Martin se incorporo incredulo y de pronto sintio verguenza, como si todos los presentes pudieran haber comprendido las palabras de Andrea. Pero nadie habia reparado en ellas. El cabo habia salido, el doctor empujaba a los soldados y a Pepone fuera de la habitacion y Martin, sin apenas tener tiempo de buscar las palabras que iba a decir, se encontro en la puerta, sosteniendo aun con su mano la mano de Andrea que no queria desprenderse de la suya.

La mujer y el medico se despidieron del cabo y de Martin. El medico se quedo en el consultorio y ella siguio hacia el fondo, y cuando Martin, flanqueado aun por los soldados, ya iba a salir del hospital, al oir los pasos que se alejaban, consciente quiza de una presencia en la que no habia reparado hasta ahora, torcio la cabeza para buscarla, ella ya habia llegado al final del pasillo, habia entrado en el cuarto del fondo y habia cerrado la puerta sin hacer ruido.

Ya en la entrada del cuartelillo, cuando Pepone que caminaba junto a uno de los soldados le dijo que se le iba a juzgar por matar al perro del pope, Martin creyo que no le habia comprendido. En aquel momento Leonardus salia del cuartel, una replica del hospital aunque mas sucio y con la bandera azul y blanca en lugar de la cruz roja y la media luna roja. Se despedia sonriente del cabo que se les habia adelantado y del pope y les daba palmadas en la espalda como si fueran viejos amigos. Entonces le vio, se detuvo un instante y le indico con un gesto que todo estaba arreglado.

– Te espero en el barco -anadio y desaparecio calle abajo.

Efectivamente, Martin fue juzgado por el cabo que hacia las veces de juez y amonestado por el pope, y se le considero culpable de matar al perro sin motivo alguno y aunque el alego que lo habia hecho para defenderse, no se modifico el veredicto, segun tradujo Pepone, que le transmitio ademas el discurso al que sin duda alguna anadio gestos grandilocuentes, pausas y una oratoria que el pope nunca habria superado. Las pruebas que se presentaron contra el se limitaban a la cartera que se habia encontrado en el lugar de los hechos y a un testigo presencial cuyo nombre fue silenciado. Y se le condeno a pagar una multa de cinco mil dracmas mas quinientos dracmas para recuperar la cartera y cien de gastos. O su equivalente en dolares.

Pago con el dinero que tenia en la cartera, beso el anillo que le tendia el pope, dio la mano al cabo, saludo a los soldados que le habian acompanado, y se dirigio a la puerta sin atinar a comprender aun el giro que habian tomado los acontecimientos ni saber exactamente que hacer. Salio a la calle, y acostumbrado a la exigua luz del interior del cuartel el sol le deslumbro. Era cierto que estaba libre, era absolutamente cierto. Camino hacia el muelle buscando en los bolsillos las gafas de sol, que no encontro. Todavia un grupo de personas esperaba para verle pero la mayoria habian desaparecido y la plaza habia recuperado la calma. En aquel momento la sirena del barco de Rodas atrono el espacio. Cuatro rezagados corrian por la pasarela con sus cestos y una mujer hablaba a gritos al hombre que la miraba desde la borda llena de pasajeros.

Todavia no habia llegado a la edad en que la soledad da vertigo. Podria reanudar su historia desde el punto en que se torcio, era lo suficientemente joven para volver a comenzar, no habia gastado ni la mitad de su energia y tenia el talento todavia intacto.

Aullo la sirena otra vez. El motor se puso en marcha. Un marinero se asomo por la borda y comenzo a desamarrar el cabo que sostenia la pasarela y un par de grumetes recogian las defensas que colgaban como billas de los candeleros. La brisa habia cedido paso al viento del norte y comenzaba a hacer fresco.

Podria saltar la pasarela en el mismo momento en que la quitaran, cuando el barco iniciara la maniobra, y una vez en Rodas elegiria su destino. Habia adquirido experiencia y nombre, iria a Nueva York, o a Londres donde tenia tantos amigos, lejos de Leonardus y de Andrea y de su mundillo de exitos locales, y dejaria atras este viaje y la noche de agonia y el revulsivo encuentro con su propia vida y con ese otro yo que permanecerian en el trasfondo de la conciencia como un mal sueno. Podia hacerlo, estaba seguro de que podia volver a empezar.

Se acerco al muelle. Comprobo que tenia el pasaporte en un bolsillo del pantalon y en el otro la cartera con las tarjetas de credito que el soldado le habia devuelto. No recurriria al dinero que tenia en Espana. Empezaria desde el principio. Pero tenia que saltar ya. Tenia que hacerlo, ahora.

Un hombre en tierra solto la amarra del primer noray, luego del otro, y las lanzo al marinero que las agarro al vuelo desde cubierta y dio una voz en griego mientras sostenia aun el cabo de la pasarela esperando la orden para soltarlo.

