balcon el matrimonio, que por ese dia habia renunciado a la siesta, contemplaba el espectaculo con la superioridad del prohombre que acude a la opera en el palco de honor.
Es el testimonio de Andrea lo que les falta, pensaba Martin. Lo que ella vaya a decir. Ella es la unica que me puede condenar. ?Que puedo hacer yo? Sera siempre mi palabra contra la suya a la que sin duda apoyara Leonardus. Nada puedo negar, de nada me serviria oponerme. Lo sensato es luchar por las cosas hasta que se comprueba que no hay nada que hacer, entonces hay que abandonar. Todo menos morir en el empeno, todo menos morir. Asi se sucedian y encadenaban los pensamientos pero no le afectaban, no habria podido afirmar que lo que estaba ocurriendo tuviera que ver con el. Asistia al espectaculo de la gente sin curiosidad y sin verguenza ninguna seguia sumiso al soldado por el muelle, la plaza y el mercado y las callejas adyacentes tan distintas bajo el sol. Ni siquiera se altero cuando vio desgajarse del grupo de personas que le seguian a la vieja de los harapos, ajena como siempre a lo que ocurria a su alrededor pero libre, no como habia dicho Pepone retenida quiza de por vida en el cuartelillo para que de una forma u otra pagara por la absurda muerte del perro del pope. No penso en ello ahora, ni le extrano verla descender la calle canturreando su monocorde melodia, ni habria podido comprender cuan amedrentado estuvo por ese hecho tan inocente y banal. Sabia bien a donde iba, sabia lo que ocurriria y las consecuencias que iba a traerle el testimonio de Andrea, pero lo sabia con una forma de conocimiento racional en la que apenas intervenia el sentimiento. Tal vez sea cierto que la naturaleza pone en marcha sus propios mecanismos de supervivencia para evitar que arrastremos hasta la muerte mas carga de la que somos capaces de soportar, que a fin de cuentas nos impediria llegar a su debido tiempo y con el correspondiente deterioro a nuestro inexorable e inutil final.
El hospital era en realidad un elemental ambulatorio en una pequena casa de la segunda fila de callejas tras el mercado. No habia mas senal sobre la puerta que una gran cruz y una media luna rojas pintadas en un rotulo de madera sobre unas escuetas letras griegas. Las paredes recien encaladas mostraban las protuberancias del adobe pero estaban impolutas. El interior olia vagamente a desinfectante, se notaba el fresco de los edificios con gruesos muros y el silencio era mas denso. Uno de los soldados le hizo sentar en un banco de la entrada, encalada tambien y luminosa, como si fuera la casa de otra isla o como si la isla hubiera cambiado de lugar. Y se sentaron ellos uno a cada lado, pero permanecieron tan ajenos a el como el a ellos, a su lengua y a su deteriorado uniforme.
Martin se dispuso a esperar. No tenia prisa alguna, ni inquietud, le dolia ligeramente la cabeza, de sueno probablemente, y se sentia mas cansado y mas debil, pero no mas vulnerable. Se habia atrincherado en el limite de la situacion de la que, menos la muerte, lo habia previsto todo, y sabia que estaba condenado. Nada pues podia sorprenderle, nada habia de empeorar su condicion. Sentado en el banco de madera junto a dos puertas cerradas y a pocos metros de un elemental consultorio, seguia quieto como habia estado durante toda la noche aunque ahora no atendia mas que el ritmo pendular de su propio pensamiento. Por esto tal vez no reconocio en la mujer que venia por el pasillo a la chica de la cola de caballo que habia visto en la casa de la parra. Sera la doctora que la atiende, penso al ver de soslayo el estetoscopio que le colgaba del cuello. Ella se acerco y le miro sonriendo. Llevaba el pelo cubierto con un panuelo anudado en la nuca y una bata blanca sin abrochar.
– ?Es usted el marido de la senora Andrea Corella? -pregunto en ingles despues de leer el nombre en una ficha que sostenia en la mano.
– Si -respondio el y levanto la vista.
– ?Espanol?
– Si -repitio.
– La senora va bien, en unas pocas horas podra salir. -Y al darse cuenta de la presencia de los soldados pregunto-: ?Ha ocurrido algo?
– Nada -dijo el y no anadio mas.
La mujer apreto los parpados para enfocar la mirada.
Pero el no la veia porque habia bajado los ojos otra vez. Y aunque la hubiera mirado no la habria visto tampoco. No habia lugar en su mente para otra cosa que la conviccion de que iba a entrar en ese cuarto y Andrea explicaria lo ocurrido al cabo, una version que el seria incapaz de negar. Y en consecuencia se le acusaria de asesinato. No tenia miedo, pero no podia atender a nada mas.
En aquel momento alguien debio de llamar a la mujer desde la enfermeria porque ella hizo un gesto de asentimiento y con una cierta reticencia se fue. Sonaron los pasos en las baldosas y aun volvio la cabeza antes de meterse en la habitacion.
