En la cadena turquesa que se corresponde con el azul de los ojos de Andrea, Rosa Regas ha conseguido esculpir inteligente y bellamente el rostro de la incertidumbre que marca la condicion humana, ha sabido ahondar liricamente en el sueno secreto que sostiene cada una de nuestras peripecias vitales.

Fanny Rubio

Para Storni,

esta historia que le pertenece

Pone al copiarte mi espejo

un poco de oscuridad.

El cielo es azul celeste

y azul marino la mar

Gerardo Diego

I

«Can the transports of first love be calmed, checked, turned to a cold suspicion of the future by grave quotation from a work on Political Economy? I ask -is it conceivable? Is it possible? Would it be right? With my feet on the very shores of the sea and about to embrace my blue-eyed dream, what could a good-natured warning as to spoiling one's life mean to my youthful passion?»

Joseph Conrad, A personal record

La isla no tenia ningun atractivo especial como no fuera la gran mole de piedra roja que acumulaba el sol desde el amanecer. Por el este se abatia en picado sobre el puerto y por el oeste descendia menos abruptamente hasta formar un valle pedregoso y arido. Desde lejos se destacaba altiva como un vigia, como un faro natural amparando las breves laderas cubiertas de matorral reseco y espinoso.

La mayor parte de la superficie y del litoral era tan rocosa que al cabo de los anos, cuando ya no quedara rincon alguno del Mediterraneo sin explorar, solo una pequena playa de marga habria de salvar a sus escasos y derrotados habitantes del ostracismo turistico. Sin embargo era de dificil acceso porque no podia llegarse a ella mas que por un estrecho camino que trepaba entre ruinas desde el muelle sur, descendia de nuevo y se borraba a veces, o burlaba al caminante y le llevaba por veredas sin retorno entre construcciones medio derruidas, sin techo, de ojos vacios y suelos rellenos de cascotes, de cuyas ocultas entranas brotaba a veces, solitaria y torturada, una higuera. Al retomar el camino, o lo que el desuso habia dejado de el ya podia verse a lo lejos el agua clara y los bajos fondos plagados de erizos, pero antes de llegar se desparramaba sin remedio en un terreno de marismas y una breve playa tosca, de arena roja y ardiente donde nacian yerbajos y matojos y se amontonaban los detritus.

Exceptuando el puerto era la unica salida al mar. En el resto de la costa no habia mas que rocas que se precipitaban en riscos sobre el agua, paredes de escollos donde batian sin descanso las olas aun con el mar en calma, tan verticales que al filo de mediodia el perimetro completo de la costa quedaba rodeado de un exiguo cinturon de sombra, un relieve sobre el azul opaco, aplastado por la luz, que luchaba por mantener una infima zona de frescor frente a la mole rocosa.

Despues de que los bombardeos de los primeros anos de la segunda guerra mundial la hubieron despojado de sus barcos y de sus bienes, de sus casas y de sus iglesias, la existencia de aquel pedazo de tierra olvidado parecia no tener otra razon de ser que la de secarse y resecarse hasta perder el color.

El atractivo que mas exito habria de tener cuando finalmente fuera invadida por las hordas destructoras del turismo era la cueva azul cuyas excelencias, junto a su historia desfigurada, cantarian y multiplicarian las guias y los folletos. A quien no conociera palmo a palmo los arabescos del litoral le habria sido muy dificil descubrirla. Tenia la entrada casi al nivel del mar y bastaba que se rizaran un poco las olas para que la misma altura que les daba la corriente cerrara la entrada a golpes de espuma y estruendo. Pero para los pocos nativos que quedaban en el lugar no habia confusion posible. Incluso los dias en que el levante azotaba las rocas con ira descontrolada, sabian como aprovechar la resaca de un embate para, a golpes de remo y con buen cuidado en mantener la cabeza gacha casi a la altura de las chamuceras, deslizar con una sacudida precisa la barca dentro de la caverna. Una vez en el interior, el agua se volvia viscosa, oscura, inmovil. El ambito mantenia una temperatura fria, de un frio compacto que no calaba, que permanecia como un aposito en la superficie de la piel y transformaba el bramido del mar exterior en un eco sordo de concha marina gigantesca, en un sonido aterciopelado, envolvente que cerraba el espacio con mayor contundencia aun que las mismas rocas que lo componian. La boveda solo podia verse con la ayuda de una linterna y sus paredes lisas, sudadas y rezumadas, de un azul intenso y oscuro, irisado por la refraccion del haz de luz que se concentraba en la monumental arista horizontal de la entrada, nada tenian que ver con el aspecto aspero, escabroso, rojizo que mostraba su otra cara bajo el sol.

