con tabardo porque hacia frio; ni las placidas noches sentado en el bar de la playa mientras la voz y la risa de Andrea se mezclaban con el murmullo de las olas como el fondo azul de sus historias, lograron desbancar en la mente de Martin la certeza de que el mar era un elemento extrano, amenazador, demasiado presente a todas horas, demasiado evidente. Quiza porque como le dijo ella varias semanas despues al despedirse una noche, cuando ya conocia la historia que el primer dia no se habia aventurado a contarle y otras muchas que iba recordando a medida que le hablaba, el era un hombre de tierra adentro que no conocia mas inmensidades que las de la meseta ni mas olas que las del viento sobre los trigales.

Y sin embargo fue el propio Martin quien ahora, casi diez anos despues, habia aceptado por primera vez la invitacion que Leonardus repetia todos los veranos. Andrea al principio habia aceptado, pero al saber que se habia incorporado al viaje una de las chicas de Leonardus que ni siquiera conocia, perdio el interes como si ese proyecto que Martin solo habia aceptado por ella no le atanera en absoluto, aunque bien es verdad, no habia opuesto resistencia ninguna.

– Recobraras el color -le dijo el la noche que le dio las fechas y llego con los billetes de avion. Y anadio con cautela-: Apenas hemos estado en el mar en los ultimos anos.

Ella no rompio el silencio en el que se habia sumido hacia dias, y al mirarla de soslayo para intentar descubrir en que punto exacto se encontraban, no acerto a encontrar las palabras que habrian de apearla de su enojo. Solo al cabo de un rato insistio:

– Con el aire y el sol tendras mejor aspecto y te sentiras mejor, ya lo veras -dijo con temor, porque esperaba que de un momento a otro ella saliera de su pasividad y se encolerizara, y estaba seguro de que sin dejarle terminar habria de bramar como tantas otras veces, no es aire y sol lo que necesito sino simplemente que no me mientas. Pero esa noche permanecio callada, sin apenas variar la expresion un tanto desvaida de sus ojos azules, de un azul tan intenso a la luz del crepusculo en esa inmensa terraza sobre la ciudad, que acentuaba aun mas la palidez marfilena de su rostro de madonna.

– ?No ibas a salir? -dijo al fin en tono neutro con la vista fija en sus manos inmoviles que sostenian las gafas sobre las rodillas. Tenia el aspecto fragil y lejano y la penumbra acentuaba las sombras oscuras bajo los ojos.

– No voy a salir -dijo y se acerco al sillon. Se puso en cuclillas frente a ella hasta que las dos caras quedaron a la misma altura y con el dedo le obligo a levantar la barbilla.

– Mirame, Andrea. Llevas dias sin hablar. Te he pedido perdon. ?Que otra cosa puedo hacer? Sabes que no quiero a nadie sino a ti, que no se vivir sin ti, que no quiero vivir sin ti, que contigo empieza y termina mi vida.

Hablo a golpes, con monotona entonacion, como si recitara un rosario de palabras extranas y magicas y no atendiera mas que a los resultados.

Ella le dejo decir y sin reaccionar apenas desvio la mirada, entorno los parpados y torcio la cabeza que el mantenia levantada con la punta de su indice.

– Si -dijo al rato-, ya lo se.

Aquella noche cenaron los dos en silencio y cuando ella se levanto para ir a la habitacion que ocupaba sola desde hacia mas de quince dias, el repitio:

– Veras como el aire y el sol te devolveran el buen color. El de entonces -anadio torpemente.

