche se enjuagaba la boca con vinagre, para no morirse ella tambien. Enseguida lo envolvio en panos empapados en trementina, lo purgo con infusiones de hierbas, le aplico telaranas en la herida y permitio que la cocinera encendiera velas a los santos, aunque ella misma no tenia fe en ese recurso. Cuando el enfermo empezo a orinar rojo, sustrajo el Sandalo Sol del gabinete del Profesor, remedio infalible para los flujos de las vias urinarias, pero a pesar de todo su esmero, la pierna comenzo a descomponerse y el hombre a agonizar lucido y callado, sin quejarse ni una sola vez. Consuelo noto que, haciendo caso omiso del panico ante la muerte, la asfixia y el dolor, el jardinero respondia con entusiasmo cuando ella le frotaba el cuerpo o le aplicaba cataplasmas. Esa inesperada ereccion consiguio conmover su corazon de virgen madura y cuando el la tomo de un brazo y la miro suplicante, ella comprendio que habia llegado el momento de justificar su nombre y consolarlo de tanta desgracia. Ademas saco la cuenta de que en sus treinta y tantos anos de existencia no habia conocido el placer y no lo busco, convencida de que era un asunto reservado a los protagonistas del cine. Resolvio darse ese gusto y de paso ofrecerselo tambien al enfermo, a ver si partia mas contento al otro mundo.

Conoci tan profundamente a mi madre, que puedo imaginar la ceremonia que sigue, aunque ella no me dio todos los detalles. No tenia pudores inutiles y siempre respondia a mis preguntas con la mayor claridad, pero cuando se referia a ese indio solia quedarse de pronto en silencio, perdida en sus buenos recuerdos. Se quito la bata de algodon, la enagua y los calzones de lienzo y deshizo el rodete que llevaba enrollado en la nuca, como exigia su patron. Su largo cabello le cayo sobre el cuerpo y asi vestida, con su mejor atributo de belleza, se monto sobre el moribundo con gran suavidad, para no perturbar su agonia. No sabia muy bien como actuar, porque no tenia experiencia alguna en esos quehaceres, pero lo que le falto en conocimiento lo pusieron el instinto y la buena voluntad. Bajo la piel oscura del hombre, los musculos se tensaron y ella tuvo la sensacion de cabalgar sobre un animal grande y bravo. Susurrandole palabras recien inventadas y secandole el sudor con un pano, se deslizo hasta el sitio preciso y entonces se movio con discrecion, como una esposa acostumbrada a hacer el amor con un marido anciano. Pronto el la volteo para abrazarla con la premura impuesta por la proximidad de la muerte, y la breve dicha de ambos altero las sombras de los rincones. Asi fui concebida, en el lecho de muerte de mi padre.

Sin embargo, el jardinero no murio, como esperaban el Profesor Jones y los franceses del serpentario, que querian su cuerpo para experimentos. Contra toda logica, comenzo a mejorar, le bajo la calentura, se le normalizo la respiracion y pidio de comer. Consuelo comprendio que sin proponerselo habia descubierto un antidoto para las mordeduras venenosas y siguio administrandoselo con ternura y entusiasmo cuantas veces el lo solicito, hasta que el paciente pudo ponerse de pie. Poco despues el indio se despidio sin que ella intentara detenerlo. Se tomaron de las manos durante un minuto o dos, se besaron con cierta tristeza y luego ella se quito la pepita de oro, cuya cuerda estaba ya gastada por el uso, y la colgo al cuello de su unico amante, como un recuerdo de los galopes compartidos. El se fue agradecido y casi sano. Mi madre dice que iba sonriendo.

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