Rafael Argullol

La razon del mal

© Rafael Argullol, 1993

A Laura

I

Primero hubo vagos rumores, luego incertidumbre y desconcierto, finalmente, escandalo y temor. Lo que estaba a flor de piel se hundio en la espesura de la carne, atravesando todo el organismo hasta revolver las entranas. Lo que permanecia en la intimidad fue arrancado por la fuerza para ser expuesto a la obscenidad de las miradas. Con la excepcion convertida en regla se hizo necesario promulgar leyes excepcionales que se enfrentaran a la disolucion de las normas. Las voces se volvieron sombrias cuando se constato que la memoria acudia al baile con la mascara del olvido. Y en el tramo culminante del vertigo las conciencias enmudecieron ante la comprobacion de que ese mundo vuelto al reves, en el que nada era como se habia previsto que fuera, ese mundo tan irreal era, en definitiva, el verdadero mundo.

Y, sin embargo, antes de que los extranos sucesos se apoderaran de ella, se trataba de una ciudad prospera que formaba parte gozosamente de la region privilegiada del planeta. Era una ciudad que, a juzgar por las estadisticas publicadas con regularidad por las autoridades, podia considerarse como mayoritariamente feliz. Se dira que esta cuestion de la felicidad es demasiado dificil de dilucidar como para llegar a conclusiones. Y, tal vez, quien lo diga tenga razon si se refiere a casos individuales. Pero no la tiene en lo que concierne al conjunto. Nuestra epoca, quiza con una determinacion que no se atrevieron a arrogarse epocas anteriores, nos ha ensenado a reconocer los signos colectivos de la felicidad. Por lo demas son faciles de enunciar y nadie pondria en duda que tienen que ver con la paz, el bienestar, el orden y la libertad. La ciudad se sentia en posesion de estos signos. Los habia conquistado tenazmente y disfrutaba, con legitima satisfaccion, de que asi fuera.

Naturalmente tambien tenia zonas oscuras, paisajes enquistados en los repliegues del gran cuerpo. Pero ?que ciudad, entre las mas dichosas, no los tenia? Eso era inevitable. No alteraban la buena apariencia del conjunto. Hacia ya tiempo que se sabia que los focos malignos debidamente sometidos a la salud general perdian eficacia e incluso, bajo la vigilancia de un riguroso control, podian ejercer una funcion reguladora. Por fortuna habian quedado muy atras las inutiles aspiraciones que pretendian extirpar todas las causas del desorden social. Una ciudad ecuanime consigo misma sabia que la justicia ya no consistia en hurgar en las heridas sino en disponer del suficiente maquillaje para disimular las cicatrices.

Si el ojo de un dios centinela de ciudades hubiera posado su mirada sobre ella seguramente habria concedido su aprobacion: la ciudad creia haberse hecho merecedora de un honor de este tipo en su afanosa busqueda del equilibrio. Orgullosa de su antiguedad se habia sumergido con entusiasmo en las corrientes mas modernas de la epoca. Pobre, y hasta miserable, durante siglos habia sabido enriquecerse sin caer en la ostentacion. Abierta y cosmopolita, habia conservado aquellos rasgos de identidad que le permitian salvarse del anonimato. Al menos esto es lo que opinaban muchos de sus habitantes y bien podria ser que, en algun sentido, fuera cierto. Antes, claro esta, de que las sombras de la fatalidad se arremolinaran sobre su cielo dispuestas a soltar su inquietante carga.

Antes de que esto sucediera la vida circulaba con fluidez por las venas de la ciudad y nada presagiaba ningun cambio. Un analisis clinico hubiera reconfortado al paciente con resultados tranquilizadores. Los datos se ajustaban a las cifras de referencia. Algunos coeficientes presentaban pequenas oscilaciones hacia los maximos o los minimos aconsejables pero, mas alla de estas ligeras anomalias, susceptibles de ser corregidas con facilidad, el balance reflejaba una incuestionable normalidad. Y este diagnostico de normalidad, pensaban casi todos, debia ser mantenido a toda costa.

