mas sobre el suelo, compro los paquetes de chicles que no habia de dejar de mascar en todo el viaje.
Es cierto, era una preciosidad: tenia las piernas largas y morenas y piel de melocoton en el cuello y en los brazos. Excepto el plumero recogido en un elastico de flores doradas, el pelo suelto, rizado y rubio le llegaba hasta la cintura, y todo en ella tenia un leve punto de vulgaridad que la hacia aun mas atractiva. Vulgaridad en algun gesto descoyuntado, tal vez un tanto desgarrado, o en la voz sin modular que mantenia un tono alto, monotono y con un deje gangoso, o quizas esos estribillos que repetia a cada rato para jalonar las frases de su vocabulario elemental. O la risa tosca tambien y estruendosa, sin motivo, que mostraba la hilera de dientes escandalosamente blancos y perfectamente colocados.
Andrea la habia mirado sonriendo con una cierta condescendencia dedicada tal vez mas a Leonardus, pero habia tambien en su mirada borrosa, Martin se dio cuenta enseguida, una casi imperceptible sombra de displicencia. Ella jamas se habria atrevido a llevar botines de cuero negro sin medias en pleno verano, ni ese bolso desfondado de colorines que le colgaba del hombro hasta mas abajo de la rodilla. O quiza el ceno ligeramente fruncido escondiera una cierta inquietud, el desasosiego de haber de competir casi desnuda durante mas de una semana con una mujer, casi con una nina, veinte anos mas joven que ella.
Chiqui reia siempre porque si o por llenar un silencio que confundia con el aburrimiento. Y cuando mas tarde en el avion la oia desde el asiento de atras, Martin con los ojos cerrados para no tener que hablar con nadie, atendio en el fondo de la memoria a las carcajadas de cristal, cantarinas, limpidas, matizadas, radiantes, de Andrea cuando la conocio, un reclamo al que el no se negaba jamas, un rastro para encontrarla en reuniones multitudinarias, en los entreactos de los conciertos, en las presentaciones de libros, en los
Tu vienes de las tinieblas, le decia ella entonces, riendo siempre.
Hacia las nueve Leonardus abrio la puerta y se instalo en el camarote central para ordenar y guardar las cartas y los mapas. Martin se tumbo otra vez en la litera y procuro dormir pero solo logro dejarse mecer por la modorra de la resaca que se acentuaba con la vibracion del motor.
Sin embargo debio de dormirse mas tarde porque hacia las diez de la manana le desperto el silencio. El motor se habia detenido y Leonardus, que ya habia metido sus papeles en la cartera y se habia tumbado junto a Chiqui, se encontro tambien sentado en la cama sin comprender que ocurria ni donde estaba.
– ?Hemos llegado? -Martin le oyo preguntar a gritos, y casi inmediatamente abrio la puerta y atraveso a grandes pasos el camarote central. Martin se levanto y le siguio.
El
– Habra que entrar en puerto y buscar un mecanico -dijo-. Se ha roto una pieza de la transmision, creo.
Al comprender lo que ocurria, Leonardus, que luchaba por acabar de ponerse la chilaba, comenzo a jurar en lenguajes misteriosos. Despues volvio al camarote, tropezo con la escalerilla y saco otra vez las cartas que habia doblado ya hasta encontrar la que buscaba, y sin acabar de desdoblarla ni extenderla, se calo las gafas que llevaba colgadas de una cadena y se puso a estudiarla con detenimiento.
– ?Cuanto hay hasta la costa? -le pregunto Martin.
– ?Yo que se! Cinco millas, veinte, cualquiera sabe con esa reverberacion -rugio.
Cuando al poco rato subio a cubierta ya no hablaba mas que en italiano, como si el malhumor que era incapaz de disimular le impidiera tramar la amalgama de palabras y expresiones que tan bien dominaba.