Debian de ser las tres por lo menos cuando el cabo y Pepone llegaron al hospital. Salio a recibirles un medico anciano que se apoyaba en el brazo de la mujer. Les dio el parte del estado de Andrea y enseguida se dirigieron al cuarto que estaba junto al banco.
Habran traido a Pepone para que haga de interprete, penso Martin.
Uno de los soldados abrio la puerta y le cedio el paso.
Andrea estaba sentada sobre un catre de espaldas a la ventana, un cuadrilatero de luz y de mar enmarcado por la sombria penumbra de la pieza.
El cabo acerco una silla al lado de la cama para Martin, el se situo a los pies con el doctor, la mujer y Pepone y los dos soldados un paso mas atras. Martin se sento pero no se atrevio a mirarla y fijo la vista en las unas moradas aun y en las manos hinchadas sobre el lienzo que a modo de sabana la cubria hasta la cintura. No podia saber tampoco que decia su cara, ni a quien estaba mirando. Esperaba la acusacion, o una pregunta, una reaccion, pero Andrea callaba y tambien el cabo. El silencio en el cuarto encalado, un dormitorio a todas luces improvisado, era completo: no llegaban ruidos del exterior y nadie se movia en la pieza. Tenia que hablar alguien de un momento a otro, alguien habia de comenzar. ?Por que no decia nada ella? Quiza no podia, quiza no habia recuperado el habla aun y seguia con la mente inmersa en su agonia. Quiza ya no le hablaria nunca mas.
No habria querido mirarla pero levanto la vista. Con la cabeza recostada en un gran almohadon sobresalian en el contraluz sus grandes ojos abiertos que ahora, sin gafas y con las ojeras oscuras que los envolvian, le devolvieron una mirada languida y acerada como la de los tisicos. Y con la placidez y la condescendencia que otorga la conviccion de la propia bondad, adopto ese talante de virtud desinteresada que ya no habia de abandonar jamas: poso una mano sobre la suya con una fuerza inusitada y le dijo con un hilo de voz:
– Ya todo ha pasado, corazon. -Se detuvo para presionar un poco mas la mano, y anadio-: ?Cuanto sufrimiento por un simple mareo, cuanto dolor! -Y trato de incorporarse.
Pepone se volvio hacia el cabo y el medico, y como si la voz de Andrea hubiera sido la senal que estaban esperando, comenzaron a hablar todos a la vez.
Martin la vio como era ahora y como habia sido, y en la doblez de su mirada violeta contemplo esos rasgos placidos cuando ya los hubiera carcomido la vejez y las arrugas cubrieran sus parpados y surcos profundos le bordearan los labios y convirtieran su boca en una linea crispada del rostro. Se vio a si mismo frente a ella a traves de la misma radiografia certera, y entre ambos el futuro que les esperaba una vez desaparecida la pasion, cuando solo quedara para unirles la fuerza de su voluntad como queda la hiedra agarrada a los muros y a los troncos y se desvanece sobre ellos mucho despues de que hayan dejado de existir.
Es cierto, las hiedras cubren los troncos de los olmos, se encaraman a ellos con un trazado de rayos jalonados de minusculas hojas y con el tiempo se van espesando hasta dibujar en verde su perfil contra el cielo. Las lineas de sus raices van tomando fuerza y como serpientes se enrollan en el tronco que poco a poco no podra respirar, ni crecer, y finalmente, ni vivir, bello, si, hermoso en su romantica figura de ser para otro, arropado en invierno y verano por hojas lustrosas, tan hermosas que ningun jardinero se atreve jamas a cortar. Con el tiempo no habra rama ni vastago que no este cubierto por la hiedra y las pequenas hojas del arbol que osan salir todavia con las ultimas gotas de savia que desde la raiz suben por el tronco estrangulado, se secaran mucho antes del otono y ni la lluvia de la primavera que caera solo para dar lustre a la hiedra podra reanimarlas. Asi languidece el arbol. Pero poco importa a la hiedra que viva o muera porque lo unico que necesita es el soporte, o la estructura, sin el cual no haria sino desparramarse por el suelo sin alcanzar altura jamas. Con el, en cambio, puede competir, trepar y lograr su mismo encumbramiento. Hasta que ahogado por ella, cedera lentamente el tronco y cuando ya ni muerto pueda sostenerse en pie, arrastrara en su caida a la hiedra, que perecera o reptara inutilmente sobre la tierra.
Apoyo la frente sobre la mano que seguia agarrada a la suya y atonito ante su propia incapacidad de prever la reaccion y las palabras de su mujer, las unicas en las que no habia pensado, lloro arrimado a ella como en los tiempos del mar.
– ?Por que no me dijiste que habias matado al perro, corazon?