espectaculos se incorporaba a este trayecto. A partir de este punto, y siempre de atras adelante, el resto del periodico era un puro tramite que, o bien era cumplido con cierta desgana, o bien se posponia para otro dia, con el convencimiento de que cualquier dia era igualmente representativo. No es que no merecieran cuidado los hechos de la politica local, pero se tenia la certidumbre de que todo lo que pudiera suceder ya era sabido de antemano y de que las pequenas sorpresas podrian ser detectadas facilmente con la mera lectura de los titulares. De otra parte, tampoco se despreciaba lo que pasaba en el exterior, aunque tambien en este caso era dificil eludir el sentimiento de reiteracion pues, dia tras dia, mientras una parte del mundo insistia en el perfeccionamiento de los dispositivos que regian la paz perpetua, la otra parte se repetia a si misma aportando guerras y revueltas incomprensibles en paises de nombres igualmente incomprensibles.

Podria resultar peregrino que los propietarios de los periodicos, sabedores de la nueva forma en que eran consumidos sus productos, no hubieran invertido, ellos tambien, el orden de las secciones. Desde una perspectiva de estricta funcionalidad lo natural es que hubieran dispuesto esta inversion para facilitar el acceso del publico a sus diarios. Negarse a hacerlo era la consecuencia de una concepcion sutil, y asimismo logica, de la sociedad moderna. El peso de la tradicion aconsejaba mantener el orden acostumbrado de las secciones pues se entendia que, precisamente, para una sociedad que tenia tal vocacion moderna el recurso a lo tradicional era, de modo inconsciente, un certificado de seguridad. Habia, sin embargo, una razon mas perentoria cimentada en una vision estrictamente politica del problema y que podia sintetizarse asi: en las sociedades contemporaneas lo que aparecia como decisivo estaba camuflado y lo que aparecia como interesante no era decisivo. De acuerdo con este argumento los propietarios conservaban la primera parte de sus periodicos para lo decisivo y la segunda para lo interesante. Quiza habia un tercer motivo, mas ligero pero no falto de astucia, que apoyaba aquel orden de las secciones. Los duenos de los diarios pensaban que tal vez asi se cultivaba un inocuo inconformismo de los lectores, los cuales, al invertir la lectura de los periodicos, se sentian participes de una inofensiva transgresion con respecto a lo que el poder reclamaba de ellos.

Como quiera que fuera, la perspicacia de aquel agudo observador que resumio la existencia social a traves del procedimiento de lectura de los periodicos era incuestionable. Los ritmos internos de la ciudad traducian a gran escala las paginas impresas en las secciones que apasionaban a los lectores. Se trataba, evidentemente, de los grandes ritmos. Un amor sin importancia, una decepcion sin importancia o un crimen sin importancia eran minusculos latidos que repercutian, cierto, en sus protagonistas, pero que no afectaban al pulso de la ciudad. Este se media solo con los grandes ritmos, que eran los que realmente involucraban a las miradas de los ciudadanos.

Tambien el ojo del hipotetico dios centinela de ciudades se hubiera involucrado con ellos, deleitandose en la contemplacion del remolino gigantesco que arrastraba muchedumbres de un extremo a otro, vomitandolas en plazas, estadios y avenidas para, a continuacion, disolverlas en el poderoso hueco de la noche. Para ese supuesto escudrinador divino la imagen del remolino debia poseer, con toda probabilidad, una fuerza majestuosa. No se equivocaba: la rutina de las multitudes era majestuosa y desde este elevado punto de vista la ciudad funcionaba como un maravilloso engranaje de relojeria que nunca fallaba. Cada dia, a la misma hora, se ponia en marcha el mecanismo y cada dia, a la misma hora, se detenia. Atendiendo a los grandes numeros entre ambos momentos todo sucedia con meticulosa reiteracion. El asfalto era testigo de una ceremonia infinitamente repetida. Esto era valido para los dias laborables pero tambien para los festivos, con la unica diferencia de que en estos ultimos el gran engranaje, cambiando automaticamente de registro, cumplia su ciclo con un peculiar movimiento de rotacion que se iniciaba con una expulsion masiva de ciudadanos y terminaba con una invasion masiva de esos mismos ciudadanos.

De hacer caso a los mas pesimistas, el pasatiempo favorito de ese dios curioso no podia ser otro que la entomologia. La ciudad le ofrecia, a este respecto, todos los alicientes de un enorme panal o de un bullicioso hormiguero. Sin embargo, los seres observados por el eventual entomologo no tenian demasiada conciencia de su condicion. Mas bien, al contrario, hubieran protestado airadamente contra esta equiparacion. Se consideraban libres y estaban acostumbrados a oir en boca de sus dirigentes que jamas habia habido seres tan libres como ellos. Para las voces mas criticas esto no era suficiente: para ellas los ciudadanos, a pesar de su plena libertad de eleccion, habian perdido el gusto de elegir. Se conformaban con escasas opciones monotonamente compartidas como si, acobardados por la abundancia que veian en ellas, se hubieran olvidado de todas las demas. A causa de esto su comportamiento se acercaba mucho al de los animales menos imaginativos. Pero ellos lo ignoraban o fingian ignorarlo. Y todos los indicios apuntaban a que esta era la fuente de su felicidad.

