El que ha nacido junto al mar, el que aun sin verlo cuenta con el limite azul del horizonte y esta hecho a la brisa humeda y salina que le llega al atardecer, configura su mundo en unos limites a partir de los cuales el paisaje se allana y alcanza el infinito. Y si camina tierra adentro busca detras de cada loma la linea azul que ha de devolverle la orientacion precisa para no sentirse perdido entre montes y llanuras, entre calles y plazas, saber donde esta y encontrar el camino y la salida. Pero Martin no conocio el mar hasta mucho mas alla de la adolescencia y nunca dejo de considerarlo un elemento extrano, misterioso y amenazador.
Andrea en cambio, si bien no era ahora capaz de saltar sola al muelle y habia que darle la mano para atravesar la pasarela, aun con esos vertigos que habian comenzado hacia unos anos, con la debilidad tan manifiesta en su rostro y en sus brazos transparentes y un tanto flacidos, vivia a bordo sin acusar la menor molestia y se movia en el barco con extrema normalidad. Cuando navegaban a pleno sol, embutido el sombrero de paja hasta las cejas para protegerse la piel, se sentaba en la proa abrazada al palo e inerte como un mascaron fijaba en un punto la mirada sin alterarla durante mucho rato hasta que de repente parecia descubrir que Martin estaba en cubierta. Se levantaba entonces y agarrada con fuerza a los obenques pasaba de la proa a la popa e iba a reunirse con el. Martin abria otra vez el libro e intentaba disimular esa mezcla de tedio y mareo que no le habia abandonado desde que comenzo el viaje. Estaba seguro de que ni Leonardus y mucho menos Chiqui se habian dado cuenta pero sabia que Andrea lo adivinaba, aunque de haberselo ella insinuado el nunca lo habria reconocido.
Ella si habia nacido junto al mar y desde pequena su padre le habia ensenado a moverse en la cubierta de las barcas con buen tiempo o temporal. El primer dia del viaje, en Marmaris, cuando Martin y Chiqui bebian limonadas en la terraza del bar del puerto esperando a que Leonardus y Tom volvieran de hacer las diligencias para poder zarpar, se las habia ingeniado para comprar hilo, anzuelos, plumas y plomos y todos los dias al atardecer se sentaba en la popa detras del timon y echaba el currican que ella misma habia fabricado. Fijaba la mirada en un punto lejano del mar y se concentraba en la tension del hilo sobre el dedo que habia de transmitirle desde las profundidades del mar el movimiento del anzuelo escondido tras la pluma, y al notarlo daba un tiron y recogia ritmicamente el hilo que formaba a sus pies un ovillo sinuoso de hebras amontonadas casi con perfeccion, sin cansarse, ni demorarse, ni acelerar la cadencia de la cordada Y al llegar al final, sujetaba el pez y le obligaba a abrir la boca con una mano para, con un juego habil de la otra, quitarle el anzuelo sin desgarrarlo, y ante los gritos de horror y de asco de Chiqui lo echaba al cubo. Luego, sin entretenerse en contemplarlo, soltaba de nuevo el currican y deshacia al mismo compas la telarana que descansaba en el suelo. Al fondear en una cala, si todavia habia luz de dia, en cuanto notaba que el ancla ya no garreaba y veia que Tom iba largando cadena, antes incluso de que saltara a la chalupa para amarrar el cabo de popa a una de las rocas o a un tronco que los embates del mar habian dejado entre ellas blanco y desnudo, se instalaba en la proa con la cesta de la pesca y doblada sobre la barandilla, con las gafas resbaladas sobre la nariz, se agarraba a una jarcia con una mano y echaba el volantin con la otra. El sol de poniente se abatia sobre las rocas de la costa soslayando el mar y las aguas exentas de reflejos adquirian una transparencia de claroscuro que la mantenia atenta a la agitacion de los peces en el fondo sin reparar en la humedad que poco a poco iba mojando la cubierta y rizando aun mas sus cabellos negros. Nada, ni siquiera la voz de Martin la distraia entonces. Y no recogia los volantines hasta que el sol al esconderse se llevaba consigo la oculta transparencia de las aguas. Y con la ultima luz que habia quedado suspendida en el horizonte, limpiaba los cuchillos, clavaba los anzuelos en los corchos, los guardaba en la cesta para tenerlos a punto al dia siguiente a la misma hora, llevaba el cubo con los peces a la cocina como probablemente habia hecho todos los atardeceres de verano de su infancia -y seguia ahora haciendo con tal naturalidad que nadie habria adivinado que llevaba por lo menos ocho anos sin navegar, sin pescar, sin ver el mar mas que desde la lejania de su apartamento en la ladera del monte, en la ciudad-, y sin mas demora se reunia con ellos bajo el toldo y se servia el primer whisky.
