como poco pantalon y chaqueta de distinta clase, y en invierno abrigo de lana
Me sente en una terraza a tomarme un cafe y a hacer tiempo estudiando de nuevo el mapa. El cafe era el unico habito perjudicial que no habia dejado y que no pensaba dejar, me negaba a pasarme al te verde como los pocos amigos que me quedaban. Lo peor de ser viejo es que uno se va quedando solo y convirtiendose en un extranjero en un planeta en el que todo el mundo es joven. Pero yo aun tenia a mi mujer dentro de mi, y mi hija debia vivir su vida sin tener que cargar con la mia y con todo el mal que se habia paseado por ella. En mi balanza el odio pesaba mucho, pero tambien, gracias a Dios, pesaba el amor, aunque lamentablemente, todo hay que decirlo, el odio le habia quitado mucho sitio al amor.
Pense, tomandome el cafe en esta terraza -un cafe
Sandra
Al dia siguiente no me arriesgue a ir a la playa, no tenia ganas de coger la moto y me conforme con bajar a un pequeno supermercado que habia a quinientos metros; lo suficiente para darme un paseo y comprar unos zumos. Tuve todo el dia para hacerme comida sana, leer y estar tranquila. El limonero y el naranjo le daban al pequeno jardin aire de paraiso, y yo era Eva. El paraiso y yo. Mi hermana me habia dejado pilas de ropa sucia para que las fuera lavando. Debia regar por la manana y al atardecer y meter ropa en la lavadora y tender y luego recogerla y doblarla y, si salia de mi, plancharla. Si le hacia caso, me podria pasar todo el tiempo trabajando, ?de donde habria sacado tanta ropa sucia? Creo que me habia dejado instalarme en la casa para obligarme a hacer algo y que a su entender acabara sirviendo para algo. Puede que se hubiese pasado varios dias ensuciando ropa. Le gustaba mandar de tal modo que no pareciese que estaba mandando. Yo misma habia tardado anos en darme cuenta de que me mandaba y me obligaba a hacer, sin que me diera cuenta, cosas que no queria hacer.
Y estaba precisamente cumpliendo con el riego del atardecer, despues de la siesta, cuando oi el sonido de un coche que aparcaba junto a la cancela de la entrada. Oi como se cerraban las puertas del coche y pasos lentos, hasta que los vi. Eran ellos, los ancianos que me habian echado una mano en la playa. Parece que se alegraron de verme, yo tambien me alegre, llevaba demasiado tiempo rumiando a solas. Cerre la manguera y me acerque a ellos.
– ?Que sorpresa! -dije.
– Nos alegramos de verte recuperada -dijo el.
Hablaban muy bien mi lengua, aunque con acento. No era ingles, ni frances. Tampoco era aleman.
– Si, he estado descansando, casi no he salido de aqui.
Les invite a entrar y a sentarse en el porche.
– No queremos molestar.
Les servi te en una bonita tetera de cobre que tenia mi hermana en una alacena imitacion a antigua. No les dije nada de cafe porque no habia encontrado ninguna cafetera.
Se lo tomaron a pequenos sorbos mientras les contaba que no estaba segura de si estaba o no enamorada del padre de mi hijo y que no queria empezar esta nueva etapa de mi vida metiendo la pata. Me escuchaban con gran comprension y a mi no me importaba que lo supieran todo sobre mi, por lo menos lo que mas me comia el tarro, no me importaba porque eran unos desconocidos, era como contarselo al aire.
– Dudas de juventud -dijo el cogiendole la mano a su mujer. Se notaba que habia estado muy enamorado y que ahora no podria pasar sin ella. Ella era un enigma.
No era un hombre que sonriera, pero era tan educado que parecia que sonreia. Su enorme estatura hacia que el sillon de mimbre pareciese de juguete. Era muy delgado, se le marcaban los pomulos, los parietales y absolutamente todos los huesos. Llevaba un pantalon gris de verano y una camisa blanca de media manga, y era muy pulcro.
– Manana si quieres podemos venir a buscarte, te llevaremos a la playa con nosotros y luego te traeremos de vuelta -dijo el.
– Para nosotros sera una diversion -dijo ella sonriendo de verdad con unos pequenos ojos azules que quiza alguna vez fueron bonitos pero que ahora eran feos.
En lugar de contestar, les servi mas te. Estaba sopesando la situacion. Nunca habia entrado en mis calculos hacerme amiga de dos ancianos. En mi vida normal, los ancianos con los que me relacionaba eran de la familia, nunca amigos.
Se miraron hablandose con los ojos y se soltaron para poder coger las tazas.
– Vendremos a las nueve, ni muy temprano ni muy tarde -dijo el, y se levantaron.
Ella parecia contenta, se le animaron mucho los ojos. Seguramente era la que llevaba la voz cantante en la pareja. Era ella a quien se le ocurrian cosas que hacer, la que tenia caprichos. Tal vez yo era un capricho de esta senora, lo que en principio no era bueno ni malo.
Ella me puso la mano en el brazo, me lo sujeto como si intentara que no escapase.
– No necesitas llevar nada, yo me encargare de todo. Tenemos una nevera portatil.
– Fredrik y Karin -dijo el tendiendome la mano.
Yo tambien se la tendi y le di un beso a Karin en una cara de gesto alegre y amargo al mismo tiempo. Hasta ahora no habia sabido sus nombres y no me habia dado cuenta de que no los sabia, quiza porque hasta ahora no me habian importado, habian sido completamente ajenos, gente que pasa por la calle.
– Sandra -dije yo.
Nunca habia conocido a mis abuelos, murieron cuando era pequena, y ahora la vida me recompensaba con estos dos abuelos de los que no me importaria ser su nieta favorita o mejor su unica nieta, la depositaria de todo su carino y… de todos sus bienes, esos bienes fabulosos por los que no hay que luchar, ni siquiera desearlos, porque se merecen nada mas nacer. Quiza lo que no me habian dado los lazos de sangre me lo daba el destino.
Julian
Entre pitos y flautas hasta la una no pude poner el coche en marcha. Abri la ventanilla porque preferia el aire de la calle al aire acondicionado. Tuve que pararme en una gasolinera y en un quiosco para preguntar por el Tosalet hasta que me encontre en una larga carretera de curvas donde era imposible preguntarle a nadie, y luego entre en una zona boscosa en que las casas estaban medio hundidas entre arboles de quince metros y como mucho se oia el ladrido de algun perro. Y quiza porque habia perdido mis mejores reflejos con la edad, me costo bastante dar con la calle donde supuestamente vivia Fredrik Christensen. Pero al final di con ella y con el nombre de la casa, Villa Sol, un nombre nada original en estas latitudes.
Era como un fortin, practicamente no se veia nada del interior, y no queria que los vecinos me pillaran husmeando, porque el hecho de que yo no pudiera verles a ellos no queria decir que ellos no me viesen a mi. Dominaba el silencio y un pesado olor a flores. ?Que tenia que ver esto con el sufrimiento, la humillacion, la miseria y la crueldad sin limites? Igual que en el periodico, tampoco en el buzon estaban disfrazados los nombres. Ponia Fredrik y Karin Christensen.
Las puertas eran metalicas y estaban pintadas de verde oscuro tanto la corredera para que entrara el coche