Esta opinion corrosiva, dictada por el pesimismo, tenia, no obstante, pocos valedores. La gran mayoria, que era por la que en definitiva se advertia el pulso de la ciudad, tenia un alto concepto de su existencia y, de estar en condiciones para hacerlo, asi se lo hubiera hecho ver al vigia divino: aquel en el que vivian no era el mas perfecto pero si el mejor de los mundos posibles. Esta conviccion estaba tan arraigada que bien podria considerarsele el lema favorito que, en otros tiempos, hubiera sido esculpido en los porticos de acceso a la ciudad.

Por eso cuando hizo acto de presencia un mundo que distaba de ser el mejor de los mundos posibles, la ciudad lo recibio como si, inopinadamente, hubiera sufrido un mazazo demoledor. Descargado el golpe, lo que sucedio despues predispuso al advenimiento de un singular universo en el que se mezclaron el simulacro, el misterio y la mentira. En consecuencia se rompieron los vinculos con la verdad y, lamentablemente, el dios centinela de ciudades, el unico en condiciones de poseerlos todavia, nunca ha revelado su secreto.

II

Al principio nadie dio importancia al hecho. Tampoco Victor, pese a que, involuntariamente, fue uno de los primeros que estuvo en condiciones de darsela. No presto demasiada atencion al comentario de David.

– Esta semana hemos tenido mucho trabajo en el hospital.

Lo cierto es que David no insistio ni anadio nada mas. Un pequeno comentario de este tipo no parecia ofrecer mayores perspectivas. La conversacion estaba dedicada a otros asuntos y, sin dilacion, volvio a ellos. A Victor le gustaba conversar con David. Llevaban anos haciendolo, con ese almuerzo semanal en el Paris-Berlin que habia acabado convirtiendose en un rito. Y eso que David era poco hablador. Formaba parte de esta especie masculina que, con el paso del tiempo, restringia el uso de la palabra hasta llegar a lo estrictamente imprescindible. Quiza era esto lo que hacia conservar en Victor el atractivo de escucharle. Por otra parte, como ellos mismos decian, su relacion era ya inmemorial. Hacia tanto tiempo que se conocian que habian olvidado cuando se conocieron. Esto, en su caso, facilitaba el dialogo. No hacian falta preambulos y aclaraciones. Sabian a la perfeccion lo que les unia y lo que les diferenciaba. Sin la existencia de equivocos cada una de sus citas era un capitulo mas de una misma conversacion.

De todos modos no dejaba de ser, la suya, una relacion especial. Solo se veian, con rigurosa puntualidad semanal, en el Paris-Berlin. Nunca en otro lugar ni en compania de otras personas. En otra epoca lo habian intentado, sin resultado. Mezclaron amigos y mujeres. No funciono. Pronto desistieron. Habian llegado tacitamente a la conclusion de que su amistad era de aquellas que soporta mal la mezcolanza y las intromisiones. Una amistad sin espectadores. A no ser que lo fueran indirectos como lo eran los otros comensales del Paris-Berlin.

Era un lugar que contribuia al mantenimiento de su intimidad. El Paris-Berlin era un restaurante sin pretensiones, de aquellos en que los platos del dia todavia se apuntaban en la puerta de cristal de la entrada. La comida era buena, aunque algo severa y, desde luego, alejada de toda sofisticacion. La unica sofisticacion del Paris-Berlin era su nombre cosmopolita, cuyo origen nadie sabia explicar. Como consecuencia, la clientela tampoco era sofisticada. La mayoria tenia aspecto de viajante de comercio y esto chocaba un poco en una epoca en la que, precisamente, los viajantes de comercio trataban por todos los medios de disimular su aspecto. Como es logico se hablaba principalmente de negocios. Tambien de deportes y, algo menos, de aventuras eroticas. Sin embargo, reinaba una modesta discrecion, como si los clientes se hubieran puesto de acuerdo en respetar la austeridad del restaurante. David y Victor siempre ocupaban la misma mesa, reservada para ellos todos los miercoles.

A excepcion de estos encuentros, que ambos perpetuaban con evidente cuidado, sus vidas habian tomado derroteros muy distintos. David Aldrey siempre habia sido un sedentario. Nunca le habia gustado demasiado viajar, y habia acabado por odiarlo. Llevaba una existencia meticulosa que transcurria entre su casa y el hospital. Decia amar a su mujer y a su hijo adolescente a los que veia por las noches, del mismo modo en que decia

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