– ?A Castellhorizo! -ordeno-. Esta a menos de quince millas y no quiero volver atras. Es tierra griega asi que arria la bandera turca e iza la griega. -Se sento en el banco de la banera, dio un punetazo brutal a la madera y ante la inutilidad de su gesto furibundo aullo contra el cielo azul
Sin esperar nuevas ordenes Tom coloco de nuevo las planchas y dio un brinco para ir a soltar los cabos del foque. La vela se rizo sin decidirse aun hasta que despues de dos o tres embates tomo viento y poco a poco Tom jugando con el timon logro corregir el rumbo del
A Martin no le gustaba el mar. Llevaba mas de una semana a bordo y apenas podia disimular esa persistente sensacion de angustia. Si se quedaba en la cabina leyendo sentia un peso en el estomago, una leve sensacion de mareo que le impedia continuar; si subia a cubierta el sol le anonadaba y el constante martilleo del motor le abrumaba. A veces el viento era frio y aun con sol habia que bajar al camarote a buscar un jersey; casi siempre, sin embargo, el calor era tan sofocante que ni con la brisa podia respirar. Y cuando al atardecer entraba el fresco, se sentara donde se sentara siempre habia bajo sus pies una cuerda, un cabo decian, absolutamente imprescindible en aquel momento, o saltaba Tom sobre sus rodillas para pasar a proa, o le apartaba para abrir una gaveta escondida en el lugar exacto donde estaban las piernas. Y ese olor vagamente impregnado de gasoleo o la humedad que se densificaba al caer la noche y mojaba los asientos, los papeles, incluso la piel y la cara. Le despedazaban los mosquitos cuando fondeaban en una cala aun antes de haber comenzado a cenar, y si dormian en puerto los ruidos y las voces del muelle le impedian dormir. Y cuando despues de una noche en vela, agotado le vencia el sueno al amanecer, «la vida de la mar», como decia Leonardus dando voces en cubierta, exigia que se levantara casi al alba.
Pero sobre todo odiaba navegar, horas interminables en las que avanzaban hacia un punto que se manifestaba a camara lenta, un plano demasiado largo para mantener el interes. Se contenia para no preguntar cuanto faltaba porque entendia que esas cosas no se preguntan en el mar. Y cuando los veia iniciar una maniobra o fondear, no hacia mas que dar tumbos por cubierta sin saber que se esperaba de el, porque no comprendia ni la jerga marinera mitad italiana mitad inglesa en la que se entendian Tom y Leonardus ni se daba cuenta de que habian llegado a su destino, porque nunca supo tampoco cual era el destino, el programa ni, menos aun, el objetivo de navegar. La mayor parte del tiempo estuvo tumbado boca arriba en la litera de su camarote deseando llegar a tierra firme donde sin embargo hasta por lo menos media hora despues de haber pisado el muelle no desaparecia esa molesta impresion de balanceo que no lograba quitarse ni siquiera durante el sueno, mientras oia los gritos que daba Leonardus de pie en la proa con el vaso de whisky levantado contra el cielo: ?Quien ama la mar, ama la rutina de la mar!, vociferaba. ?A que venia esa mitificacion del mar, de la vida del mar, de la navegacion? ?Que diferencia habia entre esa rutina y el aburrimiento?, pensaba Martin, quiza porque nunca logro adecuar su pensamiento al ritmo y contrarritmo del mar ni habia sabido encontrar ese tiempo distinto en el que parecian vivir los demas. A veces cuando navegaban con el sol de frente los miraba desde el banco de la banera donde se habia refugiado buscando la sombra errante de la vela. Chiqui inmovil a todas horas se desperezaba unicamente para untarse una vez mas, tan inmovil y aplastada contra el suelo que su cuerpo desnudo seguia los vaivenes del barco sin apenas separarse de la cubierta. Leonardus siempre con un cigarrillo en la boca subia y bajaba las escalerillas para consultar el compas, las cartas de navegacion, o manipular la radio y conocer la prevision del tiempo, y al pasar junto a ella le daba palmadas en los muslos desnudos que siempre provocaban la misma reaccion: ?Quita ya, pesao!