Pero llevaban mas de una semana en el mar y a pleno sol y la piel de Andrea apenas habia adquirido un palido tono rosado. Es cierto que casi siempre se calaba el sombrero hasta las gafas y rara vez se habia quitado la camiseta porque se habia quemado la nariz, las rodillas y la espalda ya el primer dia, y cuando por la noche aparecio su rostro en el espejo colgado de una cuaderna, horrorizada del color rojo violento que ni a fuerza de cremas lograba hacer desaparecer, sentencio melancolicamente que nunca mas habria de ponerse morena. Martin entendio el reproche velado de la voz pero no contesto. Por primera vez en varias semanas, ella no iba a poder encerrarse en su cuarto y aunque se mantenia distante sabia que estaba tan azorada como el. Y cuando la vio tumbarse boca abajo y permanecer inmovil con los ojos cerrados repitiendo cansinamente nunca mas me pondre morena, nunca mas me pondre morena, entendio que la monotona cantinela no se debia a los tres whiskies que habia tomado antes de la cena y a los dos que se habia servido despues, sino que habia llegado el momento en que en el artificio de su borrachera se abriria el paso angosto que habia de dejar un solo instante de dimision. Por esto, conmovido, se sento a su lado y en silencio, sin apenas atender al ritmo sincopado que iba adquiriendo esa extrana y monocorde melodia, se limito a ponerle aceite en la espalda, concentrado en la conviccion de avanzar hacia su propia meta y en el deleite de reconocer cada hueco, cada fisura, cada relieve; y suavemente dejo resbalar la mano hacia la curva de los hombros ardientes y las exiguas vaguadas a uno y otro lado de la columna, y ascendio de nuevo hasta llegar a los musculos endurecidos del cuello y de la nuca, demorandose en el nacimiento de los cabellos y anadiendo a cada rato el aceite que el calor de la piel habia absorbido, y solo se agacho a besarle la nuca blanca y el parpado cerrado del ojo que dejaba visible su postura, cuando reparo en que llevaba un raro sin canturrear y en un gesto de forzada distraccion, como si hubiera cambiado de posicion sin motivo aparente la mano que descansaba sobre la almohada, la habia posado en la rodilla de el. Entonces se tumbo a su lado y, sin dejar de rastrear con la palma untada los contornos de las paletillas e internando luego los dedos en los costados, mas blancos que los hombros, zonas umbrosas donde el sol no habia dejado su huella, con la otra pulso el interruptor para que solo entrara por la escotilla la tibia luz de la cruceta que daba a su piel la calidad lunar de un desierto.

II

Lo primero que vieron al doblar el cabo fueron los cormoranes quietos y silenciosos sobre el acantilado rocoso, opaco el plumaje negro y verde por la calina, con el pico mirando al cielo como esculturas solitarias que flanquearan la entrada a la isla, y tras ellos aparecio en el fondo de la bahia el puerto recogido en si mismo como una franja de luz imprecisa entre el brillo del mar y la tierra reseca y cobriza. La mole de piedra descargaba sobre el su incandescencia y a ras del agua la reverberacion del aire en suspenso se estremecia abrumada por la potencia del sol, diluida en calor, velando colores y lineas. La asfixia desorbitaba el ambiente y el paisaje refractado por la canicula yacia anonadado y distorsionado como un borroso telon de fondo.

Al cabo de unos meses, cuando del verano y del calor ya no quedara casi ni un recuerdo que no perteneciera a una fotografia, cuando se hubiera diluido, transformado y casi olvidado todo cuanto se iniciaba en ese instante inmovil, en las subitas y escasas reminiscencias que asomarian apenas en los resquicios de su memoria Martin Ures habia de preguntarse en mas de una ocasion si no habria ocurrido todo porque el lugar estaba embrujado. Porque sin motivo aparente flamearon las velas, el Albatros perdio arrancada y sin poder vencer la resistencia de plomo de la manana inanimada, cabeceo levemente y permanecio despues inerte sobre el cristal del agua como si en aquel ambito no hubiera lugar para la inercia. Y en el mismo instante todo el trapo se desplomo sobre cubierta.

Por la repentina inmovilidad o quiza por la misma espesa consistencia del aire sofocante asomaron los cuatro la cabeza por las escotillas sobrecogidos por un subito malestar. Y cegados por la luz y el calor contemplaron el puerto y las laderas sin comprender lo que habia ocurrido ni discernir todavia los contornos de las lomas. Poco a poco se acostumbraron a la luz acerada y temblorosa. Aparecieron entonces vestigios de escombros oxidados como las piedras de las que estaban hechos, casi escondidos tras una vegetacion estropajosa, tostada y reseca que habia nacido y seguia abriendose paso entre ellos, primero una sombra, luego otra y otra que se extendieron por las colinas hasta que se desvelo la inmensa ruina que se alzaba sobre el mar como una montana de cascotes que el tiempo, la erosion y el crecimiento hubieran nivelado.

– ?Que horror! -dijo Chiqui ahogada por ese subito e inesperado aumento de la temperatura, la falta total de aire y el paisaje lunar que gemia en el silencio la inmovilidad de su propio descalabro-. ?Por que no nos vamos?

Nadie respondio.

Andrea se seco la frente que se habia llenado de minusculas gotas de sudor, como el cuello, el labio superior, la espalda y las piernas.

– No podre soportarlo -dijo.

Leonardus avanzo con lentitud hacia el timon, empapada la chilaba blanca que siempre habia llevado

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