Verdaderamente no habia ningun motivo importante para el desasosiego. Las cronicas del pasado no contenian momentos similares. Se pronunciaban sobre hambre, guerras y agitaciones. Si juzgamos por ellas, la ciudad habia sido, con pocos intervalos, un permanente escenario cruento donde el odio se habia cobrado innumerables victimas. Ideas y pasiones habian ensangrentado las calles. Pero todo esto parecia pertenecer a un tiempo muy remoto. No, quiza, en la distancia de los anos aunque si en la disposicion del espiritu. El espiritu de la ciudad, libre al fin de aquellas penurias depositadas en los libros de historia, habia apostado por una paz duradera y, lo que era mas decisivo, habia ganado la apuesta.

Palabras como normalidad, paz, felicidad son palabras honorables que insinuan valores honorables, pero en la realidad de los hechos cotidianos, ?como forjarnos una imagen de ellas? La respuesta es, logicamente, compleja, si bien se puede aventurar una cierta aproximacion a su significado. Emanaban, por asi decirlo, de un talante compartido que impregnaba por igual a los que gobernaban y a los gobernados y que, en su raiz ultima, solo habia podido originarse con el nuevo curso de los tiempos. Habia sido necesario dejar definitivamente atras la epoca de las grandes convulsiones para que se impusiera este talante innovador. Los que habian reflexionado sobre ello, y eran muchos, consideraban que era una conquista irreversible.

Segun este talante era prioritario que la ciudad mantuviera una apariencia de armonia, independientemente de los desarreglos ocasionales que pudieran producirse. Nadie dudaba de que se producian, con molesta insistencia, todos los dias y en numerosos rincones. No obstante, esto formaba parte de las reglas del juego y no debia producir ninguna zozobra. Lo importante es que otras reglas, mucho mas imprescindibles, dictaminaban que los males particulares quedaban disueltos en el bien comun. Podian registrarse repentinos corrimientos de tierra, y de hecho era inevitable, pero esta circunstancia no debia afectar a la solidez del edificio. No se descartaba cualquier tipo de movimiento con tal de que la apariencia fuera de inmovilidad, del mismo modo en que no se negaba al subsuelo su capacidad para albergar conductas desviadas con tal de que fueran las conductas virtuosas las que se presentaran a la luz publica. La ilusion de lo solido, lo inmovil y lo luminoso era la mejor terapia para que la ciudad se curara instantaneamente de cualquier herida. Que todo aconteciera bajo la bruma de que nada imprevisto acontecia era un principio exquisito para el mantenimiento de la estabilidad. Este era el talante de la ciudad y, para sus mas complacidos moradores, el arte mas preciado al que se podia aspirar.

Por lo demas la ciudad era similar a otras ciudades prosperas de la region privilegiada del planeta. La originalidad habia sido sacrificada con gusto en el altar del orden, aunque visto desde otro angulo, se habia descubierto que lo autenticamente original era la ausencia de originalidad. Alguien, por aquellos dias, resumio este fenomeno aludiendo al profundo cambio de habitos que se habia producido en la lectura de los periodicos. En todas las ciudades en las que predominaba la comun esperanza en la paz perpetua la lectura de los periodicos continuaba siendo un ejercicio masivo, pero se habia modificado la forma en que se realizaba tal lectura. A diferencia de lo que ocurria en el pasado ahora la inmensa mayoria de los lectores se sumia en las paginas de su diario favorito empezando por el final y siguiendo un recorrido inverso al propuesto por el periodico. Asi, dado que todos los periodicos estaban ordenados de la misma manera, el lector satisfacia su apetito cotidiano abordando, en primer lugar, las secciones que le eran de mayor interes, postergando para las breves ojeadas finales aquellas otras secciones que apenas contenian aportaciones interesantes.

Comenzaba su tarea informandose de las ultimas vicisitudes de los personajes considerados socialmente relevantes. A continuacion repasaba los programas que podria elegir en su televisor. Seguia su periplo a traves de las paginas economicas y deportivas, a las que prestaba una particular atencion. Finalmente leia con ansiedad y detenimiento los informes meteorologicos. En esta seccion se acababa lo que podria ser catalogado como trayecto de alto interes. Dependiendo de los dias, y de las expectativas de ocio nocturno, tambien la cartelera de

Вы читаете La razon del mal
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×