hombre de tez cetrina que habia aparecido a la hora de comer y Camila, la madre de Andrea, una mujer alta y demasiado delgada, que no hacia mas que ponerse en la boca un cigarrillo tras otro sin preocuparse de encenderlo, segura de que alguno de los hombres que la rodeaba, si no todos, habria de acercar la llama de su mechero al extremo del cigarrillo con tal precision que ella no tendria siquiera que inclinar el cuerpo para acertarla. Martin la contemplaba arrobado y se preguntaba de donde le venia esa seguridad mientras tomaba de nuevo conac, que despues del aperitivo y del vino de la cena, contrariamente a lo que habia supuesto, le habia reanimado. Sin embargo paso con acidez y mareos la noche, o lo que quedaba de ella, porque tal como les habia anunciado Sebastian al despedirse en la puerta de su cuarto, fue el mismo a llamarles al alba para salir a pescar y pasar luego la manana en el mar. Casi no se dio cuenta de cuando ni como se vistio, ni en que momento bajo la escalera y salieron a la calle. Recordaba vagamente la riba oscura, camino del muelle, solo iluminada por unas luces demasiado altas y metalicas para no parecer los tres, asi bajo ellas, seres fantasmagoricos.
Casi dormido habia subido a la
Cuando desperto estaba sofocado de calor y la luz brillante, seca y precisa como un cuchillo, le hirio los ojos. Estaban llegando a una cala y aunque se habia reducido casi por completo la velocidad, la
– Holgazan, no haces mas que dormir -grito riendo Federico, que apenas habia podido sostenerse por el traspies. En la zozobra de su derrumbamiento Martin se preguntaba que estaba el haciendo en aquel lugar hostil, a esa hora imposible y en este lamentable estado.
Se tumbo en la playa, sin tabardo, cubierta la cabeza con la camiseta que se habia quitado y soportando estoicamente las piedras que le servian de colchon, mientras contemplaba como se las arreglaban para encender un fuego. Los vio vaciar una botella de agua en una olla, limpiar los peces del cubo, servirse en vasos de cristal un vino que le hizo cerrar los ojos de asco. El sol se habia apoderado del firmamento. Ni una nube, ni un soplo de aire, ni un solo arbol en aquella cala inhospita de piedras cuyas aristas no lograba atenuar ni con los multiples pliegues de la toalla que le acababa de echar Sebastian.
Comio despues un poco de sopa de arroz, un caldo caliente de pescado que le tranquilizo el estomago y en un arranque de valor incluso se atrevio a meterse en el mar en cuanto les oyo volver a la conversacion del dia anterior, con el agua a la cintura como si no se atrevieran a ir mas lejos, o como si cautivados por sus propias palabras hubieran arrinconado la intencion primera. Anduvo unos pasos pero no se zambullo sino que se agacho dentro del agua hasta que le llego a la altura del cuello, se salpico los ojos y la cara y salio encogido para disimular el dolor de las piedras afiladas en las plantas de los pies. Luego con la piel todavia fria, encendio el primer cigarrillo del dia, se tumbo de nuevo con la camiseta en la cara, se dejo llevar por la modorra que le habia entrado tras el caldo caliente o el agua fria quiza, y siguio de lejos las voces, el ruido del agua, los pasos sobre las piedras y finalmente el motor de nuevo. Solo entonces se enderezo con una cierta energia seguro de que habia llegado el momento de volver, de que ahora podria ver otra vez a Andrea, que debia de estar nadando rumbo a la casa como ayer y que si se daban prisa les daria tiempo aun a sentarse en la terraza antes de que ella emergiera del agua como un delfin y volviera a mirarle con esos ojos azules que habian persistido sonrientes en el fondo de su resaca.
Sebastian puso un toldo de lona verde y a pesar de la opresion del sol y el brillo lacerante del mar, la brisa y la sombra dulcificaron el calor torrido de mediodia. Navegaron de vuelta durante mas de media hora, pero al torcer el cabo para entrar en la rada no se dirigieron al pequeno muelle de la casa sino que atendiendo a las voces que venian de otra barca fondeada en la bahia se detuvieron y se amarraron a ella, y Federico y Sebastian saltaron dejandole solo en la
Durante mas de una hora se dedico a mirar con melancolia hacia la costa y a buscar tras el temblor irisado del aire la casa de Andrea. Ya iba a levantarse y reunirse con Sebastian y Federico cuando descubrio todavia lejana una mancha negra que como el dia anterior, pero en direccion contraria, venia nadando en una linea tan recta, con un ritmo tan acompasado y abriendo una estela tan perfecta en la calma de la inmensa bahia bajo el sol que de pronto comprendio que el milagro iba a repetirse.
Alguien le llamo desde la otra barca, pero el no respondio y permanecio atento, y cuando las brazadas tocaban casi el casco de la
– Hola -dijo e inicio la subida por la escalerilla de cuerda. Pero antes de saltar a cubierta se detuvo y como si respondiera a una pregunta que Martin nunca se habria atrevido a formular, deslizo el indice sobre su mano en una caricia sin matices ni sobresaltos para que la intencion recayera unicamente en las palabras que iba a decir, y esta vez con los ojos completamente abiertos y las pupilas de color turquesa, dijo:
– Tengo buena vista cuando llevo puestas las gafas -y con un gesto senalo la terraza lejana-, y ademas -se detuvo un instante- soy muy impaciente -y dejandole solo con las palabras salto a cubierta y entro en el tambucho en busca de una toalla. Luego sin mirarle apenas se fue a la otra barca con los demas.
Debia de ser ya muy tarde cuando casi todos se echaron al agua, menos el que seguia sentado en el banco de la banera. Andrea se habia zambullido con ellos y no la vio salir hasta que aparecio por la otra amura. A su espalda. Ven al agua, grito dirigiendose a el por primera vez desde entonces. Y volvio a zambullirse, nado unos metros y le volvio a llamar, pero el no se movio. Aunque no tenia mayor deseo que responder a esa nueva llamada y echarse al mar, permanecia inmovilizado por la ansiedad, en la contrapartida de un sueno que le torturaba desde nino pero esta vez, en lugar de ser el quien se movia por el barro fangoso intentando inutilmente avanzar hacia un objetivo que anhelaba pero que nunca llego a conocer, tenia los pies paralizados en el suelo y era ella la que se alejaba. Porque por mucho que le atrajera esa mujer se sentia incapaz de echarse al agua sin apenas saber nadar. Ella se alejo hacia las rocas y la perdio de vista.
Un par de horas mas tarde, en el coche, mientras oia el interminable discurso de Federico sobre los proyectos casi concluidos con Sebastian en las laboriosas conversaciones que habia mantenido durante mas de veinticuatro horas y miraba el pueblo lejano, mas pequeno tras cada nueva curva de la carretera, estaba decidido a volver el proximo fin de semana y todos los que tuviera libres hasta el dia de su muerte.
Pero ni aquel verano de calmas y calor que los viejos del lugar no habian visto desde su infancia en que ni un solo dia se encabrito el mar, ni entro el levante a mediados de septiembre cuando ya habia que andar por la calle