atencion a la entrada de la madre de Andrea, y a ese hombre alto y de tez oscura que la acompanaba y que se quedo a comer con ellos, ni a su nombre, ni mas tarde a la perfecta disposicion y al artificioso diseno de los cubiertos, los platos y los vasos, ni a la crema helada de calabacin y al pescado al horno y a las distintas clases de postre que les sirvieron, que tanto le habrian maravillado de no haber estado esa mujer sentada a esa mesa y precisamente a su lado. No podia oir mas que lo que ella decia, ni atender a otro sonido que su voz, sin reconocer en cambio el contenido de su discurso, como si a medida que las pronunciara fueran perdiendo el significado una tras otra las palabras y no quedara de ellas mas que la entonacion, el tono, la inflexion, la melodia y el ritmo, y los gestos y la sonrisa con que los acompanaba, o esa forma de permanecer atenta a la intervencion de quien le habia interrumpido, con la cabeza adelantada, la boca ligeramente abierta y los cubiertos inmoviles en las manos, dispuesta en cuanto pudiera a retomar el hilo de su propio argumento. Y aunque procuro que no fuera demasiado evidente su ensimismamiento e hizo esfuerzos desmedidos sin lograrlo por comprender de que se estaba hablando, en la agitacion y la soledad de la semana que siguio no pudo recordar de esa comida mas que los grandes ojos de Andrea apenas insinuados tras el cristal negro, la peculiar forma con que se ponia y quitaba continuamente las gafas y ese canto sin letra de su voz de alondra.
Luego, cuando una vez terminada la comida la vio salir sola a la terraza, se levanto tambien y la siguio.
En aquel momento el motor de una barca retumbaba en el sopor de la tarde. El sol que habia comenzado a ocultarse tras la casa habia dejado en la sombra la terraza y la playita de piedras negras, y a esa luz se habia oscurecido el tono dorado de su piel como si tambien ella se hubiera quedado en la penumbra. Estaba de espaldas al mar con la taza de cafe en la mano y la miraba perdida, habia levantado la rodilla y doblado una pierna hacia atras apuntalando sobre la otra todo el peso del cuerpo que, con el desplazamiento a que le habia obligado la postura y desnudo ahora el rostro de la animacion de la palabra, habia adquirido un aspecto indolente, un poco languido.
No se movio cuando el llego a su lado, ni siquiera levanto los codos del antepecho y siguio removiendo el cafe con la cucharilla.
– ?En que trabajas? -le pregunto sin mirarlo.
– En cine, ?y tu?
– Soy periodista. -Y bebio el cafe a sorbos lentos.
– ?De donde eres? -pregunto al rato.
– Soy de Siguenza, mejor dicho de Ures, un pueblo cerca de Siguenza. ?Por que?
– Por nada, pura curiosidad -le miro ahora entornando los parpados y sonrio.
Martin no supo que mas decir. Sin saber por que deseo por una vez salir de su mutismo, vencer su timidez y hablar, contarle que habia nacido en Ures, provincia de Guadalajara, en el centro de Espana. Que en realidad se llamaba Martin Gonzalez Ures, pero desde siempre se le habia conocido como Martin Ures por el apellido de la familia de su madre. Que incluso a su padre, el maestro que llego de Siguenza y se caso con la hija del molinero Ures, se le llamaba senor Ures. Que desde pequeno el y sus hermanos llevaban el nombre de la aldea como si fueran los descendientes de los fundadores del pueblo aunque sabian bien, porque su padre lo contaba ano tras ano en la escuela, que la aldea habia sido en sus origenes un monasterio edificado en el siglo XV o XVI para una congregacion de monjas vascas, que se conservaba todavia destartalado y casi en ruinas. Que lo habian llamado Ures por ser el unico lugar de los contornos que tenia
Pero no dijo nada y ante su mirada azul se limito a encogerse de hombros como para indicar que nadie elige el lugar de su nacimiento.
Subitamente Andrea se enderezo, se palpo los bolsillos y ?donde estan mis gafas?, pregunto, y sin esperar respuesta se fue. Martin intento seguirla con la vista pero le fue dificil. Un grupo de personas habia entrado en el salon y ella aparecia sentada en un sofa buscando en las juntas de los almohadones o desaparecia oculta por un rostro o una sombra. Hasta que del mismo modo que habian irrumpido esos extranos personajes salieron todos y la habitacion quedo silenciosa y casi en la penumbra como si con sus risas y su trasiego se hubieran llevado la luz y con ella a Andrea.
Solo quedaron Sebastian y Federico, cada uno en la esquina de un sofa, consultando papeles y cifras ajenos a las idas y venidas del personal. Sobre la mesa habian amontonado las carpetas que Federico sacaba de su cartera de mano, el cenicero estaba lleno de colillas y la botella de conac senalaba con su nivel el paso del tiempo. Martin se sento con ellos.
Al principio no se atrevio a rehusar la copa que Sebastian le habia servido y luego, a medida que fueron pasando las horas, con ese ritmo distinto al que nos somete la bebida corta y continua, se quedo al margen de su conversacion que oia con el deleite de quien cabecea una siesta con las voces de fondo de la television, y se dejo envolver por el vaho de bienestar e ingravidez que le iba imponiendo el dia.
Bajo las voces rompian una tras otra las olas livianas sobre las piedras oscuras que habia visto en la playa, el reloj de la torre de una iglesia dio las ocho y sonaron pisadas en algun lugar de la casa; de vez en cuando rompia el susurro de la conversacion el motor de una barca que se acercaba o alejaba, o el ladrido perdido de un perro, una voz lejana, sonidos separados unos de otros, de limites precisos, como ecos que estallan en verano en el crepusculo rosado del mar.
Estaba tan poco acostumbrado a beber que cuando despues de haber recogido todos los papeles se levantaron y Sebastian les llevo al primer piso por la misma escalera que habia descendido Andrea hacia unas horas y los dejo a cada uno en su habitacion -asi podeis descansar un poco antes de la cena, les dijo-, se agarro al pasamano para mantener el equilibrio y una vez en su cuarto se dejo caer en una de las dos camas sin apartar la colcha blanca ni asomarse a la ventana que daba sobre la terraza y el mar desde donde siguiendo la corona de luces de la riba que acababan de encenderse habria podido verificar el contorno de la bahia con igual precision que en el mapa enmarcado que habia descubierto en el vestibulo de la casa esa misma manana tan lejana ya. Y cuando Federico entro a buscarle para bajar a cenar se puso en pie de un salto sin saber ni la hora que era ni donde estaba ni por que tenia la cabeza tan pesada y en la boca el mismo sabor amargo de los amaneceres con gripe de su infancia. Se dio una larga ducha con la esperanza de que el agua fria le limpiara tambien la mente. Y despues, desde lo alto de la escalera, enfoco en picado el salon y la terraza otra vez llenos de gente y aunque tuvo que prestar mucha atencion y recorrer el escenario mas de una vez porque seguia con el entendimiento confuso por el conac de la tarde y remoto aun por el sueno que se le habia pegado con obstinacion a los parpados, no descubrio a Andrea por ninguna parte. Ni ceno en la casa con ellos cuando ya todos se habian marchado otra vez, ni la vio despues en el bar de la playa donde fue con Federico, Sebastian, Leonardus, el