Martin la habia conocido en el mar, en la pequena bahia frente a su casa de la costa. Hacia menos de un ano que habia terminado el servicio militar y en lugar de volver a Siguenza donde vivia su familia, gracias a un companero del mismo batallon que le habia recomendado a su tio, habia conseguido entrar de segundo camara en la pequena productora de cine y television que este tenia en Barcelona. Aquel dia era sabado y despues de unas tomas en el puerto que habian quedado pendientes la manana anterior, Federico, el productor, le pidio que le acompanara a la casa que un editor tenia en Cadaques, un pueblo de mar al norte de la ciudad. Segun le dijo, era un hombre rico interesado en invertir una suma importante en la serie de reportajes para la television que habian comenzado aquella primavera. Martin le acompano porque no tenia mas remedio y tampoco mucho mas que hacer en la canicula humeda de la ciudad vacia. Durante mas de cuatro horas viajaron por una carretera que se empinaba y estrechaba a medida que avanzaban. En las curvas finales, cuando ya descendian entre lomas cubiertas de olivos bajo un sol agobiante, Martin, que apenas habia desayunado, cerro los ojos para no sentirse peor y ni siquiera se percato de que se acercaban al mar que se extendia azul e inmovil como un espejo oscuro hasta la linea del horizonte. Cuando aparcaron el coche eran mas de las dos y entraron en la casa por una calle paralela al mar. Sebastian Corella, que les estaba esperando, les hizo pasar a la terraza.
Era un dia transparente de julio y aun amparados por la sombra del toldo la reverberacion del sol les cego un instante. A sus pies un mar tranquilo se desmenuzaba en olas tan suaves sobre las piedras negras de la pequena playa cerrada a ambos lados por rocas con lustre de mica bajo el destello irisado del sol, que la espuma transparente apenas transmitia un leve murmullo. Alguien venia nadando y rompia ritmicamente el agua, abriendo a su paso una estela incrementada por el golpe seco de cada brazada, como el dibujo de las bandadas de gaviotas en el cielo de octubre.
– Es Andrea, mi hija -dijo Sebastian Corella mientras ponia hielo en las copas que acababa de servir. Martin tomo la suya y se apoyo en la balaustrada para seguir la cadencia de la mancha oscura que al llegar a la playa se detuvo sin sacar la cabeza, se zambullo en una pirueta subita y de una embestida salio del agua que salto a su alrededor como un surtidor. Estaba a muy pocos metros de distancia: quedaron suspendidas sobre su cuerpo minusculas gotas que brillaron al sol antes de resbalar sobre la calidad mate de su piel oscura y el cabello que se echo hacia atras con un gesto preciso -que Martin no habria de olvidar, igual que esa mirada de ojos ligeramente entornados, opaca, perdida, dulce y vagamente desenfocada de los miopes- arrastraba todavia un chorro de agua. Una vez se hubo adaptado a la luz abrio los ojos en toda su amplitud y mostro las pupilas de un azul palido que con los reflejos del agua adquirio un leve tono violeta. O quiza fuera que sus ojos tenian la facultad del camaleon porque ni una sola vez en todos los dias y todas las noches que se mantuvo junto a ella aquel verano, mirandola a distancia sobre las cabezas de los bebedores, o en la playa entre otras mujeres y hombres que nunca fueron para el mas que figuras difusas de una farandula veraniega, o en el apasionamiento -y la distancia- con que se sucedieron los anos siguientes, fue capaz de adivinar de que matiz se habria tenido el azul de su mirada cuando dejara de enfocar el objetivo y fruncir los parpados y quedara al descubierto la nitidez de sus enormes pupilas que, sin embargo, llevaba en si misma la carga de una cierta expresion enigmatica, la sombra de una reserva que nunca seria capaz de desvelar cabalmente.
Sin bajar la mano que seguia sosteniendo hacia atras la mata de cabello mojado, levanto la cabeza, sonrio y les saludo con la otra. Martin jamas habia visto un ser mas radiante, una mujer mas hermosa, unos ojos mas azules. Deslizo los pies por el agua y camino sobre las piedras negras, ardientes y dentadas como si iniciara un paso de danza ya sabido y se agacho a recoger la toalla que habia dejado en un pretil no con intencion de secarse sino simplemente para dar por terminado el bano o quiza solo por rematar el esplendor de su figura porque se la echo al hombro como habia hecho con el cabello y desaparecio bajo la terraza.
No volvio a verla hasta media hora mas tarde. La puerta del fondo de la sala estaba abierta y desde donde estaba veia la escalera. Aparecio primero un pie, despues otro y finalmente el cuerpo entero. Bajaba despacio abrochandose la correa del reloj. Tenia el pelo todavia mojado pero mas suelto y alborotado, iba vestida de blanco y llevaba gafas oscuras. En ese momento su padre habia entrado en la sala y estaba buscando entre las revistas amontonadas sobre la mesa la ultima critica de una pelicula en cuya produccion habia intervenido. Ella paso por su lado, le dio un beso fortuito en la mejilla y salio a la terraza manipulando aun la correa.
– Me llamo Andrea -dijo, y dio la mano primero a Federico, luego a Martin. Se dio la vuelta para servirse ella tambien una copa, y cuando su padre se acerco a Federico con el periodico, volvio la cabeza, se bajo las gafas hasta la punta de la nariz y por encima de ellas miro a Martin, le sonrio fugazmente con curiosidad y una cierta sorna, y antes de que el fuera capaz de reaccionar y devolverle la sonrisa, ella ya habia empujado hacia arriba la montura negra y se habia dado la vuelta otra vez.
Martin reconocio mas tarde que se habia azarado, lo reconocio ante si mismo porque no habria tenido el valor suficiente de contar a nadie como esa simple mirada le habia transpuesto. Hasta tal punto que apenas presto