Si, seria dificil pero podria. Iba a saltar, de nada serviria hacer ahora consideraciones sobre lo que dejaba atras y lo que queria conseguir. Lo primero era estar en ese barco, saltar, eso es lo que iba a hacer y despues todo seria mas facil, ahora, ya no podia esperar mas.

Cuando el marinero solto el cabo y la pasarela quedo colgando sobre el costado del casco mientras el otro la izaba desde la borda y se disponia a poner la barandilla penso, sin mover aun los pies del suelo, que tendria tiempo si se lo propusiera, al fin y al cabo el barco no se habia separado ni una braza del malecon. Pero permanecio inmovil en el muelle con la mano en la cartera, contemplando como se alejaba, y para cuando se quiso dar cuenta se habia deshecho el rojo estridente y apenas era mas que una mancha lejana fundida con el agua. El viento del norte dibujaba lineas de espuma que recorrian como plumas la bahia y el sol que le venia de atras era limpio y poderoso y convertia en cristales sus reflejos. La mancha se desgajo del promontorio y se alejo de la mezquita para desaparecer tras ella deshaciendo la derrota que les habia traido a la isla dos dias antes, tan distinto el aire del que habia inmovilizado al Albatros, tan ajeno el mismo del hombre que contemplo la figura en la plazoleta para despertar letargos de tiempos olvidados.

La sed que nos atormenta en la infancia, penso tal vez para buscar consuelo en su propia cobardia y aprender a vivir con ella, permanecera incolume hasta el final de la vida sea cual sea el rumbo que hayamos seguido para saciarla, sea cual sea el agua que hayamos bebido en el camino. Y dando patadas a las piedras como los ninos camino lentamente por el muelle hacia el Albatros.

Zarparon al dia siguiente al amanecer. Andrea habia vuelto al barco sobre las mismas angarillas, mas recuperada pero palida y debil aun. Cenaron en cubierta bajo el toldo un pescado al horno con patatas y berenjenas, queso blanco y moras que les trajo Giorgios desde el cafe y dos o tres botellas de vino de resina con las que recuperaron la placidez inicial. Hasta tal punto que cuando antes de acostarse jugaron aun a ver quien podia hacer mas nudos marineros, Tom ya no encontro razon alguna para dejar que ganara Andrea como habia decidido al comenzar. Durmieron en paz y ni Leonardus ni Chiqui ni Martin, ni por supuesto Andrea, se levantaron en el momento de zarpar. El pueblo desierto estaba tan dormido a esa hora que al pasar ante el ponton amarrado de firme que servia de almacen ni siquiera levantaron el vuelo las gaviotas del albanal, ni sombra alguna se movio entre los sacos y las cajas. Solo cuando Tom llevo el Albatros a la manga de agua del otro lado del puerto y detuvo el motor mientras llenaba el deposito casi vacio, oyo tras las ruinas que cubrian aquella ladera un canto sincopado que ascendia y descendia como si dibujara en el alba la orografia del lugar.

Fue una travesia mas lenta y dificil de lo que habian previsto; navegaron contra el viento, que fue arreciando a medida que avanzaba el dia y, aunque llegaron a Antalya de noche cerrada, el taxista que Leonardus habia llamado desde la isla les esperaba aun y resulto ser tan experto en recorrer a toda velocidad las intrincadas curvas de la costa que logro dejarles en el aeropuerto de Marmaris con tiempo para tomar el avion de madrugada a Estambul. No perdieron la conexion de Barcelona ni la de Londres. Y cuando hacia las cinco de la tarde llegaron cada cual a su destino se dieron cuenta de que solo llevaban cuarenta y ocho horas de retraso sobre el programa previsto.

Aquella era una isla embrujada, habria de pensar Martin muchas veces antes de que todo cuanto habia ocurrido en ella fuera forzado al olvido. Se lo decia a si mismo, porque nadie volvio a hablar de ese viaje ni de lo que vieron, descubrieron o desvelaron. Ni siquiera cuando anos despues Martin rodo en la isla ya invadida por el turismo una nueva pelicula, con guion propio esta vez, basada en su version de la historia, la cuarta que producia Leonardus desde entonces y la septima en el conjunto de su obra ya consagrada. Quiza Andrea y el mismo quisieron convencerse de que aquellos dos dias no habian sido mas que un descalabro, una distorsion, el crecimiento incontrolado de unas celulas que habian enloquecido sin motivo ni fin aparente cuya memoria se habia desvanecido ya como se escurren los ecos entre los montes para deshacerse en la nada, porque solo asi les seria dado seguir unidos hasta el fin, perdidas sus voces en el marasmo de dolor del mundo.

Castellhorizo, agosto de 1990

Llofriu, septiembre de 1993

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