Poco mas habia en ella: el pequeno cafe con sus tres mesas desvencijadas bajo las moreras de hojas carcomidas en la esquina de la plazoleta que se abria en el centro del puerto, la hilera de casitas de construccion reciente a ambos lados, con la carpinteria pintada de azul palido a imagen de las que arrasaran los bombardeos, el antiguo mercado todavia con algunas columnas de marmol en pie y sus mostradores, la vieja central electrica y el generador elemental del muelle norte que daba luz a las bombillas de las escasas farolas de las ribas, y del otro lado, mas alla de la playa de bajos fondos y erizos, una cantera que se habia utilizado por ultima vez hacia anos para reconstruir la iglesia ortodoxa cuyas dependencias habian ido extendiendo durante siglos, columnas, cornisas y cimborrios tan agarrados a la base de la roca principal que habian acabado confundiendose con ella poco antes de quedar despanzurrados por las bombas. En el cabo que por el sur cerraba la bocana del puerto se habia construido hacia pocos anos una mezquita y se habia urbanizado una pequena plazoleta en el mismo muelle que en invierno el viento del noroeste se cuidaba de limpiar a embestidas.

Eso era todo lo que podia verse desde el mar, porque el puerto avasallado por la roca roja, de cuya arista colgaban aun vestigios cobrizos del castillo que le dio el nombre, no admitia mas de tres o cuatro desordenadas hileras de callejas oscuras y apenas recompuestas. Y a mediodia, con la reverberacion del sol que la inmensa mole habia acumulado durante su historia milenaria sobre las ribas y el mar enclaustrado de la bahia, la intensidad del calor se convertia en plomo. Y se deslizaban furtivos los dos escasos centenares de personas que quedaban en el pueblo, envejecidos y anquilosados, y permanecian en las sombras de sus ruinas o se desplazaban con cautela abrumados por la confusion y el miedo, como si hubieran sobrepasado el umbral a partir del cual ya no fuera posible el retorno, como se convierte en dos la cuerda tensada un instante mas o a partir de una repeticion la caricia se muda en tormento, o se transforma en odio, resentimiento y dolor el amor que va mas alla de su propio limite.

Sin embargo ninguno de ellos habia oido hablar de esa isla. Ni jamas habrian conocido el letargo de sus orillas calcinadas ni la historia -o el sortilegio, ?quien podia saberlo?- que escondian sus ruinas sin aristas, de no haber sido por una inoportuna averia del motor. Quizas Leonardus habria reparado en ella al consultar la carta o tal vez en la ruta hacia Antalya la habrian visto a lo lejos como una sombra mas cuyo perfil se transformaria al alba en una fortaleza rosada ocultando sus secretos.

Habian pasado la noche anterior fondeados en una cala cerrada por rocas oscuras a la que llegaron al atardecer sorteando un corredor de islotes espaciados y escalonados ante la costa que la resguardaban de vientos y corrientes. Cenaron una vez mas protegidos del relente bajo el toldo y dejaron correr las horas con la seguridad de que ya nada iba a estropear ese viaje que tocaba a su fin. Martin Ures habia aceptado la renovacion de su contrato con una de las productoras de Leonardus por otros seis anos -tres peliculas y seis nuevas series de

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